Mi día comenzó mucho antes de lo planeado. Ni el sol ni las primeras nubes grises se habían levantado cuando mis ojos se abrieron. Qué terrible e inaudito es cómo un pequeño ruido puede ocasionar parálisis tan grandes, taquicardias tan intensas, un ruido como el que escuché esa madrugada.
Con una oscuridad tan absoluta sentí las pulsaciones contra las patas de mi cama como clavos que me crucificaban. Me convencí de que eran sensaciones imaginarias, al igual que las sombras que se desplazaban por mi habitación. Tenía que ser un invento de mi mente, no había luz fuera de la ventana, ni una sola vela encendida, y las sombras necesitan de luz para existir.
Pero no desaparecían. Una de ellas, la más grande de todas, cabalgaba hacia mí. Me sentí atado a la cama. Inútiles eran mis intentos por moverme, como si mis músculos de repente se hubieran convertido en plomo que pegaba mi cuerpo al colchón por el peso, como si las conexiones que hacían a mi mente capaz de controlar mi cuerpo se hubiesen roto.
Ni siquiera pude gritar, solo mis ojos se movían mientras venía hacia mí el espectro de humo negro con forma de esqueleto, cabalgando una vorágine oscura de múltiples patas como una araña.
Cuando abrí la boca para pedir auxilio, el monstruo se adentró por mi garganta y se comió mi voz. Solo entonces fui capaz de moverme.
Me puse de mi pie con tanto miedo como odio por Larem. En la ciudad habría bastado con tocar un interruptor para desaparecer mis pesadillas; en ese pueblo maldito tuve que reptar a oscuras entre los cajones, con mis manos temblando y mi corazón lleno de lágrimas de cobardía, en busca de fósforos o un encendedor.
Conseguí una caja, casi suspiré de alivio pero al abrirla la descubrí tan vacía como mis esperanzas. Tuve que tantear por el suelo hasta conseguir mis pantalones, los que me quité a la hora de dormir pero que nunca llevé a su sitio.
Tenía una caja de fósforos en el bolsillo trasero pero mi pulso era tan errante en tal situación de miedo que todos los palitos salieron volando del interior y rodaron hasta debajo de la cama.
Cuando te despiertas de una pesadilla, cuando te liberas de la parálisis del sueño, el espacio bajo tu cama se convierte en tu peor enemigo. Es un albergue para las criaturas más curiosas y retorcidas que la imaginación puede crear. El único modo de combatirlo es mentirte, decir que no le temes, meter la mano con la respiración contenida y los ojos cerrados y demostrarte a ti mismo que nada pasa ahí dentro.
Eso hice, pero al estirar mis dedos a ciegas en busca de las cerillas perdidas, toqué algo más que me hizo retroceder al otro extremo de la alcoba, recoger las piernas y temblar hecho un ovillo.
El tiempo pasaba y el silencio era eterno, solo mis sollozos eran audibles. «No hay nada ahí, no hay nada ahí», me dije al menos mil veces. Pero sí había tocado algo, solo tenía que convencerme de que no era lo que pensé en un primer momento. Podía ser cualquier cosa, si mi pantalón estaba tirado en el piso podía tener mi propia Narnia debajo de la cama con mi desorden, pero no se me ocurría nada mío que tuviera vellos y emitiera calor, como la carne humana.
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La masacre de Nunca Jamás [Completa]
Mystery / ThrillerOlvida el cuento que conoces, puede que los villanos de esta historia te den menos escalofríos que sus cuestionables protagonistas. Iván Garfio, único sobreviviente de la masacre de Nunca Jamás, se atreve a contar su historia 20 años después. Listo...