En las primeras oportunidades era Eliot quien iba a visitar a Claxon sin mí. Con su experiencia con el pequeño Elías nadie pondría en duda que sabía cómo tratar a un Niño Perdido. Se compenetró con la familia a mi modo: sin mentiras, pero usando las verdades adecuadas para abrirse las puertas correctas.
Un joven problema desamparado, destrozado por la realidad de su hermano y con una urgente necesidad de conocer a más personas en su situación, de ayudar a otro niño que como su hermano ha sufrido una injusta desgracia, se ganó la empatía de Julia y Jeremías Ríos en un instante. Esas cosas no dejaban de ser ciertas, solo que eran una realidad que se usaba para conseguir un fin que me beneficiaría a mí.
En su última visita Eliot mentiría por primera vez, les hablaría de una nueva terapia que sus padres supuestamente implementaban a su hermanito. Les diría que el pequeño Elías estaba empezando a ver a sus viejos amigos para estimular, sino su memoria, los sentimientos hacia ellos que no podrían estar muertos del todo, a ver si alguno florecía de pronto para estimular recuerdos aunque sea de sensaciones pasadas.
Ahí les hablaría de mí, de nuestra amistad, obviando el hecho de su brevedad y les sugeriría que me dejaran verle.
Cuando sucedió, nos reunimos y me contó nuestra victoria. Me permitirían verle no solo por lo dicho por Eliot, sino porque Claxon me había mencionado.
Camino a su casa me embargaban las preguntas. Ya había visto los efectos de ser un Niño Perdido en Elías, pero ese niño no podía tener más de once años. ¿Cómo afectaría algo así a alguien como Claxon, alguien de la edad de Eliot? Lo recordaba como un inventor de cejas expresivas, una persona innovadora con la mente de un científico destinado a cambiar las eras, la simple idea de verlo como a un enfermo, con la actitud y los berrinches de alguien menor que yo, inconsciente de su realidad y rehusado a aceptarla, esa era la mayor crueldad que se me podía ocurrir.
Atravesé el riachuelo que rodeaba toda La llovizna hasta empaparme las perneras del pantalón y avancé entre todas las casas de madera hasta detenerme en una cuya pared principal había sido modificada con un gran ventanal enmarcado con tablas de madera blanca desde donde se admiraba una habitación llena de caballetes, todos haciendo gala de dibujos que si bien no tenían una composición maravillosa ni un dominio de la anatomía sorprendente, estaban tan llenos de vida y color que era imposible no verlos como arte. Y en medio de todo aquel laberinto de pintura había toda una pared dedicada a colgar inventos de toda clase. Encima había un cartel hecho de retazos de madera seca y envejecida que decía: Maxon y Claxon Ríos viven aquí.
Me desgarró el alma. No sabía de la existencia de Maxon pero ese lugar era como estar viendo sus tumbas cuando me constaba que al menos uno de los dos seguía con vida.
Me alejé de la presencia fúnebre del lugar más allá del ventanal y me dirigí a la puerta.
Jeremías Ríos abrió. Si mi presencia le disgustaba o si le parecía una buena idea no me dio la más mínima pista con su rostro impasible. Me aventuraría a decir que lo único que detecté en él fue indiferencia, imagino que yo sentiría lo mismo si tuviera un hijo con el que hubiese intentado de todo y conseguido nada. Me condujo por un pasillo estrecho sin velas que crujía incluso bajo los pasos más ligeros y meditados. Pero los de Jeremías casi ni se sentían, como si después de tanto viviendo en la misma casa envejecida supiera exactamente dónde pisar.
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La masacre de Nunca Jamás [Completa]
Mystery / ThrillerOlvida el cuento que conoces, puede que los villanos de esta historia te den menos escalofríos que sus cuestionables protagonistas. Iván Garfio, único sobreviviente de la masacre de Nunca Jamás, se atreve a contar su historia 20 años después. Listo...