17.

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La noche era agradable. El viento acariciaba suavemente las frías mejillas de Irene y despeinaba sus cabellos marrones, convirtiéndolos en un gracioso desastre, según Hanji.

Las estrellas brillaban en el cielo infinito y la luna les mostraba el camino hacia su destino, un antiguo y lejano cuartel que utilizaba la Legión de Reconocimiento en sus inicios.

Finalmente habían llegado tras largas y agotadoras horas de viaje. Y por fin podían descansar, o al menos los caballos, porque ellas aún tenían trabajo que realizar.

— Buen chico. — musitó Irene mientras acariciaba la cabeza de su caballo, Balerion, quién lamió su mejilla con delicadeza, como si le estuviese respondiendo. — Está bien. — le sonrió ella, dándole más mimos antes de quitarle la montura para que pudiera descansar junto a los otros caballos.

— ¡Irene! — le llamó la energética capitana Zoë. — ¡Me adelantaré, nos vemos! — dijo de repente, sin darle tiempo de reaccionar.

— ¡Oye, espera! — Irene la intentó detener, pero ella se había marchado rápidamente, dejándola sola en el oscuro establo. — Maldición, Hanji. — farfulló mientras terminaba de alimentar y dar agua a los caballos.

Y suspiró con pesar, comprendiendo mejor a Moblit y su constante preocupación por la jefa del pelotón.

Pero ya hablaría con ella al respecto.

Así que por ese momento decidió guardar calma y paciencia para no alterarse ni angustiarse de más. Y salió del establo cuando terminó de cuidar a los caballos, para ir en búsqueda de la inteligente y extrovertida científica de la Legión de Reconocimiento.

Sin embargo...

— Maldición. — masculló al darse cuenta que no tenía idea de donde se había metido Hanji.

El cuartel General de investigaciones era un castillo muy grande, con un estado deteriorado. Tenía seis torres muy altas, y en su interior habían entradas a distintas habitaciones, además de un sótano.

Irene sentía que jamás saldría de ese lugar. Los pasillos eran eternos y la oscuridad le daba problemas para orientarse.

No quería admitirlo, pero sentía miedo y su corazón comenzaba a desesperarse.

La oscuridad siempre le había originado desconfianza, mucho más cuando era niña, porque no sabía ni podía prever si alguien en su alrededor intentaba hacerle daño.

Era un instinto que no podía olvidar ni siquiera con los años que había vivido fuera de la ciudad subterránea, y era un temor que no se había atrevido a contar, porque ya no le aterraba como antes, si no que solo la mantenía alerta a cualquier estímulo, especialmente si se encontraba en lugares cerrados. 

— Ya no tienes diez años. — se dijo a si misma en un susurro inaudible.

Pero aún con esas palabras, la serenidad que habitualmente mantenía en su rostro se esfumó al chocar con algo.

Rápidamente sacó la navaja que siempre ocultaba bajo su manga, y alzó su pierna cuando ese algo sostuvo su brazo.

— ¿Irene, eres tú?

La mujer de ojos aceitunas se detuvo de golpe al reconocer aquella voz grave, y bajó la pierna con la que estaba a punto de patearle al asegurarse de que se trataba de él.

— Me asustaste, imbécil. — musitó al recuperar el aire, sin que Levi pudiera escucharla.

— ¿Qué estabas pensando? — preguntó él al sostener y reconocer el pequeño cuchillo que ella siempre llevaba consigo.

Eterno RetornoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora