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Try to tell you no, but my body keeps on telling you yes Try to tell you stop, but your lipstick got me so out of breath I'll be waking up in the morning probably hating myself And I'll be waking up feeling satisfied but guilty as hell
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Nunca nada había sido tan difícil, como intentar mantener a Natasha apartada de sus pensamientos. En especial después de encontrarse frente a frente ese miércoles en un restaurante italiano del centro. ¿Qué probabilidades habría de que entre tantos lugares en el mapa, se encontraran ahí?
Verla reír y desaparecer en el área de los sanitarios con ese hombre, le calentó la sangre en segundos.
Diecinueve minutos pasaron desde que desaparecieron y volvieron hasta la bulliciosa mesa en la que estaban sentados demasiado cerca.
Diecinueve minutos, lo que el hubiera hecho con la mitad de ese tiempo entre las piernas de esa pelirroja intoxicante. Pero lo que más le preocupaba era lo que pudo hacer el tipo con ella.
No olvidaría los botones de su blusa abrochados incorrectamente o como reía de las palabras que ese hombre le decía mientras le pasaban por en frente, cuando después de una eternidad y de no contestar a sus llamadas, salían de donde estuvieran metidos. Estaba celoso, por supuesto; estúpido sería si intentara negarlo. Le ardía el interior por ir a tomar a Natasha del brazo y sacarla del lugar y llevársela tan lejos como pudiera.
Pero en esa realidad, él no era el marido que podía reclamar los derechos sobre su mujer. Él era el que le calentaba la cama cuando ella estaba dispuesta y no quería examinar su situación más allá de eso. Pero estaba ya tan perdido en ella como para poder percibir las líneas entre ellos, o para que le importaran.
Sharon reía, diciéndole que apuñalar a la carne en su plato no era lo más correcto. Y fue cuando pudo calmarse un poco. Luego las risas de la mesa de Natasha le hicieron volver a sentir un nudo en el estómago y decidió que había tenido suficiente. Tan pronto como Sharon terminó de picotear su ensalada, pagó la cuenta y llevó a la rubia a su piso.
Era una suerte que Sharon fuera amante del sexo duro sobre cualquier superficie, porque se aprovechó de ello hasta que la rabia se esfumó de su cuerpo y estuvo satisfecho como para volver a intentarlo. Cuando ella intentó endurecerlo entre sus manos nuevamente, sintió asco de si mismo. Eso nunca había pasado, nunca le había importado que pensaba Sharon de que Steve se hubiera follado a otras mujeres y después volviera a ella.
Y en ese momento quiso imaginar lo que pensaría Natasha de él, por estar con la rubia, cuando lo único que quería era tenerla a ella entre sus brazos.
Demasiado jodido incluso para él.
Entrada la tarde, salió de la cama para tomar una ducha y vestirse con lo más simple y cómodo que encontró en su clóset. Sharon dormía plácidamente, agotada después de tanta actividad física, así que solo dejó una nota avisando que saldría y no sabía la hora de su regreso.