Capitulo 1

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Lena Luthor descubrió con frustración lo difícil que resultaba
rascarse el estómago con las manos inmovilizadas por unas esposas. Giró e hizo rodar su cuerpo desnudo, pero no logró calmar el picor, que estaba ubicado aproximadamente a un centímetro por encima del estómago, No podía alcanzarlo ni con los dedos de los pies ni con las rodillas. Nada.
El sonido del metal rayando la cama con dosel, que los Luthor habían ido pasando de padres a hijos durante generaciones en perfectas condiciones, solo añadía más culpa a la que sentía.
-¡Maxwell! -gritó, sin obtener respuesta.

Había seguido cuidadosamente las instrucciones del artículo de la revista Raunch en el que se explicaba cómo podía poner más pasión a su relación. En aquellos momentos estaba representando lo de:
«Virgen indefensa seducida por un peligroso y atractivo desconocido».
Su prometido, que, presa del deseo, debería estar llevando a cabo todas las lujuriosas escenas que se describían en la revista y que ella le había subrayado en amarillo para que no se le olvidaran, estaba en el salón, pegado a su teléfono móvil.
Ella escuchó atentamente, pero no pudo escuchar la voz de Maxwell. Tal vez se le habían quitado las ganas de regresar al ver el cuerpo desnudo de Lena a la luz del día.
-¿Maxwell? -preguntó. Silencio-. ¡Maxwell!
La voz resonaba por toda la casa. ¿Por qué no la oía?
Respiró profundamente. Al aspirar el nuevo perfume que se había pulverizado por todo el cuerpo, arrugó la nariz. En los grandes almacenes le había parecido seductor y exótico, pero después de llevarlo sobre la piel durante horas, olía a perfume barato y empalagoso.
-¡Maxwell! ¿Estás ahí?
Nada. Una terrible sospecha se apoderó de ella. Maxwell tendía a obsesionarse con su trabajo, lo que lo hacía olvidarse de otras cosas. ¿Sería posible que se hubiera olvidado de ella y que se hubiera marchado?
Estar desvalida formaba parte de la fantasía, según aquella revista. Los «sexpertos» habían sido muy claros al respecto. Daban instrucciones muy detalladas para que cada mujer pudiera cumplir sus fantasías más salvajes.
Esas instrucciones habían dejado a Lena caliente e inquieta, ansiosa por crear «su propio drama erótico que la llevara a una orgía con orgasmos de proporciones legendarias». No era avariciosa. En realidad, se conformaría con un solo orgasmo. Por ello, había absorbido las páginas de la revista con la misma ansiedad que se prometía con:
«La concubina lavando la peana de su amo».
Afortunadamente, la revista había dividido las fantasías en categorías:
«Principiantes de alcoba», «Intermedios íntimos» y «Avanzadas eróticamente».
Por supuesto, había leído las páginas de las fantasías más avanzadas, pero, francamente, aunque se pudiera permitir todo el equipamiento, no se imaginaba queriendo jugar a cosas como: «Dominadora del burdel y colegial servil» ni nada que implicara a más de dos personas.
El hecho de exponer su cuerpo a la luz del día ya resultaba lo bastante intimidante, incluso delante de Maxwell, que no veía bien sin gafas. No.
«Principiantes de alcoba» resultaba más que suficiente. Además, en la intimidad de su dormitorio, ¿a quién le iba a importar lo que hiciera? Era libre de imaginar que se veía secuestrada por una exótica desconocida, por un Zorro enmascarado o por una pirata despiadada. Fuera quien fuera, tenía que ser alta, esbelta y musculosa. Ella era su prisionera, con la que podía hacer lo que quisiera...
Era una fantasía muy excitante, aunque Maxwell no era un peligroso y atractivo desconocido ni mucho menos. Sin embargo, ella tampoco era virgen, pero en aquellos momentos estaba indefensa. Otro tipo de ataduras más ligeras, como una corbata de seda, estaban plenamente desaconsejadas por la revista, que aconsejaba expresamente que se utilizaran esposas de verdad. Dado que Lena era una persona que siempre seguía las reglas, eran unas esposas de verdad las que la atenazaban.
Después de convencer a Maxwell para que pusieran en práctica aquella fantasía, de que ella estuviera completamente desnuda e indefensa a media tarde, en su casa, en una zona residencial muy respetable, ya no era excitación lo que sentía. Era vergüenza.
¿A quién estaba tratando de engañar? No era de extrañar que él hubiera salido corriendo. Lena no se parecía en nada a las modelos de la revista, de senos perfectos, estrechas cinturas, caderas ligeramente redondeadas y piernas como las de una Barbie. Parecía que los senos de Ella estaban más o menos sentados sobre su pecho, como si fueran montones de masa con unas pasas en lo alto. El resto de su cuerpo distaba mucho de ser voluptuoso. Cuando se quitara aquellas esposas, nunca volvería a sugerir que Maxwell y ella se apartaran de los coitos normales y corrientes, bajo las sábanas y en perfecta oscuridad. Gritó unas cuantas veces más, hasta que la garganta empezó a dolerle. No servía de nada chillar hasta quedarse ronca. Tendría que calmarse y esperar. Maxwell, tarde o temprano, se acordaría de ella. Respiró lenta y profundamente. No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba allí, pero le dolían los brazos. Además, tenía frío, hambre y necesitaba ir al cuarto de baño. ¿Dónde diablos estaba él?

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