Capitulo 19

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A modo de desafío, Lena se puso una ración extra de maquillaje y un traje de cuero rojo. Al entrar en recepción, se dio cuenta de que su elección de vestuario había sido muy equivocada. No podía llevarlo puesto sin dejar de recordar que era lo que llevaba puesto la primera noche que ella y Kara habían hecho el amor.
-Buenos días, Marilyn.
Lena había hecho todo lo posible para descubrir lo que estaba pasando en Oceanic, a pesar de que Kara no la había apoyado en nada. De hecho, había sido lo opuesto. No había hecho más que regañarla por sus deseos de investigar.
Además, le había roto el corazón, pero prefería no pensar en eso. Al menos, no aquella mañana. Había decidido que no volvería a llorar por Kara Danvers.
Al pensar que no la volvería a ver, en la injusticia de sus acusaciones, se le saltaron de nuevo las lágrimas sin que pudiera evitarlo.
De camino a su despacho, se paró en seco al ver el de Samantha. Parecía una floristería. Había cientos de rosas por todas partes, posiblemente miles, y de todos los colores, en jarrones, centros, ramos, sueltas... El aroma era insoportable.
En medio de todo aquello, estaba Samantha. Parecía estar perpleja, pero contenta.

-¿Son de George? -le preguntó Lena.
Samantha asintió y se sonrojó al mismo tiempo. Con aquella felicidad en el rostro, estaba aún más hermosa que el sábado.
-No nos hemos separado desde el sábado por la noche - susurró, sonrojándose aún más.
-Supongo que os habréis divertido mucho.
Sam se echó a reír. Era un sonido que Lena nunca le había escuchado antes.
-Esta es mi favorita -dijo, señalando una tetera de porcelana que servía como base para un centro floral de rosas. Tenía una tarjeta. Perdóname, cariño.
-Tienes que darle una oportunidad. Ya ves que cuando se disculpa, lo hace a lo grande. ¿Y las amiguitas?
-¿Las amiguitas? Son historia. Ayer estuvimos hablando durante horas y admitió que estaba cansado de salir con todas esas chicas.
-Eso es estupendo, Sam.
-Me ha pedido que me case con él -musitó la mujer, más roja cada vez.
-¡Oh, Samantha! -exclamó Lena, sintiendo que los ojos se le llenaban de lágrimas-. Me alegro tanto por ti -añadió, mientras cruzaba la sala para abrazar a su amiga.
-No sé cómo darte las gracias. Creo que, en el fondo de su corazón, siempre ha sentido algo por mí. llevamos años siendo buenos amigos, pero hasta que yo no le mostré que tenía coraje y que llevaba las riendas de mi vida, creyó que podría tenerme como amiga y seguir viendo a todas esas chicas.
-Sí. No fue el tinte del pelo, ni las ropas nuevas. Fue el carácter que sacaste con ellas.
-Sí -susurró Sam, hundiendo la nariz entre las flores-. Siento haberte abandonado el sábado. ¿Cómo te fue con Morgan?
-Muy mal. Saltó la alarma de mi casa, así que me tuve que marchar. Entonces, Morgan me acompañó y luego se fue.
-No estés tan deprimida, querida. Tal vez se puedan arreglar las cosas.
-No. Es demasiado tarde. Sam no sabía nada de Kara. Entonces, comprendió que la mujer debía de estar pensando que añoraba al extraño Morgan.
-No es...
¿Cómo se lo podía explicar? No era Edge al que echaba de menos en cuerpo y alma. No era él por quien lloraba. y no era Morgan quien la había abandonado.
Forzó una sonrisa y volvió a felicitar a Samantha.
-Bueno, es mejor que me vaya a trabajar.

===

Con un suspiro, Lena sacó sus archivos de fin de mes. Empezó con los archivos de los fondos de pensión. Mientras estaba examinando los pagos mensuales, un nombre le llamó la atención.
Dominic. Aquel era también el nombre del traficante de drogas sobre cuya muerte había leído en el periódico.
El corazón empezó a latirle a toda velocidad y la excitación se adueñó de ella. Lena se obligó a no sacar conclusiones. Podría haber más de una persona con ese nombre. El jubilado que constaba en Oceanic podía tener más de cien años y vivir en Florida.
Abrió un archivo que se titulaba «Registro de Servicios» y vio que estaba protegido por una contraseña. Creía que conocía todos los archivos, pero debía de haber pasado aquel por alto. Era la primera vez que se le pedía que introdujera una contraseña. Además, era un archivo muy grande. Supuso que no contenía nada más que datos personales sobre los empleados de la empresa, pero tal vez el título solo era una tapadera...
¿Sería allí donde se encontraban todos los secretos de Oceanic
o estaba protegido por una contraseña simplemente porque contenía información muy íntima? Sin embargo, tenía muchos datos privados en su ordenador a los que tenía pleno acceso. ¿Por qué proteger un único archivo?
-Toma unas cuantas flores -le dijo Sam, entrando de repente en el despacho de Lena-. Tengo que hacer sitio en mi escritorio.
-Gracias. Huelen muy bien -murmuró ella, aceptando un jarrón de rosas amarillas.
-Ese hombre es un loco. Deben de haberle costado una pequeña fortuna.
-y tú te lo mereces todo. No lo olvides. ¡Ah,Sam! Estoy tratando de sacar información sobre un empleado que está jubilado, pero mi archivo parece estar infectado. Tienes un duplicado, ¿verdad?
-Sí, claro, en mi ordenador. ¿Quieres que...?
-No importa. Iré yo misma.
-¿Quién es?
-Dominic Torreo.
-No reconozco el nombre, pero Morgan compró una empresa hace algunos años y, como tiene tan buen corazón, les ha dado pensiones a todos los que se han jubilado.
Mientras las dos mujeres iban al escritorio de Sam, Lena decidió que aquel no sería el adjetivo que aplicaría a Morgan. Rápidamente, empezaron a trabajar en el ordenador.
-Ese es -dijo Lena, señalando el que decía «Registro de Servicios»-. Creo que es posible que el señor Torreo esté recibiendo una pensión que no le corresponde y quiero echarle un vistazo a su expediente. No le digas nada a George o a Morgan, ¿quieres? No me gustaría crearle problemas a ese hombre sin estar del todo segura.
-Claro que no. Me alegra que seas tan diligente. En mi opinión, eres mucho mejor contable que tu predecesor.
-Gracias.
Lena imprimió el archivo entero. Se había dado cuenta de que era mucho menor que el que tenía en su ordenador y que no estaba protegido por una contraseña.
De vuelta a su despacho, leyó el archivo. Allí se decía que Dominic Torreo tenía sesenta y siete años. Los cheques de su pensión se depositaban directamente en una cuenta bancaria de Seattle. Tras examinar con rapidez los archivos, se dio cuenta que gran cantidad de los pensionistas tenían domiciliadas sus pensiones en el mismo banco.
Trató de entrar en el archivo secreto de nuevo, pero no pudo hacerlo. No obstante, estaba decidida a encontrar el código aquel mismo día.
Al menos, tendría algo que ofrecerle a Kara. Podrían ser unas pruebas definitivas a la hora de dejar al descubierto la organización de tráfico de drogas que había sido responsable de la muerte de su amiga.
Si podía encontrar el código de Harrison y descifrar los secretos de aquel archivo, habría dado un golpe mortal al tráfico ilegal de drogas.
Además, tratar de encontrar aquella contraseña le impedía pensar en el desastre en que se había convertido su vida amorosa.
Después de tomarse una enorme taza de café, se sentó a su escritorio y se puso a tratar de ser más lista que otro contable. Cabía la posibilidad de que, después de tantas molestias, el archivo solo contuviera cosas personales, pero no creía que fuera así. Sacó un cuaderno y fue anotando todas las combinaciones que
iba probando. Sacó unas antiguas nóminas de Harrison y metió su fecha de nacimiento, su apellido, su dirección y su número de teléfono. Nada. Se puso a pensar. Si ella fuera Harrison, ¿qué haría?
Seguramente el FBI disponía de programas para desbloquear contraseñas. Podría pasarles el archivo. Tarde o temprano, por
mucho que Harrison se hubiera esmerado en hacerlo muy complicado, terminarían por descubrir sus secretos.
Miró el reloj. Eran las cuatro. Trabajaría una hora más y luego informaría a Kara de sus descubrimientos. Aunque no podía decir que hubiera cumplido con su misión, sí se podría decir que estaba terminada. Pero si podía descubrir el código ella misma Cuando hubiera terminado la investigación, no había duda alguna de que Kara se marcharía de la casa de la señora Zor-el y no volvería a verla.
Si no lo hacía ella, lo haría Lena. Las acusaciones que había vertido sobre ella el sábado, tachándola de mujer fácil... Si creía aquello de ella, no podía amarla como lena la amaba a ella. La nueva Lena no aceptaría nada que no fuera un amor y una confianza completos.
Tarde o temprano, encontraría a una persona que se mereciera su amor. ¿Dónde? Cuando terminara todo aquello, tomaría, como Harrison, un avión a un lugar exótico para disfrutar de unas bien ganadas vacaciones. No pensaba quedarse en Metropolis, llorando.
El orgullo le hizo redoblar sus esfuerzos para descifrar el código de Harrison antes de que acabara aquella jornada.
-Piensa, piensa...
Se levantó y empezó a pasear por su pequeño despacho. Ella misma sabía que las contraseñas eran difíciles de recordar. Por eso muchas personas utilizaban algo muy evidente y usaban la misma contraseña para todo. Ella misma tenía debajo del teclado del ordenador de su casa un papel en el que estaban apuntadas sus claves de acceso a sus cuentas bancarias y otras contraseñas que necesitaba. ¿Tendría Harrison algo similar? Nunca había pensado en lo evidente.
Rápidamente, se sentó frente al ordenador y levantó el teclado. Nada
«Piensa>, se dijo, mientras tamborileaba los dedos encima de la mesa. Buscó en otras partes del ordenador y de la mesa, pero nada. Luego, giró la silla de un lado a otro. Por último, se agachó y, a cuatro patas, se metió debajo del escritorio.
-¿Lena? -dijo la voz de  Morgan Edge, Ella se incorporó tan rápidamente que se golpeó con el escritorio en la cabeza.
-¡Ay!
Como pudo, salió de debajo de la mesa, imaginándose el espectáculo que habría ofrecido a Morgan, con la minifalda tan corta. Un caballero se habría dado la vuelta, pero Morgan no lo hizo. Se puso de pie y se frotó con fuerza el golpe de la cabeza.

-Se me había caído un pendiente -mintió, mostrándole la joya en la otra mano.
Morgan asintió. Tenía la mirada perdida y la respiración muy agitada. Aquello hizo que Lena se sintiera como la estrella principal de un espectáculo porno.
-Parece que mi padre tuvo más suerte que nosotros con su cita la otra noche -dijo, señalando las rosas.
-Sí, tu padrastro y Sam parecen llevarse muy bien.
-Yo estaba esperando ver qué... qué tal nos llevábamos nosotros la otra noche...
Cerró la puerta del despacho. Instintivamente, Lena agarró el teléfono. Si trataba de hacerle algo, llamaría a Seguridad o lo golpearía con el auricular.
-Sí, bueno, en otra ocasión...
-¿Qué te parece esta noche?
-Lo siento. Ya tengo planes.
-¿Y mañana por la noche?
-¿Te lo puedo decir mañana? -preguntó, tratando de ganar tiempo.
-Supongo que sí -respondió él, algo contrariado.
Lena suspiró aliviada. No pensaba trabajar allí al día siguiente, ni ningún otro día. Por eso, estaba deseando regresar a la investigación. Aquella era su última oportunidad de descifrar el código de Harrison.
Rápidamente, se dirigió hacia la puerta. Y la abrió.
-Bueno, gracias por venir a invitarme. Ahora tengo que terminar unos informes de final de mes.
-Entonces, hasta mañana.
Cuando Morgan se marchó, Lena no supo por dónde continuar. No había nada que le diera una pista. Si hubiera sido una mujer violenta, habría tirado el ordenador por la ventana. Estaba harta de ver las palabras Contraseña errónea. Le daba la sensación de que las vería cada vez que cerrara los ojos.
Se le estaba acabando el tiempo, pero sabía que, si pensaba, podía ser más lista que Harrison.
Levantó la vista y se fijó en el póster que había en la pared, delante de ella. Resultaba extraño que, de todas las cosas que le habían contado de su predecesor, nadie le hubiera dicho que le gustaban las carreras de Fórmula uno. Si se fuera a quedar allí, lo reemplazaría por algo más de su gusto...
Lo miró fijamente durante un momento. ¿Habría asistido Harrison a aquel Gran Premio de 1977? Miró la combinación de letras y números. Era tan evidente que no podía ser... ¿Había tenido el código delante de los ojos durante todas aquellas semanas?

Un Poco De Diversión.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora