3.

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«Sol del mañana»

Apenas podía ver, sus ojos nublados se perdían en la oscuridad y frialdad de aquel cuarto.

Había viajado por muchas horas, tantas que ya no pudo identificar el camino por el que la estaban obligando a ir.

— ¿Cuánto crees que nos den por ella? — oyó débilmente. — Tiene un buen rostro...

— Nos pagarán bastante. Ya tiene edad suficiente.

Las voces se iban alejando cada vez más, y el momento de escapar se acercaba con sigilo.

Le habían quitado la navaja que había escondido con anterioridad, y le dejaron amarrada a una silla de madera.

— Igual, tenemos que tener cuidado, la policía militar está rondando por aquí.

La joven al no sentir la presencia de sus secuestradores, forcejeó con las fuertes cuerdas que ataban su cuerpo delgado y pequeño.

Aun estaba débil y no tenía equilibrio.

Maldijo su condición, y en un corto momento, puso en juego su última salida.

Se balanceó en la silla y cayó de espaldas a propósito, quebrantando la madera de la silla para al menos liberar la presión en sus muñecas y así poder soltarse.

Sin dudarlo, se levantó al terminar de desatar los nudos, y se escondió en el cuarto siguiente al escuchar los pasos apresurados de aquellos hombres.

Tomó los restos de la madera rota, y al verlos cruzar la puerta, guardó silencio.

— ¿Se escapó?

— No puede, este lugar solo tiene una salida. — alegó el otro. — Revisemos en todos los cuartos.

Su respiración la delataba, y uno de ellos pudo percibirlo.

Faltaba poco para que pudieran encontrarla.

— Estás aquí.

Esa fue la señal.

Cuando cerraron la puerta tras ellos, un golpe en sus cabezas les hizo tambalear, pero no fue tan fuerte para derribarlos.

La joven no pudo mantenerse de pie por mucho tiempo, y sintió como era levantada por el cuello.

Su respiración le fallaba y su rostro se tornó pálido por la falta de oxígeno.

Morir así le parecía patético. Había aprendido a cuidarse sola, pero se dió cuenta que no siempre las cosas salían como ella quería.

No podía quedarse en esa situación.

Odiaba esos segundos donde se sentía vulnerable.

Con la poca fuerza que le quedaba sacó la madera puntiaguda que guardaba oculta en sus mangas, y la incrustó directo en la yugular del hombre.

— Eres inhumana. — pronunció el otro criminal, entre temblores, antes de recibir el mismo destino final. 

Quizás si lo era, tal vez ella había perdido sus sentimientos en aquel horrendo lugar en el que había crecido amargamente.

«Al final... Perdí»

Cayó rendida, sin poder mover ni un solo músculo.

La chica cerró los ojos con impotencia, sucumbiendo al terror de la incertidumbre.

Y al haber pasado media hora, un grupo de personas encontraron la escena del crimen.

Impactados no supieron que decir, solo esperaban las órdenes de su líder.

— Señor, ¿Qué hacemos ahora? Esto es trabajo de la Policía Militar.

— Señor, con todo respeto. No podemos dejarlo así. Debemos informarlo, además, esta no era nuestra misión.

Aquel hombre encargado miraba a los cuerpos, tratando de enlazarlo con el caso que estaba investigando.

— Si. Ya no podemos hacer nada ma-

Pero se detuvo cuando vió el imperceptible movimiento del cuerpo de la joven, y ordenó a los demás a verificar el pulso de la mujer tendida en el suelo.

— No puede ser. Está viva... Entonces, ¿Ella hizo esto? — comentó uno de los subordinados. 

— No me toques...

Se oyó un débil susurro antes de que aquella muchacha tomara una de las espadas que tenía aquel que intentaba ayudarla. 

Todos sacaron las mismas armas, apuntando hacia la única sobreviviente. Y en ese momento, ella pudo comprender, que no eran cualquier clase de personas.

Los que tenía enfrente eran soldados.

— ¿Cuál es tu nombre? — preguntó el líder que comandaba esa misión.

No pudo ver cómo era, solo distinguía que era alto.

— No te incumbe.

Ella se preguntaba en sus adentros porque debía decírselo, si ni siquiera lo conocía, no podía confiar en él.

— Oye. — la única mujer en aquel escuadrón la miraba con el ceño fruncido al ver su insolencia.

— No hay problema. — se dirigió a su subordinados, y giró nuevamente hacia la joven que lo retaba con la mirada. — Volveré a preguntar, ¿Cuál es tu nombre?

— No te... — Suspiró con resignación, sabiendo que ese soldado no se iba a rendir fácilmente. — Irene, ¿Satisfecho?

— Mi nombre es Erwin Smith, y tengo un trato interesante para ti, Irene.

¿Qué planeaba? ¿Y que hacía en la ciudad subterránea? La joven de ojos aceituna lo miraba entre la poca luz que recibía del exterior.

Cuando salió del lugar donde estaba cautiva, se detuvo en seco al ver el emblema de capa verde.

— Si me ayudas, saldrás de la ciudad subterránea, te unirás a la legión de reconocimiento y todos tus crimenes serán olvidados.

Irene sabía lo que él haría si se negaba, así que estaba analizando todo lo que había dicho ese soldado.

Aquel rubio de ojos azules tenía todo calculado.

— ¿Aceptarás o quedarás atrapada por siempre?

Sintió escalofríos al ver esas alas bordadas en aquel uniforme, y su deseo de escapar de aquel hoyo le incitaron a aceptar esa propuesta.

— No me queda de otra.

Una luz iluminó a aquel hombre, y ante los ojos de Irene, una bandera de rebeldía se movía bruscamente al ver la libertad en persona.

Eterno RetornoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora