DOS (+18)

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Quise olvidarte con él
Quise vengar todas tus infidelidades
Y me salió tan mal...

El punto de inserción parpadeó durante horas en el procesador de textos de su MacBook, recordándole que el documento estaba en blanco al igual que su cabeza; Natasha había pasado alrededor de dos horas esperando a que alguna idea cruzara por su mente y por fin pudiera avanzar en su entrega programada para el domingo antes de la media noche. Siendo su intento infructífero.

Y era viernes por la tarde... Pero como editora de la sección de tecnología para la revista en la que laboraba, tenía que redactar el artículo principal. Al menos había avanzado con el proceso de supervisión en los artículos aceptados para la nueva edición. La corrección de textos y la maquetación ya estaban realizadas, aunque sin su artículo no podía seguir con la corrección, así que se encontraba en un punto muerto.

Terminó por recargarse sobre el respaldo de su silla ergonómica, para corregir su postura y liberar presión en su columna. El estrés de cada catorce días comenzaba a tensar sus músculos y no pudo evitar cerrar los ojos para imaginar la mejor forma de liberar tensión en el cuerpo.

Pero la imagen que se dibujó en su mente no fue la que esperaba. En lugar de ver los ojos azules grisáceos de su marido, fueron remplazados por unos ojos azules con pequeñas motas verdes, que la veían encendidos en lujuria... y no pudo evitar emitir un gemido al recordar a ese extraño del bar, con el que tuvo un encuentro fortuito semanas antes.

Se arrepintió de haber sido demasiado prudente como para compartir su número celular con un completo extraño. Pero se encontró deseando poder repetir algo como lo de esa noche... y el calor entre sus muslos lo confirmó. Pronto se encontró reclinando la silla, para dejar su imaginación volar y cruzó sus piernas buscando un poco de fricción.

Casi pudo ver a Steve arrodillado en el suelo, abriendo sus piernas de par en par, para poder subir su falda y remover sus bragas hacia un costado; Seguro le daría una mirada prolongada a su sexo y después le daría una larga lamida sobre sus pliegues hasta encontrarse con su clítoris y lo mordería un poco para hacerla gemir de placer puro, porque ese hombre sabía exactamente lo que hacía y qué provocaría en ella.

Se sintió tentada a llevar una mano a su sexo para estimularse y conseguir el clímax que tanto estaba necesitando a la brevedad posible. Sin embargo se recordó que tras el cristal opaco que hacía de contención para su amplia oficina, aún habían personas trabajando en sus cubículos. Por lo que se limitó a enredar su índice en un mechón de cabello pelirrojo, imaginando cómo Steve la hacía llegar una y otra vez sólo con su talentosa lengua.

—¡Hey Nat!— Maria entró intempestivamente, acostumbrada a entrar y salir con toda confianza a la oficina de su amiga— ¿Dolor de cabeza?.

La pelirroja la vió sin entender.

F O R B I D D E NDonde viven las historias. Descúbrelo ahora