Pars IX

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Jungkook no podía aceptar que todo esto estuviese pasándole a él, al alfa argentum de la manada Jeon quien había jurado en su sangre, que protegería sus tierras hasta los últimos días de su vida.

Se suponía que él tendría que vivir sobre cuatros patas junto a su alfa compañera en las montañas, mientras tenían varios cachorros herederos que jugaban en el lodo y corrían en la pradera debajo de la luna.

Pero los papeles en su vida habían cambiado por completo.

De la noche a la mañana, él tenía un bebé de un mes y dos días exactos en su estómago que se alimentaba de sus nutrientes como un parásito y lo hacía sentir débil, descubriendo que estaba emparejado con un lobo de su misma especie y que, su alma era milenaria. Y por sobre todo, su misma manada lo había echado y un aes, tomó su lugar. Aquello último era lo que más le dolía.

Porque quizás él podría aguantar la ridiculez de llevar en su vientre a un cachorro no deseado y resistir a la sensación de su lobo unido a otro alfa, pero no podría ser capaz de sostener la idea de ser traicionado por un perruno inferior a él y que sus lobos le dieran la espalda en lo absoluto. A pesar de que Jimin le dijo que Wang había ido a buscarlo en nombre de la manada, Jungkook no creía al cien por ciento en ese cuento. Él mismo había sido testigo de como sus lobos habían renunciado a él y lo habían juzgado con gruñidos, a Wang olfateando su estómago y después mirándolo con desilusión. Las miradas de sus pulgosos habían clavado en su orgullo de alfa como si fueran dagas, perforando todo lo que alguna vez había tenido y lo que perdió.

Lo que malditamente perdió por su estúpido destino, donde tendría que ser el compañero de alguien a quien no quería y mucho menos deseaba querer. Porque se prometió a sí mismo que en cuanto se sintiera mejor y diera a luz al gusano que habitaba en su vientre, retomaría su vida y recuperaría a su manada.

No le haría caso omiso a su lobo y mucho menos, iba a quedarse en ese departamento humano con un sujeto que apenas conocía y que su animal, se había encariñado demasiado con él. Ya no le importaba las reglas perrunas, esas que decían que, si su alma no estaba al lado de su compañero, ambos enfermarían hasta morir. Y Jungkook prefería morir así, que estar al lado de alguien que no amaba y que detestaba con todo su corazón por haberle quitado lo que era su vida. Porque él no amaba a Jimin, todo lo que sucedió entre ellos había sido sólo el calor de un celo indescifrable y la serenata de sus lobos unidos, conociéndose por primera vez. En su manera racional, sólo había sido sexo sin tener conocimiento de que todo aquello repercutiría en él mismo, con un cachorro creciendo en sus entrañas. Pero... ¿Qué iban a saber ellos? ¡Ambos eran alfas! ¡Ninguno en esos momentos había pensado en la posibilidad de que eran parejas destinadas y que él podía quedarse preñado! ¡Y era tan ilógico todo!

Quería gritar y llorar, porque el dolor en su pecho era increíble y ya no sabía que hacer para sentirse mejor. Todo era un desastre y no podía pensar bien, solo quería a su vida de vuelta. Nada más que eso.

Y levantó la cabeza con furia y miró al dorado que estaba concentrado mientras miraba la pequeña pantalla a su costado, con sus manos temblando y sus mejillas sonrojadas, sus ojos brillando. Y quizás para Jimin toda esta noticia era buena, esa de tener por fin un hijo. Había recordado la primera vez que se conocieron, que el otro lobo le dijo que su novia lo había dejado porque ambos no podían tener un bebé.

Y Jungkook odió más al aurum, entonces.

Mientras el argentum se sentía devastado y con toda su vida hecha mierda, Jimin lucía demasiado feliz y sin preocupaciones algunas. Y se detestó a sí mismo también, por estar amarrado de pies a manos en una camilla repletas de pelos de gatos, a la vez que tenía clavos en el peroné por una fractura imbécil y su tobillo con un yeso blanco y pesado.

Aurum • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora