—¿Estás seguro de que le falta el final? Hay libros que no ponen «fin» cuando acaban. Lo sabes, ¿no?—Claro que lo sé, Martina.
Hablábamos a través de la ventana que nos comunicaba. Mi madre cada vez pasaba más tiempo encima de mí, pendiente de mi estado físico, con pruebas que iban desde la toma de temperatura hasta chequeos de mis extremidades para asegurarse de que podía flexionarlas con regularidad y sin dolor; luego comenzaba el análisis psicológico, el cual ella prefería llamar «charlas de apertura». Me hacía toda clase de preguntas, me obligaba a hablar por largos períodos y a dibujar e interpretar cosas extrañas: manchas, familias y bosques. Siempre variaba.
Sin mucho esfuerzo cerebral supe que era el método que utilizaba ella para saber si era propenso a acabar en Nunca Jamás de un momento a otro. No hizo menciones de los resultados así que, si algo la alarmó, lo guardó para sí misma. Yo solo me encargué de mentir lo mejor que pude y parecer inocente.
Por si fuera poco, no me daba ni un respiro. Comidas madre e hijo, conversaciones forzadas e incómodas, y cuando no podía estar encima de mí se aseguraba de tenerme ocupado. Entre ensayos, exposiciones, exámenes y análisis, no hubo momento en mis días donde no tuviera una tarea pendiente para mi supuesto aprendizaje en casa.
Por suerte tenía a Martina. De no ser por su ayuda no podría ni meterme los dedos en la nariz, me habría ahogado en trabajos de forma que mis propios pensamientos, conscientes de que ya no había espacio ni tiempo para ellos, me habrían abandonado.
Pero no ocurrió. Martina también tenía sus deberes en la escuela, pero se reunía con sus compañeros para terminar en grupo los míos. A veces me confesaba que pedía ayuda de su madre, quien encantada —por alguna razón desconocida— con nuestra amistad, no ponía peros.
Gracias a tener a otros trabajando en mi tarea y a mi madre tranquila pensando que todo lo que hacía era estudiar, Martina y yo podíamos vernos a escondidas.
—¿Entonces por qué estás tan seguro de que al manuscrito le falta un final? —siguió indagando Martina, siempre escéptica a todo razonamiento que proviniera de mi cerebro y no el suyo.
Esta vez no era ella la asomada por la ventana, sino yo, que observaba la pequeña cueva de su lado del mundo.
Ella permanecía sentada en un colchón pequeño que ocupaba casi todo el espacio, y sostenía las hojas envejecidas como a una reliquia, un obsequio del tiempo. Solo una mesita acompañaba el lugar, con una vela puesta encima a medio consumir, oscilando entre ser una ayuda de iluminación y un proyector de sombras espectrales. Yo no podría haber pasado una noche solo allí jamás.
Por supuesto, Brillantina tenía su propio sitio, una casa de madera construida sobre una repisa con una colcha en su interior más cómoda que la de la habitación de mis padres. Cómo envidiaba a esa gata.
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La masacre de Nunca Jamás [Completa]
Mystery / ThrillerOlvida el cuento que conoces, puede que los villanos de esta historia te den menos escalofríos que sus cuestionables protagonistas. Iván Garfio, único sobreviviente de la masacre de Nunca Jamás, se atreve a contar su historia 20 años después. Listo...