CAP.6 "Lo siento"

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La madrugada llegó sin que se diera cuenta. Le dolían tanto las rodillas que cuando se levantó del reclinatorio apenas podía caminar. Había pasado todo el día sin levantar la cabeza, rezando, tratando de buscar un consuelo que no llegó. Después de tantas horas llorando, sentía los ojos arder y aunque el padre Miguel había tratado que se calmara y que comiera, no quiso hablar con él. Solo se mantuvo así, arrodillado frente a la imagen de Cristo crucificado esperando una redención que no sabía si merecía.

La imagen de Juana aterrada y las palabras del Marqués, inundaban su cabeza. Se sentía arrepentido y sumamente triste por haber cometido aquel acto horrible con la joven. Ella no merecía ser víctima de sus impulsos enfermos y mucho menos  ser tratada como un trozo de carne puesto que para él era una persona de muchísimo valor. No entendía como había llegado a aquel extremo y lo peor era, que por más que rezaba y pedía perdón, no encontraba una salida.
Las sensaciones que el Marqués despertaba en su piel seguían ahí, aferradas a él como si quisieran atravesarle la carne y llenar su interior de un fuego inapagable que amenazaba con quemar cualquier rastro de su cordura.

Rezó y rezó, sin descanso, alejó cada pensamiento impuro con una oración, tantas que llegó a perder la cuenta. La luz fue desapareciendo poco a poco sin avisarle, casi como una metáfora de lo que él sentía en su interior, dejándolo a oscuras, sin fuerzas y perdido.

Cuando la mano suave del padre Miguel le vino a llamar para avisarle que la iglesia tenía que cerrar y  que él debía volver a casa, sintió su corazón golpearle con fuerza. No podía volver. No sabía cómo afrontar nada y tenía un miedo atroz a regresar y que Juana y el maestro lo repudiaran y le expulsaran de su casa, merecidamente tras lo que había hecho.

Dejó la parroquia con la noche ya cerrada y anduvo por los alrededores, sin rumbo fijo, arrastrando los pies y sintiéndose tan ajeno a su propio cuerpo, como si de la noche a la mañana ya no le perteneciese. Pesaba mucho más y a la vez lo sentía pequeño como un grano de arroz.
La cabeza le dolía del llanto y el estómago, a pesar de no haber comido nada en todo el día, lo sentía lleno, como si hubiera tragado piedras.

Caminó sin parar durante horas, buscando apagar sus pensamientos centrándose en sus pasos.
Cuando las primeras gotas de lluvia empezaron a caer, dio las gracias a Dios, porque así podía dejar salir sus lágrimas de nuevo y camuflarlas con el agua. Se dejó mojar durante demasiado tiempo hasta que su cuerpo empezó a temblar presa del cambio de temperatura. Para entonces, ya casi no tenía fuerzas y el agotamiento le obligó a sentarse en el primer escalón que encontró donde apenas podía guarecerse de la lluvia que caía ahora con más calma, como una fina tela que limpiaba el ambiente y refrescaba las calurosas y sucias calles de la ciudad.

Se acurrucó como pudo, abrazándose las rodillas, cerró los ojos y se dejó ir, necesitado de un respiro del mundo y de si mismo.
Definitivamente no estaba preparado para afrontar lo que se le venía encima, al menos no solo.

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Con pasos sigilosos sacó a su yegua de las cuadras. Se puso bien la capa negra y el sombrero, y ocultando su rostro tras un pañuelo, salió rumbo a la noche sevillana.

Era muy tarde y la mayoría de la ciudad ya dormía, quedando las calles sumidas en un silencio que daba escalofríos. Los pocos que se cruzaba iban ebrios o apuraban el paso deseando llegar a casa después de acabar su jornada. Buscó por cada taberna, cada casa de comidas y hasta miró en varios burdeles.
Nada.
El primer rayo iluminó el cielo cuando recorría despacio las calles del barrio de Santa Cruz.

- Tranquila Borboleta*, solo es una tormenta de nada.- trató de calmar a su yegua que había frenado algo asustada por el fogonazo.

"Lienzos de un Siglo"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora