4.

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«Regresión»

El cielo era muy azul y el aire libre abundaba en sus pulmones.

La sensación de frescura en todo su cuerpo le hacía sentir tan pequeña en aquel nuevo mundo que se alzaba con soberanía ante sus ojos.

Pero había algo que realmente le molestaba.

¿Porque aquellas murallas se atravesaban en su búsqueda de la sublevación?

La primera vez que salió de la ciudad subterránea, sus ojos se cegaron ante la inmensa luz que emanaba del cielo, y sintió como volvía a respirar.

Pensó que su sueño se había vuelto realidad, pero más allá de aquella efímera euforia, halló tempestad. 

Y fue ahí donde comprendió, que solo se había liberado de un eslabón de aquella larga cadena que ataba a la humanidad.

"La pesadilla volvía a repetirse"

Había pasado un año desde que Irene se unió a la Legión de Reconocimiento por órdenes de Erwin Smith.

Aprendió a usar los equipos de maniobra tridimensional, que antes había intentado comercializar, y se mantuvo a lado de Erwin, porque, en ese corto tiempo, aquel hombre se había ganado su respeto.

También estudió junto a los demás, y entrenó al igual que los otros soldados. Aunque jamás dejó de ser un lobo solitario.

El comandante de la Legión la agrupó con el escuadrón del rubio que antes había conocido, y antes de dar más indicaciones, aclaró que la nueva misión se acercaba con rapidez.

Irene estaba segura que saldrían nuevamente de los muros, pero Erwin la sorprendió con el trabajo que debían realizar antes de partir al exterior.

Esperaba todo de aquel soldado, pero nunca pasó por su mente la idea de volver a la ciudad subterránea.

— Erwin, ¿Qué estás planeando?

— Hay un grupo de criminales, tres exactamente. — habló él con una serenidad única e imposible de cambiar. — Están creando alboroto en la ciudad. Y tienen los equipos que manejamos los soldados.

Irene recordó los tres equipos que había solicitado cuando vivía en aquel basurero; deduciendo claramente que otra banda los había tomado después de su "pequeña riña" con los comerciantes con los que trabajaba.

— Así que quieres atraparlos... Pero, ¿Porqué?  — resopló con cansancio, apoyando su espalda en la pared de la oficina. — Sabía que cobrarías tu cuenta algún día, pero esto no me lo esperaba.

Erwin se levantó de su silla y caminó hacia su ventana, mirando la caída del sol ante el sigiloso poder de la luna.

— Estás haciendo muchas preguntas, para ser alguien que no habla demasiado. — pronunció sonriendo levemente, guardando el secreto para sí mismo.

Ella no dijo más y cruzó los brazos, cerrando los ojos para contener la curiosidad que nacía en sus pensamientos.

— Me dices que debo hablar más, pero ahora te quejas. Se más claro, Erwin.

Antes de salir de la oficina del líder, la joven de cabellos marrones se despidió del militar levantando una mano, cerrando la puerta detrás de ella para después dirigirse a su dormitorio.

Y cuando llegó a su cama, se acostó de golpe, mirando al techo con sus ojos perdidos.

Volver a aquel lugar le causaba escalofríos.

Lentamente se fue durmiendo y sus pensamientos fueron tomando forma en sus sueños.

En su mente oía llantos que no eran suyos, y sentía una cálida mano sostener la suya con una melancolía que le causaba una gran herida en su pecho.

— Vuelve porfavor... ¡Irene!

Asustada, se levantó bruscamente entre llantos desconsolados. No conocía la razón por la que lloraba, y la sensación de haber tenido un largo sueño incrementaba su incertidumbre y desesperación.

Esas palabras se repetían una y otra vez en su cabeza.

No era la primera vez que tenía esa clase de pesadillas.

Trató de calmarse dándose una ducha, pero esa noche no pudo dormir.

La misión de la que había hablado Erwin llegó sin demora, y todos los soldados elegidos para aquel trabajo partieron hacia la ciudad más olvidada.

Todo sucedió como lo planeado e Irene comenzó a sospechar.

Los tres ladrones se separaron y ella junto a un corto grupo de soldados siguieron al líder que había escapado continuamente, logrando tener un control absoluto del equipo de maniobra tridimensional.

Si seguían jugando al gato y al ratón jamás lograrían atraparlo, ella lo sabía, así que se alejó del resto de su escuadrón para esperar oculta en uno de los edificios abandonados.

Mike, también fue con ella, adelantándose un poco al ver cruzar al joven de cabellos negros.

— Te daré la señal.

Irene asintió, anclando su equipo a un edificio cercano que la llevaba a un cuarto viejo y oscuro.

Aguardó hasta que Mike derribó al pelinegro, y salió aprovechando los pocos segundos en los que había perdido el equilibrio.

Lanzó una de sus espadas contra él, consiguiendo dañar el arma que le permitía elevarse y movilizarse por los aires. Sin embargo, pudo escapar de Mike.

El ladrón, al ver su instrumento dañado, puso los pies en la tierra; observando de reojo a la silueta que se posicionada detrás de su espalda. Y de un veloz movimiento, la navaja que tenía guardada en su bolsillo cruzó por el rostro de Irene, provocándole un corte superficial en la mejilla izquierda.

La capa que cubría el rostro de la chica dejó al descubierto su identidad, y al ver la velocidad de su contrincante, no dudó en mostrar la navaja que tenía guardada en una de sus mangas.

Pudo esquivar una de sus patadas, y el choque de sus puños hizo retroceder a ambos.

La recluta tomó el brazo derecho del pelinegro, y lo golpeó en el abdomen con su rodilla. Pero no se escapó de los golpes, y sin darse cuenta el aire que respiraba escapó de su organismo.

Se estaban mirando fijamente, analizando cuál sería el próximo movimiento del otro.

— Todo se vale. — susurró mientras estiraba el brazo que portaba la pequeña y peligrosa navaja.

El ladrón entrecerró los ojos, sin inmutarse. Estaba preparado para todo, pero cuando aquella mujer soltó su arma, sus ojos no pudieron evitar desviarse por un segundo.

Y supo que había cometido un error.

— Maldición. — soltó con el ceño fruncido al verla tan cerca.

Irene cayó sobre él, amenazándolo con la espada que le quedaba.

— Si te mueves te corto el cuello.

"En las peleas sucias, todo vale"

Eterno RetornoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora