Olvida el cuento que conoces, puede que los villanos de esta historia te den menos escalofríos que sus cuestionables protagonistas.
Iván Garfio, único sobreviviente de la masacre de Nunca Jamás, se atreve a contar su historia 20 años después.
Listo...
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El doctor me dejó de examinar. Se suponía que debía permanecer sentado en el interior de la pequeña habitación donde se me hizo el chequeo, pero en cuanto lo vi levantarse para ir a comunicar su análisis a mi padre, me escabullí detrás de él. Lo seguí hasta la sala de su hogar donde mi padre debería haber esperado sentado, pero estaba dando vueltas por toda la estancia, acomodándose los lentes intactos, inspeccionando los adornos y volviéndose a sentar. Aproveché la distracción para sentarme tras el respaldo de un sillón, con las piernas recogidas y mis brazos alrededor de ellas.
-¿Cómo lo ve? -preguntó mi padre.
-No le tengo malas noticias, pero tampoco unas muy alentadoras -respondió el doctor-. No he podido examinar la mano. Se ve limpio, no hay signos de infección y el chico asegura no tener sensación de ningún tipo, pero no puedo mirar la herida. Está demasiado encajado el garfio, se aferra a la piel y amenaza con desgarrarse cuando lo fuerzo. No hay modo, mi única sugerencia es amputar hasta el codo y hacer un muñón limpio. Las desventajas son las obvias, tendrá mucho menos brazo y no estoy seguro de hasta qué punto le servirá una prótesis.
-Hasta ninguno -expresó mi padre con resignación-. Está claro que no volverá a usar su mano izquierda. Parece un chiste que ese garfio le sirva más que nada, pero confío en que quienes le hicieron eso, pese a su retorcido humor, se encargaron de hacer un trabajo limpio. Le dejaremos el garfio.
-Pero... -El doctor hablaba con cautela, pero se notaban sus ganas de expresar su preocupación-. Hay riesgo de infección, no sabemos cómo ha sido curada la herida antes de meterle esa... cosa. Y ese metal puede estar oxidado por dentro. No veo signos preocupantes, pero es mejor descartar...
-Me dice que no siente nada, ¿no?
-Pues no, pero...
-Esa me parece una buena señal. Si se le pone morado el brazo, lo llamaré, mientras tanto no le voy a poner a mi hijo para que usted se ponga a jugar a Operando hasta que se canse de cortar.
-Pero, Capitán... esa decisión no es suya. Hablamos de la vida de su hijo, corre el riesgo de una gangrena y si...
Detener aquella discusión estaba por completo en mis manos. Sabía bien lo que quería y lo que no, y si algo no me preocupaba llegados a ese punto de mi vida, era ese garfio. Un pequeño artefacto que no me provocaba dolor, que me hacía incluso más interesante, que me permitía muchas más acciones de las que un sucio muñón lo haría jamás, no sería un problema nunca.
Salí de mi escondite.
-Me quedo así -dije apático.
El cirujano parecía consternado, sin duda se preguntaba si estamos todos locos.
-Niño, no puedes...
-Sí puedo, usted lo ha dicho, esta es mi decisión. -Me encogí de hombros-. El garfio me gusta, y no quiero más cortes.