Pars XIII

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—Y las montañas se moverán, se moverán...

Jimin abrió sus ojos y miró hacia el techo, su corazón ardiente y latiendo en su pecho.

Sonrió cuando los rayos calientes del sol que entraban por la ventana, golpearon su rostro y la habitación se fundió en la aurora de la mañana. Escuchó entonces, a los canarios cantar sobre el marco de la persiana y a las aceleradas bocinas de los vehículos en las calles de abajo. Suspiró y sonrió, llenándose de la atmósfera acogedora de la ciudad y del domingo que apenas comenzaba. Se estiró en la cama y respiró profundo.

—Tu le dirías, a las montañas, muévanse, muévanse...

El aurum frunció sus cejas y luego, soltó una risa. Acarició la piel desnuda de la espalda ajena con cariño y se sumergió en las olas del pacifico, cómo si estuviera nadando en el océano y el agua fresca golpeara su cuerpo con fuerza. Bajó su mirada y se encontró con Jungkook, quien tocaba su oreja derecha y la movía a medida que cantaba aquella canción religiosa que a Jimin le habían enseñado en la iglesia, hacía años.

Jungkook realmente parecía un niño, a menudo. A Jimin le causaba demasiada ternura su comportamiento. Incluso en su cuarto mes de gestación, el argentum actuaba como si no tuviera nada creciendo en sus entrañas. Parecía como si él mismo todavía no era capaz de conocerse y muchas veces lo había descubierto jugando con sus propios dedos y observándose las uñas con una lupa, mirándose al espejo y después cuando la noche llegaba, primero tenía que tocar e investigar alguna parte de su cuerpo para poder dormir — no en la manera sexual —. A Jimin no le incomodaba, porque hasta él mismo era su conejillo de laboratorio. En las mañanas, era costumbre despertarse con las manos ajenas sobre alguna parte especifica de su cuerpo. Como ahora, que estaba tocándole la oreja y apretaba el lóbulo ante el ritmo de la canción.

El aurum se dijo, que nunca terminaría de conocer a su compañero.

—Si tuvieras fe como un granito de mostaza, eso dice el señor...

Y le parecía dulce su comportamiento ahora. Porque Jungkook estaba cantando tan inocentemente, cuando hacía horas atrás había estado saltando sobre su pene sin parar. Pidiendo más y más, hasta que ambos se vinieron y cayeron rendidos en los brazos de Morfeo.

Volvió a soltar una risa y los oscuros ojos del argentum se encontraron con los suyos en una conexión acogedora. Jimin se sintió sin aire al notar la intensidad en la que el otro alfa estaba mirándolo, como si estuviera profanando su alma entera ante esos orbes tan negros y brillosos. Y demonios, agradeció que su lobo estuviera tranquilo y dopado en su interior, porque la habitación volvería a ser un espectáculo si se descontrolara en este preciso instante.

El argentum lo tenía tan amarrado a él, como si tuviera una collar en el cuello y sólo saliera a caminar cuando el otro lobo le daba la orden. Porque mentiría si dijera que no estaba sintiendo cosas por aquel, lo hacía con todo su magnitud y se derretía pensando en su cachorro, que nacería dentro de dos meses. No sabía si estaba enamorado de Jungkook o si solamente le gustaba, ya que todavía seguía amando a Jaen y se le era difícil sacarla de su corazón.

Jaen.

Olvidar a la muchacha estaba siendo una tarea difícil de realizar. Por supuesto que lo sería, si habían estado durmiendo en la misma cama por dos largos años enteros, prometiéndose amor eterno y soñando con los ojos abiertos en formar una gran familia. Incluso seguía recordándola a veces, sintiéndose triste e imaginándose como hubiera sido su vida si ella no se marchara. Quizás, quien estaría en sus brazos ahora, sería ella y no Jungkook.

Inclusive las cosas seguían estando en el mismo lugar desde que ella se había ido, nada cambió. Todo estaba igual en el pequeño departamento en el que vivieron por tanto tiempo juntos y le dolía que las paredes le recordaran a ella. Tal vez era tiempo de trabajar más duro y mudarse, no quería que su pequeño viviera aquí. Jimin quería comenzar de nuevo.

Aurum • JikookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora