Capitulo 7

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Mientras estuvo planeando la caída de Morgan Edge mentalmente, él la había estado mirando de arriba abajo. En aquellos momentos, estaba observándola de un modo que resultaba algo estúpido en la época de los juicios por acoso sexual. Estupendo. Si su jefe pensaba que su nueva empleada era algo necia y, además, la encontraba atractiva, muy pronto sería como masilla entre los dedos para ella. Lo miró del modo más seductor que pudo imaginar, ya que nunca había mirado así a un hombre. No obstante, él pareció entender lo que ella parecía comunicarle, porque hinchó el pecho y le dedicó una sonrisa que no parecía del todo profesional.
Durante el resto de la visita, anduvo mucho más cerca de Lena de lo que era necesario.

Ella se congratuló por su éxito y trató de no sentirse halagada por el hecho de que un presunto traficante de drogas pudiera sentirse atraído por ella. Aquello no le había ocurrido nunca y, de repente, tenía a dos personas dedicándole miradas ardientes, en especial Kara.
El beso que le había dado casi la había dejado en el sitio. Mmm... Se calentaba solo pensando en ella. Por alguna razón que no llegaba a entender, justo cuando la había convencido de que participara en aquel caso, trató de convencerla para que no lo hiciera. Ni hablar.
La había reclutado para aquella misión justo cuando ella estaba desesperada por conseguir algún cambio en su vida. No podría convencerla para que dejara lo más divertido que había hecho nunca cuando ni siquiera lo había hecho.
Cuando Morgan Edge la dejó en el departamento de Contabilidad, había conocido a la mayor parte de los empleados y conocía el edificio al completo. Todo parecía perfectamente legítimo e inocente. Trató de no sentirse desanimada, porque sabía que su talento se vería mejor empleado en las cuentas. Era un departamento muy pequeño, con solo dos empleadas: la propia Lena y Samantha Arias.

Samantha aterraba a Lena. Tenía una edad indeterminada entre los treinta y tres. Era morena con cabello negro, que llevaba recogido en lo alto de la cabeza, hasta su rostro cetrino y ojos cansados.
Para Lena, parecía haber salido directamente de una novela. Aquella mujer era como el Fantasma de las Navidades Futuras. Lena habría sido así si hubiera continuado viviendo su vida como antes.
Con una voz suave y monótona, Samantha le explicó los sistemas que utilizaban y le mostró a Lena los archivos que necesitaría.
-Ahora, estaba todo informatizado, por supuesto. Yo nunca me he acostumbrado a eso.
-¿llevas aquí trabajando mucho tiempo?
-doce años -dijo Samantha, con cierta tristeza.
-¿doce años?
-Sí. Trece el próximo marzo.
-El señor Edge es demasiado joven como para llevar aquí tanto tiempo.
Incluso la risa de la mujer era triste, gris.
-Empecé a trabajar para su padrastro, George Edge. Él fundó la empresa para importar porcelana de Inglaterra. Era un hombre muy amable.
Morgan había cambiado las teteras por los palillos orientales. Evidentemente, no podía importar drogas de la vieja Inglaterra y, por razones evidentes, había cambiado el objeto de su comercio.
¿Sabría Kara aquello?
-Este es tu despacho -dijo Samantha, mostrándole una pequeña oficina, muy austera, pero con todo lo imprescindible
-.Estoy segura de que querrás cambiar la decoración.
-Dudo que me... -replicó, interrumpiéndose enseguida.
Había estado a punto de decir que dudaba que se quedara allí tanto tiempo-. Dudo que me moleste en cambiarla enseguida. Estaré demasiado ocupada tratando de ponerme al día con todos los sistemas. Miró a su alrededor. Aparte de un par de carteles, no había decoración alguna. Sin embargo, tenía un escritorio espacioso, una silla cómoda y el ordenador era muy moderno.
-Bueno, entonces, te dejaré para que te instales. Si necesitas saber algo, por favor no dudes en preguntar.
-Gracias. Estoy segura de que sentirás haberte ofrecido - bromeó. En realidad, la mujer debía conocerlo todo sobre aquella empresa si llevaba casi trece años trabajando allí-. Dado que seremos compañeras, tal vez podamos almorzar juntas algún día.
Aquella sugerencia se vio recibida por una agradecida sonrisa. Inmediatamente, Lena se sintió fatal, aunque no solo había sugerido aquel almuerzo para poder utilizar los conocimientos de
Samantha. La verdad era que, tras hablar con ella, había sentido una inmediata simpatía por la mujer.
Cuando estuvo sola, encendió el ordenador y buscó como si supiera lo que estaba haciendo. Kara le había dicho que el anterior contable se había marchado de la ciudad antes de que el FBI pudiera ponerse en contacto con ella. No tenía la certeza de que ella supiera algo sobre Oceanic que pudiera resultar útil o si podría estar implicado en el tráfico de drogas o en el blanqueo de dinero. Si había algo de ambos casos, Lena se apostaba algo a que habría un modo de que una contable inteligente pudiera descubrirlo. Tal vez su predecesor había dejado algunas pistas.
Su búsqueda resultó completamente infructuosa. Todo rastro de Harrison había desaparecido. A ella se le había asignado una dirección de correo electrónico, pero la de su predecesor había desaparecido. No pudo encontrar ni un solo archivo personal, aunque encontró fácilmente los archivos de programa, los libros de la compañía y los archivos para los planes de pensiones. Decidió que examinaría los libros en cuanto pudiera, aunque el sentido común le decía que no los tendría tan a mano si no estuvieran limpios.
Mientras fingía ordenar el escritorio a su gusto y equiparlo con artículos de papelería, examinó todos los rincones. Cuando en la parte trasera de uno de los cajones se topó con un obstáculo, el corazón le empezó a latir a toda velocidad. Tiró del objeto y se rompió una uña en el proceso, solo para descubrir que su tesoro secreto no era nada más que un clip que se había atascado en una esquina.
Miró el trozo de metal mientras se chupaba el dedo.
¿Sería aquel juego de espías siempre tan frustrante?

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