Capítulo 1 | 2:00 a.m.

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𝐈𝐍𝐂𝐄𝐑𝐓𝐈𝐃𝐔𝐌𝐁𝐑𝐄

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"Las campanas a media noche sonaron; los ecos recorren la oscuridad de la mente, causando estragos en cada sinapsis decadente. ¿Es lo que tus ojos ven la realidad? No lo sabes con certeza, no distingues el ser del crear de la mente; sin embargo, algo de fantasía hay en la realidad y de verdad en la mentira."

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Murmullos le rodeaban en la lejanía, no había un solo pensamiento en su mente salvo aquella hirviente necesidad de despertar. Sintió el helado suelo y el sudor correr por su frente antes de abrir sus ojos. 

Su alma anhelaba ver algo pero su corazón dio un vuelco al no recordar qué era, al no recordar quién era la piel que habitaba. La decepción se hizo de él al encontrarse en su lugar con luces parpadeantes en medio de una fiesta pausada por montones de personas que le rodeaban con preocupación. Desorientado, buscó a su alrededor en busca de respuestas.

¿Cómo terminé en un antro?, se preguntó en vano porque su mente estaba desierta. No había ni un sólo rastro de quién era antes de caer, ni una sola pizca de luz en medio de la incertidumbre que representaba su mera existencia, estaba tan vacío como la amarga pulcritud de su camiseta blanca. Necesitaba encontrar algo que le hiciera recordar.

—¡Idiota! —le gritó un desconocido de la multitud mientras se ponía de pie. Muchos bufaron, les escuchó comentar que esperaban algo más interesante o que creían que había muerto, como si su supervivencia fuera una excusa de lamento.

La música reanudó y él trato de caminar entre el gentío que, en cuestión de segundos, se había olvidado de él. Ningún rostro era familiar y no sabía qué era aquello que buscaba en las personas, tal vez necesitaba algo a qué aferrarse o tal vez el querer recordar quién solía ser era una odisea imposible. El sonido le aturdió y las luces lo cegaron, trastabilló un poco más antes de tropezarse con sus propios pies y caer encima de otra persona, tirando su bebida al suelo.

—Mira lo que hiciste, imbécil —le gritó una mujer castaña, borracha a morir.

Ella le susurró algo al hombre lampiño que estaba junto a ella y este se levantó, era mucho más alto que nuestro desconocido y, al ver lo corpulento que era, no le tomó demasiado descifrar que se trataba de un guardaespaldas.

—Es un error, ¡no fue a propósito! —le trató de explicar al sombrío hombre quien solo respondió levantándole de la camiseta y propinándole un puñetazo en la cara. Con un punzante ardor en la mejilla, cayó al suelo.

Trató de alejarse en el suelo pero las personas seguían bailando, pisándole las manos con zapatos caros y tacones de aguja. Se arrastró un par de metros pero el vigoroso brazo le tomó de la camiseta y lo puso nuevamente de pie. 

Él esperó a que el golpe llegara pero, en su lugar, sintió un jaloneo que le alejaba del lugar. Volteó a ver quién le había tomado del brazo, creyendo que se trataba de algún otro guardia pero no, se trataba de un chico vestido en ropas finas.

—¿Qué te pasa? —le preguntó tras su abrupto esfuerzo por sacarlo del lugar.

—¿Estás loco, hombre? Ese tipo casi te mata —le reclamó el molesto ajeno—. Sólo a ti se te ocurre meterte con Alina Márquez.

El frío viento recorría su piel con prisa provocando escalofríos que, iluminados por el farol de medianoche, le impedían concentrarme en lo que le estaba diciendo el desconocido. Sin siquiera parpadear en respuesta, se dio media vuelta y se alejó de él por el estacionamiento.

Algo dentro de sí le pedía que siguiera la dirección de sus pies sin preocuparse por los gritos del pelinegro que lo había sacado de apuros.

—¡Eh! ¿A dónde vas, tarado? —le gritó con molestia.

Lo ignoró, acercándose a la acera. El pelinegro, haciendo lo contrario, corrió hacia mí y le tomó del hombro, obligándolo a enfrentarlo cara a cara.

—Mira, se ve que estás borracho hasta las pelotas pero, ¿a dónde vas? Te dije que yo te iba a llevar a tu casa.

Se atrevió a mirarle a los ojos, eran oscuros en medio de la noche pero la luz de luna le reveló que eran color marrón. No había tenido la oportunidad de verse a sí mismo y, en el reflejo de la iris del expectante desconocido, se permitió verse. No veía mucho y nada le resultaba familiar en su rostro, sin embargo, el pelinegro tenía algo que le resonaba.

— ¿Te conozco? —le preguntó y es que su rostro no le resultaba familiar.

Realmente deseaba encontrar un recuerdo en la palidez que representaba el lienzo de su piel, una pizca de memorias en su recta nariz o en la convicción de su mirada, todo debajo de un  corto flequillo peinado hacia atrás que daba la impresión de ser un pequeño tupé.

—Wey, no mames... —escuchó una grave risa nerviosa como respuesta— ¿Pues qué te tomaste ahora? —sus carcajadas se volvieron cálidas pero fue hasta que notó la incomodidad en su rostro que la seriedad hizo su aparición.

—No estoy borracho —respondió, de eso tenía certeza.

—David, soy yo, Jonathan. 

Su ceño fruncido y el desorden de su cabello expresaban el vacío racional que él había de emanar y por eso Jonathan le observaba profundamente. Por otro lado, el castaño sintió algo dentro de sí al escucharlo decir su nombre, al llamarlo David pero una corazonada no era suficiente para dejarse fiar.

—Lo siento, debes estar confundiéndome con alguien —le respondió, caminando hacia el frente de nuevo.

El pelinegro lo alcanzó y se posó frente a él, bloqueando el paso.

—No seas ridículo, David. Nosotros vinimos aquí juntos.

Jonathan señaló un automóvil plateado que se encontraba estacionado a lo lejos y encendió sus luces con un control remoto en sus llaves. David negó antes de mirarlo, no había palabras que pudiese decir.

—Bueno, ¿a dónde vas? ¿Siquiera sabes en dónde estás?

—Claro que sé dónde estoy... —respondió David observando la avenida, donde los carros pasaban a gran velocidad. Volteó y observó el antro del que había salido, que su nombre fuese Orfa no le decía mucho.

—No reconoces nada... ¿en serio? —le miró atónito— ¿Cómo se llaman tus padres? ¿Tienes mascotas? ¿Dónde vives? —le aturdió pregunta tras pregunta.

El corazón de David comenzó a acelerarse porque no conocía ni una sola respuesta a las imples incógnitas sobre su persona. Agobiado por la energía del pelinegro, siguió caminando hacia el frente, ignorando su presencia completamente.

—¡Hey, espera! —le siguió el paso—. No voy a dejar que te vayas sólo a estas horas, sólo debes de estar algo tomado. Si no es que drogado... 

—Claro que no estoy drogado —contestó con irritación.

Pudo darse cuenta que no le agobiaba el hombre, sino el hecho de que Jonathan supiera más de David que el mismo David.

Caminaron por la acera pasando cerca de varios clubes nocturnos y bares. Él le preguntó nuevamente a dónde se dirigían y sólo dos palabras salieron de la boca de David—: Hacia adelante 

Jonathan rio y le tomó de la mano, jaloneándolo para obligarlo a correr sin importarle arruinar la tela de su primorosa vestimenta. Al pasar por un aparador, el castaño pudo notar un espejo y por unos segundos observó su imagen: el cabello castaño enmarcaba desordenadamente el ámbar de sus ojos que resaltaban de su trigueña piel. Todo le resultaba nuevo, sin embargo, tenía un aura familiar que le resultaba incomprensible.

—¿Qué haces? —cuestionó al notar cómo extraños les miraban como si estuviesen deschavetados antes de burlarse con carcajadas sumergidas en alcohol.

—Si no puedes recordar quién eres, te haré recordar.

Se perdieron en el espesor de la noche. Uno sabía perfectamente a dónde iban, a los ojos del otro era como si corrieran por las calles sin rumbo alguno. David era un libro en blanco y Jonathan el chico que se atrevería a escribir su historia en él.

Crónicas I: David y Jonathan [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora