Capitulo 12

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Entonces, apartó la mano para sacarse algo del bolsillo.
Al mirar, Lena vio un cuchillo y tragó saliva.
-¿Qué estás haciendo...?
Al notar que la mano izquierda le abandonaba los pechos, ella cerró los ojos y contuvo el aliento. Antes de que pudiera darse cuenta, sintió el aire fresco sobre sus partes íntimas a través de una abertura que kara había hecho en la media.
Tal vez el aire estaba fresco, pero ella no. Sentía una necesidad febril, un profundo deseo de que la poseyera y poseer a su vez. En su interior, hubo de reconocer que, en parte, aquella excitación se debía al hecho de que los guardas estuvieran a pocos metros y a que el juego en el que estaban metidas era peligroso. Cuando volvió a tocarla, tuvo que morderse el labio para no gritar de placer.
-Esto sí que me gusta -susurró kara, metiendo la mano bajo el tanga de seda que ella se había puesto aquella mañana.
Lena sintió la humedad que ella, descubrió al sentir cómo los dedos de Kara se deslizaban sobre ella, buscando y encontrando el centro de su placer.
Una vez más, volvió a taparle la boca con la mano. Antes de que tuviera tiempo de preguntarse el porqué, Lena sintió que le metía dos dedos, muy profundamente. Una vez. Y otra. Y otra más...
Se agarró a los potentes músculos de sus muslos, tratando de contener los movimientos incontrolables de placer. Sin embargo, no había ancla que pudiera detenerla. Sintió que un poderoso clímax se abría paso a través de su cuerpo, urgente y explosivo, mientras que la mano de Kara ahogaba sus gritos de placer.
Sin embargo, aquello no era suficiente. Lo único que había hecho era abrirle el apetito y recordarle la profundidad del deseo que sentía por Kara.
Tan silenciosamente como pudo, se dio la vuelta y se sentó sobre kara a horcajadas. Con manos temblorosas, encontró por fin la bragueta. Le bajó lentamente la cremallera del pantalón y tomó su anatomía, firme y cálida, entre las manos. Se tomó unos segundos para acariciarla, gozando con solo sentirla...
-Supongo que no... -musitó ella, anhelando sentirla dentro de ella.
-En el bolsillo. Estaba planeando ir a tu casa más tarde.

Lena esperó hasta que kara se lo hubo colocado. Entonces, levantó las caderas y la hizo pasar a través de la abertura de las medias. Tras apartar el tanga, la condujo hasta la cálida entrada de su cuerpo.
Miró su rostro durante un momento. Estaba rígida de tensión, con la mandíbula cuadrada y los ojos medio cerrados. Muy deliberadamente, le colocó la mano encima de la boca e hizo que kara hiciera lo mismo con la de ella. Entonces, con lentitud, la acogió en su cuerpo. Ella puso el ritmo. Este fue muy lento, en parte para que el ruido fuera el mínimo y en parte para ver cómo la necesidad iba aumentando en sus ojos... Vio cómo la frente se le iba cubriendo de sudor, cómo las aletas de la nariz se le hinchaban a medida que la respiración se le iba acelerando...
Lena sentía las mismas sensaciones. Trataba de llevar aire a los pulmones y, con cada movimiento de su cuerpo contra el de kara, sentía que la unión entre ellas se iba haciendo cada vez más profunda hasta que no pudo soportarlo más. Le apretó la mano contra la boca, a modo de aviso.
Kara respondió con el mismo gesto. Sus miradas se entrelazaron, diciéndose todo lo que no podían decirse con las bocas tapadas. Lena no pudo mantener aquel ritmo tan lento y lo aceleró, llevándolas a las dos más allá de todo control. Mientras su cuerpo se convulsionaba, poseída por constantes oleadas de placer, la mano de Kara impedía que los gritos pudieran escucharse. No dejó de mirarla y vio cómo sus ojos se oscurecían de placer y ella también alcanzó la cima del placer. Se hundió en ella, una, dos, tres veces y dejó que Lena sintiera la potencia de su pasión.
Ella se dejó caer sobre Kara, asombrada de que solo la agitada respiración que las dos presentaban no hubiera sido suficiente como para alertar a los guardas. Sin embargo, ellos parecían estar muy distraídos con las cartas.
-Con esta mano te gano.
-¡Vaya! -exclamó el que alimentaba a la rata-. Esta noche tienes tú toda la suerte.

Kara besó la palma de la mano de Lena y se la apartó de la boca.
-Se equivoca -susurró-. Soy yo quien tiene toda la suerte.
Lena quería tocarla y abrazarla, acurrucarse con ella en una cama y compartir los secretos de las enamoradas, pero, dadas las circunstancias, se contentaba con poderse reclinar sobre ella y besarla, lenta y profundamente.
Kara se dejó besar, pero se veía que no estaba dispuesta a seguir con aquello.
-¿Qué te pasa? -murmuró Lena.
-No quiero que esos guardas me sorprendan con el trasero al aire.
-De acuerdo.
Todo lo silenciosamente que pudieron, se colocaron la ropa. Cuando se volvieron a sentar a esperar, Lena tomó la mano de Kara. Juntas, escucharon otra partida de póquer, mientras ella trataba de no preguntarse dónde estaría la rata. Kara miraba el reloj de vez en cuando, pero estaba tan quieta como ella.
El aburrimiento fue apoderándose poco a poco de ellas. No habían encontrado nada, el suelo estaba duro y frío. Además, Lena se sentía muy cansada y se quería ir a casa.
Tal vez kara comprendió su estado de ánimo, porque la estrechó entre sus brazos y le depositó un ligero beso en la cabeza. Sintió profunda ternura por aquella mujer que había hecho que su vida fuera tan excitante. Se acurrucó contra kara y descansó la cabeza sobre su pecho. Durante unos minutos, estuvo escuchando los latidos de su corazón. Era una sensación muy extraña sentirse así, cuando estaban en un almacén con dos guardas, una rata y probablemente un cargamento ilegal de cocaína. Pensó en lo mucho que se alegraba de que Kara hubiera aparecido por allí. Pensó en lo que acababan de hacer y en lo mucho que deseaba volver a hacer, en casa, en la cama. Entonces, se quedó...
De repente se despertó. Alguien la estaba besando.
-Es hora de marchamos -le dijo Kara. Hablaba en voz muy baja, pero no susurraba.
Lena parpadeó y se estiró, al tiempo que trataba de recordar dónde estaba. Cuando lo recordó todo, se sobresaltó. Miró a su alrededor, preguntándose si todo habría sido una pesadilla, mezclada con un sueño erótico. Sin embargo, el frío cemento y el hambre eran tan reales que no le quedó duda que todo había ocurrido.
-No puedo creer que me haya quedado dormida. ¿Se han marchado ya los guardas?
-Están haciendo sus rondas. Vamos.
Kara la agarró de la mano y juntas empezaron a avanzar entre las cajas, en dirección a la puerta.
Kara manipuló el panel de seguridad que allí había y rápidamente abrió la puerta sin que sonara la alarma. Lena recordó la facilidad con que se había metido en su casa, a pesar de tener alarma, por lo que no se sorprendió de su habilidad.
En aquel momento, se dio cuenta de que no había pensado cómo iba a escapar de allí. Si Kara no hubiera aparecido, habría tenido que pasarse toda la noche allí, escondiéndose entre las cajas o en el cuarto de baño y, de algún modo, fingir que llegaba a trabajar al día siguiente con las ropas del día anterior. Solo de pensarlo, se echó a temblar.
-Vaya, me alegro de que se haya terminado todo.
Mientras caminaban por la oscura noche, Lena realmente pensó que todo se había terminado. Hasta que vio la valla.

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