La noche sombría apareció en el cielo, pintando el final del día con los colores fríos de angustia y decepción.
La luna ya no lucía radiante, las estrellas no brillaban en el firmamento, y un frío viento golpeaba bruscamente.
En la torre alejada del cuartel, estaba Irene, encerrada en sus pensamientos imprecisos, sentada en el suelo mientras contemplaba el oscuro universo.
El sigiloso sonido de pasos lentos y perezosos anunciaron la presencia de alguien más, sin embargo, Irene no pudo escucharlo, estaba perdida, escapando de su realidad, imaginando las cosas maravillosas que podía encontrar o realizar cuando el día de su independencia llegase.
Pero, solo imaginaba. Lo sabía.
Un largo suspiro lleno de cansancio y tristeza escapó de sus labios, inundando el ambiente con una sensación de soledad penetrante.
— Oye...
Irene giró ligeramente desconcertada, observando el perfil del hombre que se encontraba sentado a unos metros, atisbando la oscuridad del cielo al igual que ella.
— ¿Qué pasa? — preguntó, manteniendo su tono habitual; calmado, suave, pero firme.
El silencio que hubo parecía eterno, haciendo que la distancia que los separaba se volviera mucho más grande.
— Sobre lo que dije antes, lo lamento.
Irene lo miró de reojo, sin entender porque se disculpaba de lo que realmente pensaba.
— ¿Por qué? — pronunció con una imperceptible molestia en su rostro. — Tenías razón. Es por eso que me dolió.
Levi giró a verla directamente, observando esos ojos aceitunas que analizaban el mundo con recelo.
— No. Estaba equivocado. — dijo, causando sorpresa en la suspicaz mirada de la joven. — Tú no estás sola.
Irene respiró hondo, y dejó salir el aire acumulado en sus pulmones, pensando en las palabras de ese hombre.
Las imágenes de Erwin y Hanji sonriendo levemente invadieron su mente, junto a otros recuerdos que inconscientemente atesoraba.
— Supongo... — susurró con una pequeña curva en sus labios.
— Yo decidí confiar en Erwin. — dijo de repente, como si estuviera pensando en voz alta.
— Vaya, vaya. ¿Y a qué se debe?
Levi levantó la mirada, con una expresión pensativa. No quería arrepentirse de esa decisión. Quería estar seguro, de no volver a sentir culpa en un futuro.
— ¿Por qué confías en él?
Irene no lo había pensado antes. No sabía describirlo en palabras, pero aún así, tenía la idea clara en su mente.
— Fui secuestrada cuando lo conocí, y había asesinado a todos para escapar; así que cuando me encontraron pensaron que era un demonio. — hizo una pausa, recordando las palabras de Erwin que la motivaron a seguir luchando.
— Sin embargo, a pesar de eso, Erwin me propuso salir del subterráneo. Estaba abrumada en ese instante, jamás en mi vida había experimentado ese deseo de rebeldía. Así que acepté.
Levi la escuchaba atentamente.
— ¿Por qué confío en él? Quizás porque ambos somos considerados monstruos. — explicó con serenidad. — Es cierto que al principio creí que él era un insensible. — rió de sus propias palabras. — Pero ahora, la verdad es que para mí, Erwin es solo... Erwin.
Sonrió levemente, y aunque le costó poder expresarse, Levi pudo entenderla perfectamente.
— Irene, voy a confiar en ti. — susurró, adquiriendo calma en su ser lleno de angustia.
— ¿Qué pasa con esa declaración tan espontánea? — bromeó, molestando al joven sentado cerca de ella.
— Tsk. Olvídalo, desde ahora te odio.
Irene se rió, sabiendo que era mentira. Aún seguían siendo huraños, y quizás por esa razón podían entenderse tan bien.
No sabían lo que pasaría en un futuro, pero de lo que sí estaban seguros era que jamás se iban a arrepentir de sus decisiones, y que la confianza que se habían declarado esa noche permanecería durante la eternidad, al igual que la lealtad que le tenían a Erwin y Hanji.
Años más tarde, Erwin Smith asumió el puesto de comandante de la Legión de Reconocimiento luego que Keith Shadis renunciara a su rango. Iniciando con ello una nueva era para la Legión, una llena de avances y descubrimientos significativos para la humanidad.
— Así que ahora eres el maldito jefe. — Irene rió levemente, apoyando su espalda sobre la pared de la nueva oficina de Erwin.
Él asintió con una sonrisa, quizás igual de impresionado que ella.
— Tengo una propuesta para ti. — soltó finalmente, sabiendo que ella dejaría de prestarle atención si hablaba mucho.
Irene lo miró con curiosidad, esperando que le dijera lo que estaba pensando.
— Me gustaría que fueses uno de los capitanes de los nuevos escuadrones.
Ella lo miró sorprendida por esa oferta. No creía tener las capacidades de un líder, o la elocuencia para motivar a sus compañeros. Sin embargo, también sabía que Erwin era muy obstinado y no aceptaría una respuesta negativa.
— No tengo otra opción. — pronunció entre bromas, sabiendo perfectamente que él debió haber visto algo en ella para encargarle esa importante función. Y el saber eso, le brindaba una repentina alegría que no se atrevía a exteriorizar.
— Me alegra contar contigo. — dijo Erwin, quedando sorprendido cuando vio a Irene poniendo su puño en la altura de su corazón, haciendo el saludo militar que ella tanto odiaba.
— Como digas. — Irene afirmó su puño en su lado izquierdo, realizando el saludo con firmeza y decisión, porque Erwin sería el único al que le entregaría su corazón para salvar a la humanidad.
