9: Un mentiroso no puede hacer promesas

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Una promesa es una promesa, y yo, con mi silencio, le aseguré a mi padre que no iba a obsesionarme con Nunca Jamás

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Una promesa es una promesa, y yo, con mi silencio, le aseguré a mi padre que no iba a obsesionarme con Nunca Jamás.

Los momentos siguientes fueron de espanto.

Mi padre vivía en el trabajo y visitaba la casa, apenas dormía unas dos horas y en ocasiones ni siquiera llegaba hasta el cuarto. Más de una vez hallé su cadavérico cuerpo tirado a orillas del sofá a las tres de la madrugada. Ni siquiera roncaba, como si fuera un placer que no pudiera permitirse. Me hizo pensar que, incluso en sus sueños, él iba detrás de los malos. Y no siquiera ahí los atrapaba.

Él recibía llamados nocturnos, escapaba sin comer y volvía sin registrar su regreso. Y, lo más inquietante de todo, ni siquiera intercambiaba un pestañeo con mamá.

Ella lo odió después de hacerme conocedor de la tragedia que alcanzó a mi amigo, casi como si pensara que me sumó a la catástrofe. Lo culpaba en su silencio, en las miradas hostiles.

Nunca más volví a oírlos gritar porque mi padre parecía haber olvidado todas las palabras que no sonaban a un suspiro de resignación y mi madre dejó incluso de tararear. Cada uno era el antagonista de la historia del otro, y yo, el artefacto mágico que debían proteger.

Yo solo los veía como estrellas fugaces e inaccesibles.

Si tan solo mi madre supiera que el hombre al que reprochaba tanto me alejó de Nunca Jamás con la promesa que me hizo hacerle.

Por supuesto, no volví a recibir ni una explicación de lo ocurrido. Estoy seguro de que el primer asesinato habría sido el de mi padre si mamá llegaba a sospechar que él había soltado aunque sea otra minúscula partícula de información con referencia al caso.

Ni siquiera me explicaron qué significaba ser un Niño Perdido, tuve que dar por hecho que significaba algo grave y que lo ideal era que no me ocurriese a mí.

Así, me prometí que nada de misterios. Nunca más. Y puede que los papeles que encontré el día después de mi cumpleaños no tuvieran nada que ver con aquel sitio místico, atractivo y espeluznante, pero no pondría mi seguridad en riesgo. Todo en mi vida me parecía un sendero a lo que había más allá del bosque, incluso Martina, así que la aislé de forma irreversible.

No hice ni un comentario de mi descubrimiento, y jamás volví a pisar mi cueva bajo las escaleras por miedo a verla a ella traspasar el hoyo que nos conectaba.

Ella era peligrosa porque despertaba el monstruo de curiosidad que dormitaba dentro de mí. No era descabellado concluir que «no más peligro» y «no más Martina» eran sinónimos.

Pasó septiembre y con él los primeros temblores por la noticia, el escalofrío no había dejado de extenderse pero cada vez se iba tornando una sensación matizada por la euforia y el nerviosismo del regreso a clases.

Larem se convertía en un ir y venir de una tropa uniformada, armados con cuadernos, lápices y sacapuntas, prestos para convertirse en un guerrero de la adultez que los esperaba a la vuelta de la esquina.

La masacre de Nunca Jamás [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora