Imperio Japonés.

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Desayuno a las 7:15, media hora de cotilleo para a las ocho comenzar a trabajar. Dos horas para apoyar en misiones en tierra. Almuerzo a las 11:45 y disparar ametralladoras contra japoneses a la una de la tarde. La comida a las 3:15 de la tarde y el resto del día para relajarse, mientras los mecánicos reparaban las aeronaves repletas de impactos de bala y fugas de aceite provocadas por la sobrecarga del motor de quien hace unas horas se dedicaba a esquivar fuego enemigo para no morir.

A veces, por la noche, una película. Si era una bélica que tratara de matar japoneses y nazis, mejor para los chicos. El día termina, y todo comienza de nuevo.


México terminó de redactar su segunda carta, esa era para España, la carta para USA ya estaba en su sobre, cruzaba su tercer mes en aquella isla y aparte de pelear se dedicaba a enviar cartas, a estas alturas estaban un poco incomunicados, enviaba las cartas, pero no sabía si estas llegaban o eran contestadas, quisiera mandar cartas a la Unión y todos sus hijos, pero todos estaban en un situación crucial o al menos así era cuando el despegó con su objetivo puesto.

[...]

Mi capitán Gallardo luego de dar al blanco en una misión hizo una pirueta en el aire, a lo que un estadounidense gritó en el intercomunicador "miren a ese mexicano loco". Gallardo no lo tomó a bien y luego de hacerse a palabras se buscaron en el hangar al aterrizar.

Gallardo había oído la voz, pero no sabía quién ni cómo era quien lo dijo. "Cuando nos encontramos me di cuenta que medía tres veces lo que yo y era cuatro veces más pesado. Me miró y me dijo si aún quería pelear. Le dije que sí". Afortunadamente para Gallardo, el estadounidense se sorprendió de la valentía, y en vez de golpearlo le estiró la mano. Los dos se volvieron amigos, y según mi capitán Gallardo, el incidente ayudó a disminuir la tensión entre ambos grupos.

España leía, se sentía cansado, preocupado.

— Por favor que nada le pasé.

Suplicaba a su Dios.
Estados Unidos era diferente, leía las cartas y las dejaba a un lado, juntó al anillo del mexicano, una pequeña caja los protegía, debía apurar sus planes. Debía ir a ayudar a México.

[...]

Julio fue el momento de dar el siguiente paso. Las misiones ahora comenzaron a ser de largo alcance, en donde aunque la base ya estaba bien asentada en Luzon, Filipinas, se hacían viajes a Formosa, ahora Taiwan. El despliegue táctico que al principio consistía en contener el avance de los japoneses hacía el Pacífico, ahora se convertía en un avance para las fuerzas de los Aliados.

[...]

México miraba su alrededor, cinco meses dando guerra se estaba volviendo agotador, el menor número de sus Águilas había caído, pero no dejaba de atormentarle la perdida.

— Señor, esta base ya esta bajó nuestro control.

Le informó uno de los chicos de la cuadrilla que le había acompañado, México le dio una sonrisa de medio lado, algunos de sus hombres estaba dibujando en una ala de algún avión japonés derribado la imagen de Pancho pistolas.

— Muy bien tenemos que irnos, quiero ver que película van a proyectar hoy.

Los soldados empezaron a caminar, aún entre fuego y escombros tenían la oportunidad de bromear, deseaban hacer más ameno eso. Todos prepararon sus armas cuando de entre los escombros algo surgía, México caminó con lentitud, pero de inmediato pidió el bajar cualquier arma.

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