Las tres semanas faltantes para el día de la expedición corrieron velozmente como las hojas que llevaba la brisa, trayendo consigo un mal presagio que anunciaba la muerte.
El sonido de pasos apresurados y voces temblorosas reinaba en el cuartel de la Legión de Reconocimiento, creando un ambiente denso, lleno de frustración, miedo y odio.
Los segundos pasaban, generando ansiedad en el alma de los soldados.
Pronto saldrían a enfrentarse con aquellas criaturas enormes que impedían el avance de la humanidad. Los atacarían directo al cuello, sin dudar, mostrando que obtendrían su libertad a toda costa.
"Pero, ¿Quién morirá esta vez? "
Las piernas de los reclutas recién llegados temblaban, sin embargo, aún con el temor de ser los próximos en caer apretaban sus puños, acomodando las correas de su uniforme y verificando el estado de sus equipos de maniobras tridimensionales.
— ¡Prepárense! — habló firme el comandante Keith Shadis, levantando una de sus espadas con ímpetu.
El grito de toda la Legión opacó la angustia, y los obligó a crear valor para defender sus ideales.
Los soldados subieron a sus caballos, manteniendo la mirada atenta y la cabeza en alto.
Aún así, el nerviosismo torturaba la mente de muchos, e invadía sus pensamientos, haciendo que no pudiesen actuar a tiempo.
Un golpe sonó en la parte de atrás, llamando la atención de la joven que estaba más cerca.
— ¿Qué pasa? — preguntó Irene, bajando de su caballo para verificar lo que había caído de forma estrepitosa.
— No puedo... No puedo hacerlo. — habló el hombre que estaba de rodillas en el suelo, tratando de ajustar sus correas sin éxito. — ¡Maldita sea!
— Basta. — le dijo tratando de calmar el temblor de las manos de aquel soldado. — Calma-
— ¡No debí elegir esta rama! — gritó, haciendo que los demás soldados giraran a verlo con sorpresa. — ¡Sabía que esto pasaría! Sin embargo... ¡Quise ser valiente! ¡Pero no es a-
Un fuerte golpe en su mejilla interrumpió sus palabras, callando sus gritos y parando sus nervios al sentir el dolor en su pómulo derecho.
— Pero ya estás aquí. Así que levántate, porque no hay vuelta atrás. — pronunció mirándolo a los ojos, observando como aquel soldado tocaba la zona que había impactado su puño.
Nuevamente se dirigió a Balerion, acomodando su montura para poder subirse.
— Y solo piensa en sobrevivir. — le dio una última mirada antes de avanzar junto a su escuadrón liderado por Erwin Smith.
La puerta que conectaba al exterior se abría lentamente ante las expectantes miradas de los militares.
— ¡AVANCEN!
Las largas alas en sus capas verdes se agitaron con el violento y fresco viento que chocaba en sus rostros al cruzar el túnel que finalmente les mostró la claridad y pureza del cielo azul.
El sol cegaba sus ojos verdes oliva, llamando su atención por varios segundos. Se veía tan imponente, y las nubes que trataban de ocultarlo parecían esponjosas.
Se sentía libre... o eso era lo que pensaba hasta que visualizó al primer titán acercándose a las tropas.
— Erwin, un titán de quince metros a la vista.
— Da la señal.
Irene disparó un proyectil de humo color rojo, avisando la presencia de un titán.