6.

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Se quedó perpleja, soltando la mano de Levi de inmediato al sentir un peso en su corazón.

— Sabes que... — Irene aclaró su voz antes de escapar de la mirada helada y analítica de aquel recluta. — Dante y tú se llevarán bien. Y por cierto, mañana es el entrenamiento con los caballos, ni se te ocurra faltar.

— ¿Y ahora qué diablos te pasa?

Levi no podía hallar el momento para detenerla al notar ese cambio brusco en su comportamiento. — Oye.

Paró en seco toda la voluntad que Irene había guardado en su interior para no salir corriendo.

— ¿Que más deseas? — resopló la de ojos aceitunas, deteniéndose en dirección a los cuarteles.

— Tu herida. — Levi señaló la mejilla izquierda de la joven de baja estatura. — Está sangrando otra vez...

— ¿Qué?

Irene acercó una mano a su pálido rostro, verificando si lo que él decía era cierto. Y con un ligero ardor en la parte que el pelinegro había señalado, pudo corroborar que el corte que había olvidado curar estaba fastidiándola nuevamente.

— Imbécil, no fue tan superficial que digamos. — renegó en voz baja, sin que él pudiera escucharla.

— Y además, Farlan e Isabel...

Lo escuchó, prediciendo lo que diría a continuación.

— Lo entiendo. — dijo ella con un tono suave y calmado, apesar que en su interior era todo lo contrario a lo que reflejaba en su voz. — También les ayudaré con sus caballos.

Y fue así, Irene cumplió con su palabra antes del atardecer, y después de haber terminado sus labores, se alejó de los demás, caminando hacia su cuarto sin dirigir palabra a nadie.

Cerró la puerta de golpe, apoyando su espalda en la madera oscura; mirando sus manos sin saber porqué aquella sensación se sentía tan familiar.

Era un deja vu que no tenía final, y que seguía siendo parte de sus pesadillas.

Un largo suspiro escapó de los labios de Irene, obligándola a cerrar los ojos para olvidar ese sentimiento de intriga y tristeza.

Sin embargo, lo único que pudo lograr fue crear un nudo en su pecho.

Resignada, abrió nuevamente sus ojos, quitándose la chaqueta de su uniforme y dejando la prenda en el borde de su cama.

Intentó dormir, pero esa extraña sensación no le permitía conciliar el sueño. Así que salió de su cuarto, en búsqueda de un nuevo lugar que le brindara paz.

El cielo violaceo iluminaba el rostro de Irene, guiando sus pasos hacia una torre muy alta y alejada del cuartel.

Desde ahí la vista era mucho más preciosa, más amplia, y sobretodo, le regalaba una sensación de libertad que tanto deseaba conseguir.

Las estrellas reflejadas en sus ojos aceitunas, y el cielo cambiando de color a cada minuto, era lo más extraordinario que había presenciado desde que salió de la ciudad subterránea.

— Se siente muy bien... — dijo para si misma, mientras sonreía ante las constelaciones que brillaban en el cielo oscuro. 

Y por solo un instante pudo respirar sin problemas, olvidándose de la ambivalencia del mundo en el que vivía.

Deseaba contemplar ese escenario por la eternidad. Sin embargo, sabía que detener el tiempo era imposible.

Horas después regresó a su habitación. Estaba cansada y confundida por el sentimiento atrapado en su pecho, así que lo único que anhelaba en ese momento era dormir en paz.

Abrió la puerta, caminó unos cuantos pasos sin tener problemas por la oscuridad, y llegó finalmente a su cama, agotada y sin ánimos.

Desabrochó los botones de su blusa, y fue quitándose las botas para poder descansar.

Se giró levemente, suspirando con pesadez.

— ¡Es un gusto! — habló una silueta frente a sus ojos.

— Puta madre. — dijo en voz baja, conteniendo un grito de sorpresa y miedo, antes de golpear inconscientemente a la figura desconocida.

— ¡Ay! — se quejó por el dolor en su cabeza. — Perdón por aparecer sin avisar... El capitán Flagon me asignó compartir este dormitorio, pero no hubo nadie y...

Irene bajó ligeramente la guardia cuando reconoció aquella voz.

— ¿Eres Isabel?

No la pudo ver por la falta de luz, pero supo que ella asintió con la cabeza.

— Lamento... golperte. — dijo la de ojos aceitunas sin saber como actuar con su nueva compañía. — No me avisaron que vendrías, aunque tratándose de Flagon, debí imaginarlo.

Isabel respiró, renegando por las órdenes absurdas y el mal trato que recibía de ese hombre.

— No hablas mucho, ¿Verdad? — preguntó la pelirroja con curiosidad y con una sonrisa nerviosa al no tener respuesta.

— Solo duerme ya. — habló brevemente antes de taparse los oídos con sus manos.

— Está bien. No hablaré más... — dijo finalmente, haciendo que Irene pudiera dormir tranquila. — Me recuerdas a mi herma-

Un golpe no tan fuerte la interrumpió, pero
al final de la noche, Isabel le contó casi todas las anécdotas divertidas que vivió junto a Levi y Farlan.

Y con eso una nueva duda se formaba en la mente de Irene.

¿Porqué Erwin les había pedido que se unieran a la Legión? ¿Qué estaba planeando?

Eterno RetornoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora