Una señal de humo apareció en el cielo dorado, marcando la primera victoria de la humanidad.
Una luz brilló en medio del atardecer, celebrando el primer triunfo obtenido a costa de muchos sueños, amigos, y familiares que jamás podrían regresar.
La esperanza lentamente se iba convirtiendo en una eterna melancolía sin retorno.
¿Qué más tendrían que sacrificar para finalmente ser libres?
Sus vidas, sus almas, todo lo darían. Pero, ¿Eso sería suficiente?
La pesadilla interminable se sentía tan vívida, que muchas veces no diferenciaban cuál era la realidad.
Cada vez que abrían los ojos alguien más moría. Y cada vez que los cerraban, podían oír claramente los gritos de horror de quienes no pudieron salvar.
Nadie quiere morir tan pronto. Así que, ¿Qué más entregarían al destino?
Sin importar como, buscarían la forma de seguir viviendo y continuamente encontrarían algo o alguien a quien aferrarse para no perder la fe en la extensa batalla.
La lucha no terminaba, tenían eso muy claro.
Por eso no podían desaprovechar el repentino y escalofriante rayo de esperanza que apareció para mostrarles otro camino.
Tenían que proteger esa oportunidad, tenían que mantener vivo a Eren Jaeger.
Y quizás solo así, alcanzarían a ver la ansiada libertad.
— ¡Ahora!
Las siluetas borrosas del escuadrón de contraataque se visualizaron a través del sofocante vapor que emitían los titanes al ser cortados por sus sigilosos y precisos movimientos.
Lograron derribar a la fila de titanes que se habían agrupado cerca de la puerta del distrito de Trost.
Sin embargo, cada vez aparecían en mayor número.
— ¡Maldición, dejen de aparecer!
Cathy cortó los talones del gigante que enfrentaban, y Alfred tomó la mano de Emilio, impulsando el cuerpo del chico hasta el cuello del titán.
— Muere.
Las espadas de Emilio cortaron bruscamente el hilo de vida que mantenía a ese titán de pie.