8.

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«Destello»

Finalmente llegó la hora para realizar la misión que Erwin le había encargado personalmente.

Una carroza le esperaba para llevarla a la lejana capital que era protegida por el muro Sina.

¿Realmente tenía que subirse en aquel vehículo movilizado por dos caballos?

Podía ir con Balerion, sería más cómodo y no sentiría la necesidad de mantenerse alerta. Aunque si lo hacía, tardaría más días en regresar, Balerion llegaría agotado y ella probablemente terminaría perdida a mitad de la ruta.

— ¿Señorita Irene Vermilion? — habló el hombre que conducía la carroza, levantando cortésmente el sombrero que adornaba su cabeza carente de cabellos.

— Si, soy yo.

Subió con cuidado, examinando los detalles de las calles, sin poder evitar pensar que había alguien escondido decidido a atacarla. Pero solo era su instinto de supervivencia manteniéndose alerta y percibiendo cualquier movimiento para evitar que su vida fuera arrebatada de sus manos.

No podía evitarlo.

Irene apoyó su mejilla en su mano izquierda mientras miraba indiferente a las pocas personas que caminaban por la oscura ciudad.

Se preguntaba si la vida bajo el resguardo de los muros era mejor. Esas personas se veían felices, como si no supieran la existencia de un mundo exterior que no tenía barreras.

Oh, eso era...

Una mueca de molestia apareció en su rostro al notar la ilusión que amaparaba a la gente, encerrándolos en una falsa realidad creada por la ignorancia o el deseo de vivir "seguros" en aquella cadena de dolor y agonía interminable.

Sin embargo, ¿Qué pasaría cuando los titanes lograran penetrar los muros que tanto refugiaba a la humanidad?

Aunque su objetivo era seguir viviendo, prefería arriesgar su vida que vivir encerrada nuevamente.

— Será un viaje largo... — susurró soltando un largo suspiro, preparándose mentalmente para afrontar las largas y aburridas horas que pasaría dentro de aquel vehículo.

Entregaría ese documento rápido, y lo protegería hasta ver que aquel hombre llamado Darius Zackly tuviera en sus manos el pergamino que Erwin le había confiado.

Y fue tal como lo había planeado.

Tres días después regresó a la base militar, logrando ingresar sin originar sospechas de los demás soldados, ya que todos estaban ocupados entrenando para la próxima expedición.

— Llegaste a tiempo. — oyó la inolvidable voz de Erwin, que terminaba de supervisar a los reclutas. — ¿Cómo te fue?

— Terrible, me duele el trasero. — se quejó mientras estiraba sus músculos adormecidos. — Y el pergamino está seguro. — dijo en voz baja, para que nadie más pudiera oírlo. 

— Bien. Esa fue mucha información, pero es bueno escucharte decir más de dos palabras. — bromeó con un ligero alivio reflejado en su rostro.

— Eso es todo, hablamos luego. — dijo cuando vio a Levi acercarse junto a sus dos compañeros.

— Lo entiendo. — habló Erwin dándose cuenta de la presencia de esos tres integrantes de la Legión.

Dicho eso, se marchó junto a los demás superiores para reunirse y acordar la nueva formación que llevarían a cabo en la próxima salida al exterior.

— ¡Irene! ¿Dónde estabas?

La voz animada de Isabel sonaba cerca de sus oídos.

— No llegaste a dormir... y no te vi en varios días. — continuó hablando con un aura inocente.

— ¿Te encargaron algo? — preguntó Farlan con un rostro pensativo, comenzando a sospechar.

Ninguno de ellos era tonto. Irene lo sabía, y por eso tenía mucho cuidado con ellos.

— Si. — le respondió Irene con la misma tranquilidad que tenía su voz. — Tuve que entregar un documento para que aprobaran la salida de la Legión.

— ¡Oh, comprendo! Discúlpame por ser muy entrometido... — pronunció el joven más alto, sintiéndose nervioso al ver la mirada apagada de la joven.

— Tenían que saberlo. — dijo ella, dirigiendo su mirada a Levi, que se había mantenido en silencio durante todo ese tiempo.

Estaba cruzado de brazos, mirando a un punto inexacto, hasta que de repente esos ojos azules grisáceos chocaron con los orbes aceituna de Irene, creando un extraño destello que se transformó en una inexplicable sensación de incertidumbre.

— Me alegro que hayas llegado bien. — dijo Isabel con una gran sonrisa en su rostro, sorprendiendo el calmado espíritu de Irene con esas palabras cálidas.

¿Qué significaba? No se sentía forzado.

Esa pregunta daba vueltas en su mente, hasta que finalmente Irene concluyó que ellos no eran malas personas.

Descubrió que tenían motivos similares y que por eso luchaban.

¿Cómo podía juzgarlos si peleaban por la misma razón: vivir libres?

Eterno RetornoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora