Pars VIII

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El viento golpeó a la vieja ventana y las telas de arañas danzaron en el aire, como si estuvieran de acuerdo en seguir la misma coreografía. Y el sol opaco entró a la gigantesca sala, alumbrado el poco espacio y llenándolo de vida que no había. Junto a ello, las palomas entraron por la abertura y chillaron felices de volver a su hogar, subiéndose encima de los grandes pilares de madera que sostenía el techo de tejas lujosas y viejas.

En la biblioteca más provecta de Corea del Sur en Seúl, los pasillos entre góndolas llenas de libros, parecían un laberinto de madera junto al polvo en el suelo y estantes, eran increíbles. El aroma al algarrobo húmedo y a las hojas obsoletas, eran lo que caracterizaba por completo el lugar. Y el polvo de tierra llegó hasta sus fosas nasales y lo hizo estornudar sin perder la postura.

Sentado en el suelo de machimbre rústico con un montón de hojas a su alrededor, su teléfono celular en una mano y en la otra un bolígrafo donde escribió toda la traducción del español al coreano en las láminas, Jimin miraba el libro a su costado, inmutado.

Aurum 1956.

Su cabeza daba vueltas y se le era imposible ser capaz de retener toda la información en su cerebro, creía que estaba apunto de explotar. Quizás debería sentir algún tipo sentimiento en su corazón tras haber sido engañado durante toda sin vida, pero no sentía nada más que el vacío profundo en su pecho, como si hubiese nacido sin un órgano vital que lo hiciera latir. Porque se encontraba perplejo mirando una y otra vez aquel título de la obra sin ser capaz de creer. De todos modos, era estúpido no creer cuando la veracidad estaba frente a sus ojos, diciéndole que no hacía falta hacer un chequeo médico para que se diera cuenta que él mismo, albergaba el alma de un lobo aurum y que su animal era de oro.

Tal vez, Jimin debió enloquecerse cuando terminó, después de seis largas horas, de traducir por completo el pequeño escrito, pero no lo hizo. Sólo se quedó allí, plasmado y sin saber qué pensar o que hacer. Incluso cuando el medio día reinó en el distrito de Gangnam, no hizo nada más que inmutarse y encerrarse a sí mismo en un caparazón de hierro sólido.

Sí tan sólo hubiese sabido que era un alfa aurum, único en la vida, jamás en su miserable vida hubiera ido a la montaña del pelinegro y encontrarse con aquel.

Ahora todo tenía una explicación a sus conductas raras y al comportamiento de su lobo, entendía el porqué su animal anhelaba tanto al argentum sin importarle que ambos fueran alfas machos y comprendía en unanimidad que no estaba averiado, ni mucho menos enfermo y qué, Jungkook era su compañero.

Y maldita sea que lo era.

Porque Jimin hubiere hecho lo imposible hacía un mes para encerrar su lobo y no atacar al otro. Pero habían perdido la cabeza en cuanto ambos se reencontraron y sin ser conscientes, Jungkook hizo que lo mordiera y lo convirtiera en su pareja de vida y, demonios sea que lo eran.

Aquello perforó a la parte racional de Jimin, él no quería a Jungkook. Él no lo amaba. Y mucho menos quería pasar una vida sobre cuatros patas en una montaña con lobos que odiaba, al lado del argentum. El rubio todavía no podía sacar a Jaen de su corazón y era a ella, a quien seguía amando. Pero Jungkook era su destino, ¿no? Él ya no podía hacer nada contra eso y mucho menos quería pensar en ello, porque se comenzó a sentir agobiado y no anhelaba estar así.

Soltó una risa y tocó su frente descubierta junto a las pequeñas cicatrices ya curadas. La tiara de oro había desaparecido por completo de allí. En cuanto Jimin se recompuso, Taehyung se la extrajo en una cirugía y el metal precioso descansaba en uno de los cajones de su cómoda.

Jimin no lo necesitaba.

Y nunca lo haría.

Su lobo, estaba conforme con eso.

Aurum • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora