Rubén se dispuso a abrir la puerta de la habitación. Tras haber abierto, se quedó inmóvil mirando hacia dentro.
—Amor, ¿sucede algo? —le pregunté.
Él giró hacia mí de repente.
—Solo pensaba… Estas no son maneras de entrar a nuestra habitación de luna de miel.
Lo miré con una sonrisa de extrañeza. Él se acercó a mí con mirada seductora, tomó mis brazos, los apoyó sobre sus hombros y, antes de que terminara de descifrar lo que hacía, posó su antebrazo detrás de mi cintura, el otro detrás de mis rodillas y me levantó en un solo movimiento. Lancé un gritillo seguido de algunas risas.
Rubén tarareó la melodía de marcha nupcial en voz baja mientras atravesaba la habitación. Yo me hallaba aferrada a él, perdida en su mirada y en su tierno tarareo, pero entonces se detuvo y empezó a hacerme descender hasta posarme sobre la cama. Entonces caí en la cuenta: “¿Qué?... No puede ser. ¿Ya llegó el momento?”
Me atacaron los nervios: “¡No estoy lista para esto!”, pensé. Rubén me miraba con ternura, pero temía que ya empezaba a notar la ansiedad que me estaba llenando.
—¡Uff! Hace un calor horrible, ¿no? —exclamé, abanicándome con la mano—. Iré a darme una ducha, amor.
Mi esposo asintió. Me levanté de la cama casi de un salto, busqué en la maleta lo que necesitaba y entré al baño.
Me duché intentando relajarme, pero no sucedió. Tardé una eternidad, y al terminar me puse la lencería que Gabriela puso en mi maleta para la ocasión. Era de color rojo pasión, más llamativo de lo que me habría parecido cómodo, pero al menos agradecía que no hubieran puesto nada transparente.
Se suponía que debía haber salido del baño hacía tiempo, Rubén me esperaba afuera, pero… ¡No! ¡Todavía no estaba lista! Miraba mi cuerpo preguntándome qué pensaría Rubén sobre él. Tenía esa fea cicatriz en el muslo derecho, mi vientre se veía un poco inflado, al parecer las dietas no habían dado resultado; no estaba acostumbrada a usar ese tipo de ropa, y parecía para una chica con un mejor cuerpo que el mío… ¿Y si no le gustaba? ¿Y si llegada la hora de la verdad no sabía qué hacer?
Escuché la puerta ser golpeada tres veces y casi me hizo saltar del susto.
—Es la policía —bromeó Rubén con voz serena del otro lado.
Permanecí en silencio, estaba helada por los nervios.
—Princesa… ¿está todo bien?
Hubo una larga pausa, por lo que ya no podía disimular.
—Solo estoy… un poco nerviosa.
Se escucho otro silencio.
—¿Puedo entrar? —preguntó.
Casi tuve hipo del susto.
—¿Estás…? —intenté indagar.
Dejó escapar una risilla.
—Todavía estoy vestido. ¿Y tú, princesa?
—M-más o menos —respondí abrazándome a mí misma.
—Puedes ponerte la bata de baño… —dijo e hizo una pausa antes de seguir—. Solo quiero darte un abrazo.
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Cuerdas de amor ✔✔
SpiritualA todos sin excepción algunas nos han contado o hemos escuchado una historia o mensaje que jamas olvidaremos. En mi caso fue mi abuela quien dijo unas sabias palabras que al sol de hoy tengo presentes; En el momento que Jesús murió por nosotros nos...