19.

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— ¡No te detengas!

Un puñetazo, una patada, y en tres segundos cayó al suelo.

— Levántate, Eren.

El joven se movió en la tierra, cansado y adolorido por el estricto entrenamiento con la capitana Vermilion.

— ¡Sí! — gritó con fuerza y determinación, logrando apenas ponerse de pie.

— ¡Una vez más!

Eren retrocedió torpemente.

Todos sus músculos le dolían, sus piernas temblaban al caminar, sus brazos no eran capaces de moverse con agilidad para defenderse, y su cuerpo respondía tardíamente a sus órdenes.

Era todo lo contrario a la Capitana Irene, que parecía luchar por puro instinto.

— ¡Concéntrate!

Nuevamente otro golpe en la pierna le hizo perder el equilibrio, tumbándolo bruscamente a la tierra con facilidad.

No podía resistir más. Había caído rendido.

La forma de pelear de la Capitana Irene Vermilion era muy distinta a la de las personas que conocía. Utilizaba más técnica que fuerza bruta, pero aún así era muy agotador y difícil lidiar con ella, porque la capitana no hacía ningún movimiento innecesario. Sus golpes eran certeros y dolorosos, dirigidos a las partes del cuerpo menos esperadas, sus movimientos eran precisos y rápidos, y su defensa era impenetrable.

Por más que Eren trataba de leer sus ataques, nunca lograba acertar, ni por casualidad.

Definitivamente la experiencia y habilidad de aquella mujer era abrumadora.

Él no tenía duda.

— Eso es todo por hoy. — dijo la mujer de ojos aceitunas al ver al joven recluta de bruces contra el suelo sin poder mover ni un solo dedo.

Eren asintió con la cabeza, poniéndose de pie lentamente con una expresión de dolor en su rostro al intentar caminar unos cuantos pasos.

— Con cuidado. — Irene lo sostuvo justo a tiempo antes de que cayera nuevamente, y lo ayudó a caminar hasta el comedor que su escuadrón había instalado en el patio trasero del castillo que estaban utilizando para mantener vigilado a Eren Jaeger.

— Lo siento... Y gracias, señorita Irene. — susurró el muchacho con la voz cansada, al sentarse en una de las bancas del comedor.

Pero la mujer de ojos oliva no le prestó atención. O eso fue lo que pensó el joven recluta al verla caminar por su lado sin decir ni una sola palabra.

— Toma. — pronunció Irene, ofreciéndole una cantimplora con agua fresca. — Toma. — repitió, con el ceño ligeramente fruncido al verlo dudar en extender su mano hacia ella.

— Gracias, señorita Irene. — masculló Eren con sorpresa y agradecimiento por la preocupación de la capitana Vermilion.

Y como de costumbre, Irene mantuvo su silencio habitual, sentándose a unos metros lejos de aquel chico, mientras aprovechaba en cerrar los ojos para descansar por unos cortos minutos.

Sin embargo, Eren interrumpió su momento de paz. Y provocó inquietud en su tranquilo y sereno espíritu con una declaración que jamás esperó oír en su vida. 

— Usted es increíble, señorita Irene. — pronunció el muchacho con una sonrisa llena de emoción y admiración que borraba los rastros del agotamiento en su rostro. —  ¿Dónde aprendió a pelear? — continuó preguntando con esa sonrisa en sus labios que lentamente fue desapareciendo al observar los ojos sombríos de la mujer de cabellos marrones que, a pesar de sus intentos de comunicarse con ella, permanecía en un silencio sepulcral. — Lo lamento, señorita Irene, no debí preguntar. — se disculpó el muchacho, pero la Capitana no reaccionó.

Eterno RetornoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora