Capítulo 8

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Parque Central de Colta:

Después de descubrir la irrevocable verdad de mis sentimientos, me di cuenta lo muy fácil que es ser feliz entonces. Con solo mirarla mi mundo paralelo se convierte en mi única realidad.

Teníamos ya un montón de risas regadas por el parque. Sobre todo la de Kate que se adhería con los cantares de las aves, en mayor parte con los sinsajos. Adoraba esa particular especie. Sus cantos me eran melodías.

Me sorprendía con intensidad la afinidad que descubría entre Kate y yo. Descubrirnos una a la otra. Lo tanto que nos gusta estar aquí acostadas sobre el césped. Sentirnos parte de la nada. Sentir la brisa. Sentirnos frágil. Tener esa certeza de que somos más que esto.

Los temas sobre las trivialidades nos hacían gracia, porque al final todas las palabras sobre ello no decían nada relevante para nosotras. Así que, hacíamos un breve silencio y luego reíamos. Quizá, porque buscábamos algo más profundo.

Yo algo de ella.

Quizás ella algo de mí.

Pero, al final, valían las risas. Especialmente las de Kate. Tan afónicas y suave.

Me había acercado poco a poco más a ella hasta tocar su rodilla con la mía. Al sentirnos, Kate me abarcó de esa mirada verde contenida, y siempre soltaba un suspiro que al final no aguantaba.

En las casi dos horas que estaban por pasar, supe un poco de su vida en Inglaterra, donde trató de vivir sin el ocaso de la rutina. Tuvo que volver a empezar. Conocer nuevas personas. Nuevos lugares. Y hasta su manera de hablar. Su carrera fotográfica le llenaba. Pasaba horas fotografiando a cualquier cosa en las calles. Los puentes, inclusive. Y de mí, no tuve un pasado que contar más que mi niñez, y de eso ni siquiera hablamos. Me preocupé mejor por ser yo quien hiciera las preguntas.

El sol ya se había ocultado y solo nos alumbraba las luces amarillas de los faros. Nos habíamos acostado mirando hacia el cielo que, hoy refleja sus millones de estrellas sobre nosotras. Y solo se escuchan nuestras respiraciones totalmente apacibles.

– ¿Ves aquella? – señalo a una de las estrellas y Kate se ha tenido que acercar más a mí para encontrar la dirección que le indico–. Es Venus. Solo se ve cuando se posiciona cerca del sol– digo. Después le señalo un conjunto de tres, diciéndole que se parecen a la cicatriz de mi dedo pulgar, y comienza a reír pidiéndome que le muestre la cicatriz. Yo me niego solo por el juego de verla insistir con sus pucheros. Casi se me para el corazón–. ¿Sabías que hay mas células neuronales en tu cerebro que galaxias en el cielo?

–Oh. !Vaya! No lo sabía– dice con sus gruesas cejas alzadas–. Eres una sabelotodo, ¿no?

–Solo lo leí en un libro.

–Claro– sonríe.

Veo su perfil entre las sombras y aun así luce increíble. Sus cejas gruesas, su mentón pronunciado y unas pestañas risueñas. La luz de los focos en combinación con la luna da el resplandor perfecto para el perfil de Kate, junto a la luz blanca de las estrellas en sus ojos.

–Eres la mujer más hermosa que he visto– suelto espontáneamente y la sonrisa de Kate permanece en sus labios, mientras continúa mirando las estrellas.

–Conocerás a mujeres más hermosas a lo largo de tu vida.

–No. Para mí no habrá nadie más que tú.

–No estés tan segura de eso.

–Pues... la verdad es que no he estado más segura nunca.

Esta vez me centra su mirada y la aprecio totalmente. Ella se me estaba cociendo al alma sin preferencias a deshacerse. Su rostro es una especie de constelaciones mejores que las que mirábamos hace un segundo. Vuelve a sonreír y yo quedo satisfecha.

KateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora