Capítulo 1

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Intento detener el drama de mi mejor amiga que ha salido de mi casa agitando las manos como si fuera a desbaratarse, pero un gran camión de mudanzas que se estaciona en la casa de al lado, me distrae de inmediato. Así que solo observo cuando sube a su auto, coloca música fuerte y hace chirriar los cauchos por toda la cuadra.

Es la casa del señor Benson; un obstinado anciano ya fallecido hace varios meses. No tuve jamás contacto con él, ya que por alguna razón que desconozco no se la llevó bien con mis padres. Mantuvimos distancia todo el tiempo y nunca me preocupé en absoluto de buscar alguna explicación. Su funeral fue muy solitario. Y aunque no estuvimos presentes, supimos que solo una persona asistió.

El camión blanco, con el nombre de su compañía en letras negras y azules, llega acompañado de una camioneta blanca con vidrios intensamente polarizados que estaciona justo detrás. Atisbo con detenimiento aquel vehículo que ha llamado mi atención. Es una Range Rover de último año.

Al abrirse la puerta del copiloto me doy cuenta que es una mujer la que baja del auto. No esperaba que fuera una mujer. Tampoco sé exactamente lo que esperaba, la verdad, pero un viejo empresario o dueño de algún bufete de abogados que se parezca al señor Benson no me hubiera sorprendido tanto, aunque me alegra que no haya pasado, pues es una mujer muy hermosa. La más hermosa que he visto.

Se aprecia alta —quizá por sus zapatos negros de tacón— y su cabello está perfectamente recogido en una coleta. En mi mente no puedo evitar calcularle unos 32 años de edad. Nunca puedo evitar hacer éstos cálculos en mi cabeza. Su ropa cara de seda se ajusta exacta en compás con ella, y en sus manos cuelgan las llaves de su camioneta y un celular que no ha dejado de sonar, pero como si le fuese insignificante se limita solo a ignorarlo. Se queda un momento contemplando la casa frente a ella y me parece que la estuviese recordando.

—Señora, Benson, ¿dónde quiere que ubiquemos las cajas rojas?

—Llévenlas al segundo piso y las demás déjenlas en la entrada, por favor.

Entonces reparo en que no solo hay cajas rojas en el camión, también verdes y azules. Me sorprende que también tenga esta manía de ubicar las cajas por color al igual que mis padres. Me pregunto si también será una caprichosa del orden.

Ella se va a girar de vuelta a la casa, pero veo que si se mueve un poco hacia atrás su tacón se va a quedar atrapado entre las rendijas del camino cementado y el césped. A mi madre ya le ha pasado antes.

A tiempo logro gritar que tenga cuidado y se evita la caída. La mujer ahora tiene sus ojos centrados en mí.

— ¿Está bien? —le pregunto.

—Bueno, si no es por ti... Gracias.

—De nada.

Durante unos segundos me observa fijamente. Incluso me mira tan justo como yo a ella. Luego hace un retiro selecto de su mirada y me da la espalda mientras me doy cuenta que yo no puedo hacer lo mismo.

Esa tarde me he quedado observando hasta que los hombres terminaran de bajar cada caja y la mujer entrara en aquella casa.

***

Golpeteo repetidas veces el cubierto sobre el plato blanco de porcelana producto de mi ansiedad, por no ser capaz de sacarme a aquella mujer de la cabeza. Y por más que intento durante las siguientes horas estar tranquila me resulta completamente inútil.

— ¿No tienes hambre? —pregunta mi madre durante la cena.

—No mucha.

— ¿Qué ha pasado con Margi? La he visto irse de prisa.

KateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora