Capitulo 10

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-¿Por qué estás tan contenta?
¿Es que tuviste juerga en la
cama anoche? -le preguntó Eddie, del muelle de carga, al cruzarse con Lena en el pasillo.
-¿Qué clase de...? -empezó. Iba a protestar, pero recordó a tiempo cómo habría reaccionado Kiera, teniendo en cuenta que se suponía que tenía aquella clase de experiencias todas las noches. Rápidamente cambió el tono de voz y se echó a reír
-.¿Qué clase de chica lo va contando por ahí? -añadió. Entonces, le guiñó un ojo a Eddie y vio que él se sonrojaba ligeramente. Se le estaba dando muy bien lo del sexo.
-Buenos días, señor Edge -dijo él, mientras seguía con su camino.
-Buenos días, Eddie -resonó la voz de Morgan Edge, a espaldas de Lena. Ella se sonrojó y se preguntó cuánto habría escuchado el jefe
-.Buenos días, Lena.
Se dio la vuelta, esperando que no lo hubiera escandalizado. Sin embargo, no parecía estar asombrado sino... interesado. Y no quería que Morgan Edge se interesara por su vida sexual.

La noche anterior, Lena había descubierto que podría experimentar un sexo tan fantástico que no podía evitar echarse a reír cada vez que pensaba en ello. Sin embargo, aquello era algo que prefería guardarse para sí. No había dormido mucho la noche anterior. Se sentía muy cansada, pero a la vez, llena de energía.
Como si fuera capaz de hacer cualquier cosa.
Aquello le recordó que tenía mucho trabajo que hacer, por no hablar de su trabajo como espía. Como había seguido a pies juntillas lo que Kara le había dicho de no hacer nada más que su trabajo, su investigación no había progresado mucho. Tal vez iba siendo hora de utilizar aquel nuevo poder. Debía arriesgarse un poco Y ver lo que podía encontrar. Podía hacer cualquier cosa. ¡Era Kiera la osada! Así se había comportado la noche anterior en la cama, tanto que la hacía sonrojarse a la mañana siguiente. Sonrió. Tener a una mujer como Kara, indefensa debajo de ella, suplicándole, era la mayor sensación de poder que una mujer podría experimentar...
Tras apartar aquellos pensamientos de su cabeza, se dirigió hacia su escritorio. Tenía la taza de café todavía vacía. ¿Cómo se le había podido olvidar que había ido por café? Repasó los papeles que tenía encima del escritorio, para tratar de volver a centrarse en su rutina. Miró el primero. Era otro cargamento de palillos. Oceanic parecía estar importando muchísimo palillos. Según aquel documento, los palillos también provenían de Colombia. la excitación volvió a despertársele en el vientre.
En el mismo barco, también había venido un enorme pedido de café. Abrió los ojos por la excitación. Kara había mencionado que solía pasarse la cocaína camuflada con el café para que el poderoso aroma de las fragantes semillas ocultara el de la droga para los perros.
Decidió que había. llegado la hora de tomar un papel más activo en aquella investigación. Estiró las piernas delante de ella y admiró el nuevo par de zapatos que se había comprado. Eran negros, con tiras y un tacón de escándalo, además de ser los zapatos más caros que se había comprado nunca. Le encantaban. Una mujer con zapatos como aquellos no tenía que preocuparse por tomar iniciativas. Se levantó y salió al pasillo. Entonces, entró en el almacén. Como había esperado, los chicos estaban trasladando los sacos y las cajas desde el muelle hasta el almacén. Fue a hablar con Eddie, que estaba supervisando a los hombres y le dedicó la mejor de sus sonrisas. Entonces, se reclinó sobre la pared de sacos de café que los hombres estaban construyendo.
-¿Qué pasa, Lena?
-Eddie, mira, no sé que comprarle  como regalo para la boda. Os he visto juntos en un par de ocasiones, así que me preguntaba si tendrías alguna idea al respecto.
-Un regalo para Marily... Hmm -comentó Eddie, apoyándose al lado de Lena, con los brazos cruzados sobre el pecho.
Mientras Eddie pensaba, Lena empezó a hundir el tacón de su carísimo zapato en uno de los sacos. Trataba de hacer un agujero lo suficientemente grande como para que se derramaran los granos de café o lo que hubiera en el saco. Se le rompía el corazón por estropearse así los zapatos, pero estaba dispuesta a hacer aquel pequeño sacrificio personal solo para ayudar al FBI. Sin embargo, no había tenido en cuenta lo dura que era la arpillera.
-Creo que un mantel le vendría bien -dijo Eddie.
-¿Sabes cómo es de grande su mesa? -le preguntó, mientras se esforzaba por clavar el tacón con más fuerza.
-No.
En aquel momento, la atención de Eddie se centró en uno de las furgonetas del contenedor que transportaba los sacos. Uno de ellos estaba casi a punto de caer.
-Ten cuidado con lo que haces -añadió. Sin embargo, justo en aquel momento, el saco cayó al suelo. Lena sonrió al ver cómo explotaba y mandaba los granos de café volando por todas partes. Eddie y Lena avanzaron un poco, pero Eddie se resbaló con los granos y cayó al suelo. A duras penas, Lena consiguió llegar al saco roto en primer lugar. Sintió una profunda desilusión cuando no encontró ningún paquete sospechoso. Allí no había nada más que café.
Después de ayudar a Eddie a que se pusiera de pie, dijo:
-Creo que he escogido un mal momento para preguntarte por los regalos de boda Ya hablaremos en otra ocasión. Rápidamente, se dirigió de nuevo a su despacho. Seguía sin haberse llenado la taza de café, pero le había perdido el gusto. Si la droga no estaba con el café, tenía que estar escondida con los palillos. Mientras hacía cuadrar albaranes y se peleaba con columnas de números, empezó a formar un plan. Como Kara le recordaba constantemente, ella no era una agente del FBI, sino una voluntaria. Le parecía que las voluntarias no tenían por qué seguir las mismas reglas que los agentes de verdad. De hecho, en lo que a ella se refería, no tenían más reglas que las propias. Decidió que iba a comprar esos palillos.
-¿Estás libre para comer hoy, Lena? -le preguntó Samantha, ya casi a la hora de comer. A Lena no le gustó tener que rechazarla, pero no le quedó más remedio.
-Lo siento, Samantha. Tengo unos recados que hacer.
-Entiendo -replicó la mujer, con el tono resignado de los que están acostumbrados a que los rechacen.
-¿Qué te parece mañana?
-De acuerdo, yo...
-Ah, no. Espera. Me voy a ir a teñir el pelo a la hora de comer.
-Eres tan valiente... Ojalá yo tuviera valor para teñirme el cabello. Siempre ha sido de un color negro , y ahora se ve marron apagado.
-El verdadero color de mi cabello es muy apagado también. Vente conmigo. Será muy divertido.
-No podría regresar después de comer con un color de pelo diferente...
-A ver qué te parece esto. Cambiaré mi cita e iremos juntas el sábado por la mañana. Así tendrás todo el fin de semana para acostumbrarte a tu nuevo aspecto.
-No sé... Nunca he hecho nada así... ¿Crees que debería?
-Pues claro que sí. Tienes que seguir mi lema: «Vive un poco».
-Ojalá pudiera ser tan osada y tan valiente como tú, Lena. Te admiro.
-No digas eso. Confía en mí
-Lo pensaré.
Cuando Samantha se hubo marchado, Lena se marchó a comer unos minutos antes y se dirigió a la ferretería más cercana. Compró una palanca, una enorme linterna y unos guantes y un gorro de lana negros. Al mirar al reloj, vio que había pasado casi una hora.
Había esperado tomarse un buen almuerzo, pero no tenía tiempo. De vuelta a la oficina, pasó por una zapatería y vio que había una pequeña mochila de cuero en la ventana. Iría perfectamente con su minifalda y así podría ocultar sus compras. También compró un par de zapatillas negras, más acordes para escapadas nocturnas que los tacones.
Mientras corría hacia la oficina, se compró un par de barras de chocolate en un quiosco. No era mucho, pero ya se encargaría de cenar bien cuando llegara a casa.
Cuando entró en su despacho, estaba sin aliento, pero se sentía muy satisfecha consigo misma. Se sentó a la mesa y, tras abrir una de las barras de chocolate, trató de concentrarse en el trabajo.
¿Estaría Kara pensando en ella? ¿Estaría reviviendo lo acaecido la noche anterior como lo estaba haciendo Lena? La revista no la había defraudado. Había escrito una «obra orgiástica de proporciones legendarias». En lo sucesivo, estaba dispuesta a dejar que el telón volviera a subir y a bajar constantemente. Como ya habían roto el hielo, y Kara conocía la existencia de la revista, se preguntaba si podrían seguir con los «Intermedio íntimos». Había uno con helado...
-¡Lena! ¡Lena!
-¿Sí? Lo siento Samantha, estaba a millones de kilómetros de aquí - comentó, mientras se imaginaba cómo se derretiría el helado sobre la piel de Kara.
-. ¿Qué has dicho?
-Que he decidido aceptar tu ofrecimiento. Estoy lista para que me tiñan el cabello.
-¡Estupendo! Voy a pedir las citas ahora mismo. Rápidamente, antes de que Samantha cambiara de opinión, Lena marcó el teléfono de Winn para pedir citas para el sábado por la mañana.
A medida que la tarde iba pasando y el aburrimiento amenazaba con hacer presa en ella, recordó lo que contenía la pequeña mochila que tenía a sus pies y la aventura que la esperaba aquella noche.
Finalmente, el reloj marcó por fin las cinco. Lena apagó el ordenador, ordenó el escritorio y, tras recoger la mochila, metió el bolso dentro.
-Voy al cuarto de baño y ya me marcho hasta mañana -le dijo Samantha, cuando salió de su despacho.
No mencionó que el cuarto de baño al que iba era el del almacén. Vio a Eddie y a un par de trabajadores justo al lado opuesto de donde ella había entrado. Estaban charlando. Entonces, localizó rápidamente dónde estaban las cajas de los palillos. Sin hacer muchos aspavientos, se metió en el cuarto de baño. No encendió la luz, sino que utilizó la que entraba por la puerta para examinar rápidamente el pequeño cuarto de baño. Estaba bastante limpio. No había ventana.
Con mucho cuidado, cerró la puerta, sin encender la luz por si esta se veía por debajo de la puerta. El corazón le latía a toda velocidad. Por primera vez desde que empezó aquel trabajo, estaba yendo en contra de las instrucciones específicas de Kara para hacer su trabajo normal y olvidarse de espiar. Si descubría lo que estaba haciendo, la mataría, aunque, si había drogas en aquel almacén y alguien la sorprendía allí espiando, seguramente alguien haría el trabajo por kara.
Cuando la oscuridad empezó a ser más densa, sintió un ligero ataque de pánico. No era demasiado tarde para cambiar de opinión, para decirles adiós a los chicos y marcharse a casa. Nadie sabría lo que había estado a punto de hacer.
No lo haría. Tenía que dejar de ser una cobarde; Kara le había ofrecido peligro y emoción y a ella le había encantado. Por fin tenía la oportunidad de aferrarse a aquella excitación e investigar un poco.
Sabía lo que hacían las drogas y cómo arruinaban las vidas de los drogadictos y de sus familias. Conocía el sin sentido de las guerras de bandas. Si podía mejorar de algún modo aquella situación y evitar que las drogas ilegales entraran en el país, lo haría.
Considerando las opciones que tenía, decidió sentarse en el suelo y no en el retrete. Estaría allí un buen rato. Pensó que ojalá se hubiera puesto pantalones en vez de aquella minifalda. Al menos, la chaqueta de lana negra que llevaba puesta le daba calor.
Deseó tener algún modo de pasar el tiempo. También deseó haber tenido tiempo para almorzar en condiciones. Tenía un hambre atroz, por lo que se comió la barra de chocolate que le quedaba a trocitos muy pequeños para que le durara más.
Debía de haber pasado una eternidad, pero no sabía la hora que era. Carecía de un reloj con esfera luminosa, como los que llevaban los espías profesionales, y que funcionaba incluso a más
de diez metros debajo del agua. Entonces, se pasó un buen rato fantaseando sobre lo que podría hacer con Kara bajo el agua...
Aquello, naturalmente, le recordó lo que habían hecho la noche anterior y cómo se había sentido ella: sexy y deseada, lo bastante poderosa como para que una mujer como Kara gimiera de placer. Lo mejor de todo había sido cuando la había hecho suplicar...
De repente, se estaba empezando a sentir muy caliente. Aquella mañana, cuando se despertó, descubrió que Kara se había marchado, lo que era de esperar, dada la paranoia que tenía sobre guardar en secreto su relación. Tuvo que tragarse la desilusión al no encontrar una nota. La disculpó pensando que si los malos irrumpían en su apartamento, no querría que encontraran nada que las relacionara. Era tan agradable que se preocupara por ella...
Mientras desayunaba, se le ocurrió que si los malos entraban en su casa, tendría mucho más de lo que preocuparse que de una simple nota. Su euforia. se desinfló. Tal vez no se lo había pasado tan bien...
Tal vez pensaba que todo había sido un error...
Con un corazón lleno de tristeza, se vistió para ir a trabajar. A modo de desafío, se puso la minifalda y las medias negras, a pesar de que sentía que su nueva personalidad era más falsa que nunca.
Agarró el bolso, puso la alarma, jurándose que la cambiaría por la más inexpugnable del mercado, y sacó las llaves para cerrar la puerta. Entonces, descubrió una pequeña llave plateada junto a las suyas que no reconoció. Se quedó atónita durante un momento, aunque luego se sintió inundada por una enorme alegría. Era la llave de las esposas...
Aquello era mejor que cualquier nota o que una docena de rosas rojas. Lo que le estaba diciendo era que se lo había pasado muy bien. ¿Por qué le iba a dejar la llave de las esposas en el llavero si no pensaba que las iban a utilizar regularmente?
Si no tuviera miedo de hacer ruido, sacaría el llavero en aquellos momentos, solo para reconfortarse por tenerla entre las manos y recordar el vínculo que la unía a Kara. El tiempo fue pasando. Se puso a recordar trozos de la Ley de Tributos para no dormirse. Sabía que los muchachos del almacén trabajaban hasta las ocho. Había pensado quedarse allí hasta medianoche antes de salir. El problema era que se había olvidado de que no podría ver la hora. Tendría que arriesgarse y encender la linterna que había comprado. Lenta y cuidadosamente, se la sacó del bolso y apretó el botón.

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