Con un suspiro de alivio, Juana por fin pudo sacarse aquellos zapatos incómodos tras un largo día de trabajo. Se masajeó un poco los pies sintiendo la presión desaparecer poco a poco de sus dedos. Estaba bastante cansada y sentía el cuello algo rígido de la posición que había tenido al pintar durante tantas horas.
Aprovechó que estaba sola y se desnudó para lavarse antes de cenar. No tenía mucha hambre pero había prometido cenar con Raoul que llevaba dos días como alma en pena y solo accedía a comer cuando estaba con ella.El clima en la casa era cuanto menos incómodo. El marqués no había vuelto a aparecer en las comidas y ella seguía sin dirigirle la palabra a su padre. Toda la tensión que cargaban unos y otros era como una bomba a punto de estallar, o al menos así lo sentía ella.
Su cabeza estaba igual de soliviantada que su hogar. La conversación que tuvo con el noble la acompañaba desde ese día y no podía borrarla. No sabía que hacer, ni por qué el de barba parecía tan seguro. Sentía que sabía algo que ella desconocía.-¡Agh!. ¿Por qué tiene que ser todo tan difícil?.- dijo para si misma mientras se colocaba un vestido más cómodo.
La puerta sonó cuando ya estaba trenzando su cabello a un lado como último retoque antes de salir.
Debía ser el rubio. Pensó.- ¿Se puede?.
La voz de su padre la hizo girarse incómoda. No le apetecía nada una discusión después del día agotador que había tenido, así que puso mala cara al verle entrar con paso renqueante hasta sentarse en los pies de su cama con bastante trabajo.
- Ya habéis entrado.- se volvió de nuevo hacia el espejo.
-Hija, por favor, solo quiero que hablemos.- explicó con voz apenada.
-¿Habéis cambiado de opinión?.- preguntó directa.- Sobre lo de Alfonso.
-No.
-Entonces, no tenemos nada que hablar.-zanjó fría.
-Espera Juana, escúchame.- suplicó.- No he cambiado de opinión pero sé que me equivoqué. Quiero pedirte disculpas.
Los ojos verdes lo estudiaron a través del espejo sin decir nada, esperando que siguiera hablando.
-Hija, siento mucho lo que pasó, lo que te dije y sobre todo, el haberte golpeado. Pero…estoy asustado.- confesó con un hilo de voz.
La morena fue incapaz de soportar el dolor en la voz del mayor y, con rapidez, se acercó hasta él y se sentó a su lado.
-¿Asustado?.- preguntó sin entender.
- Yo…no estoy bien hija.- la miró de frente, tratando de ser lo más sincero posible.
- ¿Qué decís padre, qué tenéis?.- se preocupó al instante.
- Mi niña, estoy muy enfermo.
- No, no, ¿por qué no me lo habéis dicho antes?.- empezó a llorar desconsolada.
Se sentía culpable y a la vez aterrada de pensar que algo malo le pasara a su padre. Era lo único que tenía en este mundo, no sabría vivir sin él, no aún.
- No llores cariño, no merece la pena, es ley de vida.- trató de calmarla.
- No podéis decir eso, no me habléis como si os fuerais a morir mañana. Yo no quiero, no puedo. No podéis dejarme sola.- se lanzó a sus brazos devastada.
Al maestro se le rompía el corazón al verla así pero solo con la verdad podría hacerla entender y además, necesitaba que estuviera preparada para cuando llegara el momento de que él ya no estuviera. Toda la vida había estado bajo su ala y sabía que iba a ser muy difícil para ella volar sola. Juana era impulsiva, valiente y de ideas claras pero a la vez era sensible y frágil como una flor. Tenía tanto miedo de que la hirieran que ya no sabía que más hacer para protegerla.
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"Lienzos de un Siglo"
Hayran KurguDurante el siglo de oro español, un humilde pintor sevillano conquistará los corazones de la corte con su talento, llegando a deslumbrar al propio rey. Historia marcada por las luces y las sombras de una época donde las bajas pasiones y los interes...