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— ¡Levi, Irene!

Llegó de repente el comandante Erwin Smith, montando su caballo blanco con elegancia y con una expresión de preocupación y frustración cargada en el rostro.

— Nos vamos.

Ambos capitanes lo vieron sorprendidos y en desacuerdo. Aún quedaban titanes alrededor, y muchos de sus soldados combatían contra ellos en ese mismo instante.

— ¿Qué? — hablaron los dos al mismo tiempo, reflejando su discrepancia. — Aún hay titanes aquí.

— El titán colosal apareció nuevamente. — informó el comandante, observando como ellos cruzaban miradas preocupadas y llenas de temor.

Aún así, no podían dejarse llevar por el miedo. Había algo más importante de por medio.

Ambos capitanes actuaron con rapidez, y llamaron a sus escuadrones respectivos para dirigirse a Trost, la ciudad del muro Rose que estaba bajo ataque.

La tragedia de hace cinco años se repetía, y el panorama atroz se veía reflejado en sus ojos llenos de angustia, e impotencia.

Los gritos de aquellos soldados caídos inundaban el ambiente de desesperación y miedo.

Algunos quedaron paralizados por la conmoción, y otros compañeros seguían luchando, intentando escapar de las enormes manos de esos titanes. Pero la desventaja era inmensa, la victoria de los gigantes parecía tomar nuevamente parte del territorio humano, y junto con ello las vidas de quienes combatían por distintos ideales, pero con la misma intención: Ser los cazadores de esas bestias, y vivir libres.

— ¡Señorita Irene!

El llamado de Johann le hizo girar la cabeza, para poner toda su atención en la información que le daría a conocer en ese momento.

— Parece que estos titanes también son excéntricos. — pronunció la pelirroja, mostrando concentración y molestia en sus ojos ambarinos. Lo que sucedía era muy extraño. — Se dirigen a un punto específico. Estoy segura.

Irene creía lo mismo, ya que no solo habían ignorado su presencia antes, si no que la mayoría de esos titanes iban en la misma dirección, siendo atraídos por algo que aún desconocían.

— Es así. — la mujer de ojos aceitunas señaló a las bestias que caminaban hacia un lugar que desprendía humo. — Lo que está allá, al parecer les llama la atención.

Ambas observaron el panorama lleno de una sensación desesperante, frunciendo el ceño al pensar en lo que podía estar pasando.

— ¡El comandante Dot Pixis está a cargo de esta misión! — informó Vivak mientras caía sobre el tejado de la casa en la que se encontraban. Alfred y Emilio llegaron al mismo tiempo, y Cathy minutos después.

Ellos respiraban agitados, y recuperaban el aliento que el escaso tiempo podía permitirles.

— ¡Es un titán, lo están protegiendo! — exclamó Emilio, aún sorprendido por lo que vio cuando fue a recolectar información. — ¡A un titán! — dijo consternado y confundido.

— Lo que dice Emilio es cierto. — habló Cathy, manteniendo la serenidad que caracterizaba su rostro moreno, aunque eso no quitaba el hecho de que tuviera miedo. Porque al igual que sus compañeros, el temor e incertidumbre se asomaba en sus ojos, por más que intentaban olvidarse de aquel pensamiento.

— Pero hay algo más importante que debe saber, Capitana Irene. — añadió Alfred, apretando los puños al recordar la información que obtuvo. — Ese titán es un humano.

Irene lo miró exaltada por un momento, tratando de enlazar todo lo que ellos le habían mencionado para llegar a una conclusión clara y lo más precisa posible.

— ¿Un humano? — susurró para si misma.

Suspiró para aliviar el asombro que invadió su ser de forma tan abrupta, y se preparó para dar una orden.

— No llamemos su atención. — dijo Irene, mirando a cada uno de ellos y notando la cantidad de gas que les quedaba para poder movilizarse.

Era suficiente, pero nadie tenía la certeza de cuanto tiempo tardarían en evacuar la ciudad de Trost para finalmente subir los muros. Así que desperdiciar esos recursos valiosos no era opción.

— No inicien combate si no es necesario.

— Pero esos titanes pueden comernos de un bocado. Es arriesgado. — expresó Johann, mostrando su duda y preocupación.

Era entendible, pero más peligroso era quedarse inmóvil en medio de esa catástrofe.

— Ahora ellos están concentrados en un solo punto. Debemos ahorrar lo que nos queda de gas y cuchillas. Así que no gastemos lo que aún tenemos en movimientos innecesarios. ¿Entendido? — pronunció con firmeza, observando el saludo militar del que aún no podía acostumbrarse.

— ¡ENTENDIDO! — gritaron con respeto, siguiendo a su lideresa. Saltando de un tejado a otro al igual que aquella mujer de pocas palabras que tanto admiraban.

Confiaban en lo que decía y creían en ella, porque Irene les había demostrado que en sus decisiones frías y a veces inesperadas, siempre tomaba como prioridad sus vidas.

Y eso para ellos era suficiente, porque aquella voluntad por sobrevivir y aquel espíritu renuente era lo que caracterizaba al escuadrón de contraataque.

Eterno RetornoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora