Capítulo 33: Game over

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Cruzar el bosque a Nunca Jamás fue como atravesar un campo de energía que separaba a Larem y su lluvia de un mundo tétrico de sombras y árboles

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Cruzar el bosque a Nunca Jamás fue como atravesar un campo de energía que separaba a Larem y su lluvia de un mundo tétrico de sombras y árboles.

Debajo de nuestros pies habían pequeños estallidos de hojas, ramas y frutos secos. Búhos fantasmas auguraban a nuestro alrededor sin que pudiéramos detectarlos, como el gato de Schrödinger, existiendo y a la vez no mientras la caja permanecía cerrada.

Es posible que los árboles también murmuraran entre ellos ante nuestra presencia, describiéndonos como intrusos, intentando ahuyentarnos. Pero esa noche, a pesar de las sombras y sus secretos, a pesar del aura mística de peligro que envolvía Nunca Jamás, a pesar de que no estaba tan mal acompañado, yo no tenía miedo. Esa noche no estaba menos que determinado. La encontraría. Tenía que hacerlo.

—No parece que estemos más cerca —comentó mi despreciable acompañante con desdén. Tenía las manos resguardadas en sus bolsillos de su abrigo desde que dimos el primer paso al otro lado del sendero, como si temiera que de tener sus dedos expuestos las libélulas y los cuervos se los pudieran arrancar.

—Si yo sigo avanzando es porque estamos más cerca. Sé lo que hago.

—No, no parece en lo absoluto que sepas lo que haces. Eres solo un niño, no sé por qué confío en ti.

—La chica a la que preñaste también era una niña, huevón.

—No empieces con...

Me di la vuelta en un arrebato de ira que no tuve tiempo de controlar, con una mano encerré su camisa en un puño y lo atraje hacia mí. Lo tenía muy cerca y respiraba con furia sobre su rostro. Acerqué mi garfio a su nariz y metí la punta en su fosa nasal conteniéndome para no clavárselo.

—Pierdo la paciencia contigo, Eliot, hace tiempo que me queda muy poca. Cierra la puta boca si no quieres tener mi garfio de piercing por el resto de tu vida.

Él ni siquiera se inmutó, por el contrario, se rió un poco hasta dejar en su rostro una amplia sonrisa que solo empeoraba mi genio. Me estaba provocando. Sus ojos decían «Hazlo, Garfio, échale bolas», pero de sus labios no salió ni una palabra.

Lo solté sin recurrir a la delicadeza, como a la escoria que era.

—Tu sonrisa me molesta —dije mientras lo veía acomodarse el cuello de la camisa—. Recuerdo perfectamente las historias que me contaste. Tienes problemas de ira, pero yo tengo problemas de Garfio. Si sigues sonriendo así te voy a coser la boca con mis manos.

Reanudamos nuestra marcha. La tensión era tan densa que se convirtió en una maso antropomórfica que nos acompañó todo el camino en silencio. No dejaba de apretar el puño por tener que estar con él como si nada, el chico que le desgració la vida a mi amiga para quitársela de encima, el mismo que se había besado con mi crush mientras fingía devoción por Marti.

Una rama crugió detrás de nosotros, ninguno de nuestros pies fue el causante, así que volteamos a la vez a ver qué había sucedido tras nuestras espaldas. La sensación angustiante solo se acrecentó cuando al voltear vimos una rama cargada de hojas catapultarse hacia arriba su posición natural, como si hasta entonces una mano la hubiese estado manteniendo baja para poder espiarnos.

La masacre de Nunca Jamás [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora