Capítulo 13: Confesión

219 21 1
                                    

Seguí a Alois dentro de la iglesia ahora solitaria, pues todos habían salido luego de la boda. Podía notar por la mano temblorosa que tomaba la mía, que Alois parecía ponerse más nervioso con cada paso que dábamos.

-¿El lugar al que querías que te acompañara era aquí mismo?- Pregunte cuando se detuvo frente al confesionario.- ¿A la iglesia? Pensé que habías dicho que no pertenecías a esta religión.

-No lo hago pero hay algo que debo confesarte.- Aclaro Alois apretando mi mano delicadamente, se acercó a mi hasta que su rostro quedo a centímetros del mío y acaricio mis mejillas.- Y será más fácil si no miro tu rostro cuando lo haga... tengo tanto miedo de tu reacción, querido Ciel.

-Entiendo, sugieres que entres en el confesionario.- Dije tratando de entender.- Para que así puedas decirlo.

Alois asintió y sus labios temblorosos rozaron los míos de forma apasionada pero a la vez con lentitud y dulzura. Tenía una extraña sensación de melancolía, como si fuese a ser la última vez.

Nos separamos lentamente, la tensión fue aumentando mientras Alois se adentraba en el confesionario y yo me sentaba en donde debería de ir el sacerdote. No sabía que me diría pero no parecía que fuera a ser nada bueno, había llegado la hora en que al fin me diría la verdad: Aquel secreto que me había estado ocultando desde el principio.

-¿Ahora qué? ¿Debo rezar?- Le dije con fingida molestia, incapaz de soportar el silencio entre los dos.

-No, tal vez eso lo hagas después.- Dijo con una risa fingida, luego su expresión se volvió sombría.

Vi sus hombros tensarse, apretó los puños y frunció los labios como si estuviese molesto. Después pareció relajarse y al fin consiguió hablar.

-Soy un vampiro.



11 de Diciembre de 1772, Estiria, Austria

El conde Alois Jim Trancy era heredero de la fortuna de su familia y su imponente mansión, seguramente toda la sociedad pensaba que el joven era feliz con aquellos lujos. Pero nadie sabía lo que pasaba los últimos meses entre las cuatro paredes de su habitación: Su madre llevaba muerta casi un año y su padre había cambiado, meses tras la muerte de su esposa, comenzó a abusar de su hijo.

Tenían 3 sirvientas y un mayordomo. Hannah, una sirvienta albina que era la más querida por Alois, fue la primera en enterarse de la situación pero fue obligada por su padre a callar. Alois solía ir a llorar a los brazos de Hannah luego de que su padre abusaba de él y esta lo consolaba como una madre.

También una mañana en que el mayordomo notó la profunda tristeza reflejada en sus ojos azules, Alois le confesó que pasaba y le hizo guardar el secreto.

El nombre de su mayordomo era Claude y el joven lo amaba en secreto, sin embargo, su amor era correspondido y más tarde el mayordomo se le declaro a su amo. Llevaban meses siendo amantes a escondidas y Claude le prometió que escaparían juntos de su padre algún día.

Esa tarde de diciembre, las otras dos sirvientas que eran gemelas reían entre si susurrándose al oído mientras él almorzaba en la mesa.

-¡Basta!- Les gritó Alois, solía molestarse por lo más mínimo porque dormir tan poco lo tenía mal.- ¡Les exijo que me digan que tanto susurran!

Asustadas por su enojo, las sirvientas le confesaron que por la noche vieron a Hannah cerca del río hablando con un hombre pálido.

-¡Claude! ¡Llama a Hannah y haz que venga!- Le ordenó el joven, dirigió su mirada hacia las otras dos sirvientas.- ¡Ustedes, fuera!

El invitado | Ciel x AloisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora