Capítulo 13

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Invierno.

Dos semanas después.

Las luces blancas y azules fluorescentes me estaban ocasionando una ceguera temporal, pero aun así, sigo con la intención de seguir mirándolas. No sé muy bien para qué. Sin embargo supongo, que es para contrarrestar mis ganas inimaginables de salir por aquella puerta adornada, a varios metros de mí.

–Si estás pensando en huir, te adelanto que no podrás– siento a Margi decir en mi oído, debido a lo alto de la música– ¿Ves a aquellos guardias?– miro escéptica a la entrada–. Les dije que no te dejen salir.

–No voy a huir. Acepto que has ganado el trato.

–Me parece que no he tenido nada que ver– dice envuelta en celos–. Tampoco tus padres. Sabemos que todo el mérito se lo lleva Kate. Tan solo quisiera saber qué te hizo para convencerte. ¿Acaso fue muy incisiva? – suelta con tono insinuante.

–Margi. No estoy de humor. De todas formas ustedes ganaron. Estoy aquí, ¿no? En el gran baile de invierno– digo, levantando mis brazos en un gesto de presencia.

–Entonces cambia la cara y pásala bien. Además, alguien te está buscando– Margi levanta sus cejas de forma insinuante, y le sigo la mirada.

Miro a Gabriela aproximándose en un vestido color crema que conceden sus hombros descubiertos. Su caminar hace mover su cabello dorado de lado a lado, adornado de una fina coronilla brillante. Admito que está hermosa.

–Hola, chicas– su voz suena emocionada. A diferencia de mí, ella ha estado esperando todo el año por éste baile.

–Gabi. Estás radiante– halaga Margi, y ella agradece dulcemente, devolviéndole el elogio.

Margi, con su vestido azul celeste, pegado a su grandiosa figura, y un peinado de altura dejando al conocimiento su definida espalda, dejaba a cualquier chico temblando en sus talones.

–Tú también lo estás– pestañeo, cuando Gabriela me hace referencia.

–Si tan solo se quitara esa chaqueta– gruñe Margi, tratando de quitármela.

–Margi. No– forcejeamos–. No estoy para tus caprichos- digo tajante, logrando que me suelte, y su cara dispara una burla directa, para luego marcharse afincando sus pisadas entre los cientos de adolescentes que bailan en la pista.

–Creo que se ha molestado– escucho a Gabriela, avergonzada por presenciar la escena.

–Sí. Pero se le pasará.

– ¿Quieres alguna bebida?– me ofrece, y acepto para tratar de relajarme. La veo caminar al puesto de bebidas y me causa ternura cuando se ha puesto a dudar sobre qué sabor elegir para mí. Después de tener los vasos llenos, se dispone a volver–. No sé qué sabor pueda gustarte entre licor menta y naranja, pero te he traído ponche por ser el más común.

–Menta hubiera estado excelente– Gabi se lamenta dando media vuelta para buscar otra. Pero la he detenido colocándome en su paso–. Estaba jugando contigo. Me gusta el ponche.

–Eres pésima haciendo bromas.

–Lo sé. Te convendría saber cuando las hago.

–Para eso tendría que pasar más tiempo contigo– dijo, y luego se ha puesto nerviosa–. ¿No crees que el lugar ha quedado hermoso?– sigo la mirada de Gabriela por todo el lugar, y estoy de acuerdo con ella.

Cuando he entrado al gran salón central del instituto, no me había fijado en nada por mi renuente actitud de no querer estar aquí. Ahora, no reconozco el lugar donde, a decir verdad, pocas veces he estado. Sus paredes de concreto se aprecian ahora con papel luminoso en un azul bañado en escarcha plateada, lo que convierte el lugar en una iluminada noche de invierno. Y los reflejos de luces blanca, parpadean sobre el techo, que también se presenta con decoraciones enteramente magníficas, dando la simulación de un cielo nevando. Había incluso, en un lado del salón, montones de copos de nieve hechos de bolitas de anime, yendo por los aires. Y las mesas cubiertas de un manto lino blanco. A pesar de los grandes detalles, todo se aprecia muy sutil.

KateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora