Capítulo 6 | 12:00 p.m.

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𝐃𝐈𝐅𝐑𝐀𝐂𝐂𝐈𝐎𝐍

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Fenómeno por el cual se produce una desviación de los rayos luminosos cuando pasan por un cuerpo opaco o por una abertura de diámetro menor o igual que la longitud de onda.

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David se puso la playera que traía puesta antes y removió a Jonathan, quien estaba acostado boca abajo tratando de dormir. Él se quejó pero después recobró la conciencia y se levantó. Ambos se vistieron.

—¿Tienes idea de cuánto tiempo teníamos sin... hacerlo? —le preguntó Jonathan en un suspiro.

—De hecho, no —respondió David—. Sólo sé que debía hacerlo contigo, mi corazón confía en ti.

Tal vez David era algo dramático porque Jonathan juraba conocerle desde hace mucho y ya le había quedado demasiado claro que, antes de aquél día, eran una pareja. Tal vez el pelinegro no se lo dijo explícitamente porque quería que él lo descubriera por su cuenta, o tal vez porque tenía la esperanza de que lo recordaría o quizá estaba tan aterrado como David. El punto era que, desde entonces más que nunca, David sabía que Jonathan estaba ahí para él.

—Vaya forma de decir que me amas, la amnesia te volvió más romántico —contestó el pálido chico—. Pero, ¿qué me haría feliz en estos momentos? Unos buenos tacos de guiso. Vi un puesto frente al parque y se ve que están... ufff —exclamó poniéndose de pie con extremo cuidado—. ¿Habrá algún baño por aquí? —rebuscó entre las puertas de la oficina hasta que finalmente lo encontró— Bingo. Dame un segundo y nos vamos.

David se mantuvo sentado en el catre, repasando la habitación hasta que ocultó su rostro entre sus manos. Eran unos estúpidos al hacer algo tan indecoroso en un lugar ajeno, ¿qué tal si el Padre Miguel hubiera encontrado en pleno acto? 

Él observó el reloj en la pared, este anunciaba que ya había pasado más del mediodía, ¿el Padre no debía volver?

Dijo que se ausentaría solo para comer, no creo que le haya tomado demasiado, pensó David al intentar escuchar si había alguien en la Iglesia pero el silencio era aterrador.

Jonathan salió del baño preguntándole qué sucedía pero el otro le pidió que guardara silencio en respuesta. Un par de zapatos con ligero tacón sonaban al caminar por el pasillo central del edificio y después un grito de horror se hizo presente.

—Laurita —le dijo el trigueño a Jonathan con preocupación.

Ambos salieron de la oficina, encontrándose con una pelinegra que los miraba horrorizada. En el suelo, justo en centro del templo, se encontraba el sangrante cuerpo del señor Miguel sin vida.

—¿Qué le hicieron? —lloró la mujer desconsolada con su vestido manchado de sangre— ¡Llamaré a la policía! —les gritó con temor antes de correr hacia la entrada principal. 

Al final del pasillo, un hombre con chaqueta negra y pantalón de mezclilla oscura la interceptó. La tomó con suavidad de los brazos y le preguntó si estaba bien. Ella volteó para señalar a los jóvenes con consternación. Jonathan no podía procesar lo que su ojos veían en el suelo, David miró al señor calvo abrazar a la mujer, algo en su rostro le hizo recordar el club, ¡era el matón de Alina! Aquél que casi lo molió a golpes en el Orfa.

De su cinturón desenfundó una pistola corta y, con ella, le disparó a la mujer en la cabeza haciendo que esta se desplomara en el suelo. Con la misma arma, apuntó en dirección a los chicos.

—¡David! —gritó el hombre—. Debes morir.

Jonathan arrastró del brazo al trigueño, llevándolo a una de las salidas laterales del lugar. Ambos corrieron por el parque, empujando a quien se les atravesara. David decidió voltear hacia atrás para saber si el tipo aún los perseguía, solo pudo ver cómo este salía de la iglesia. El hombre disparó tres veces hacia el cielo, provocando que las personas corrieran lejos de allí, dejándolos en medio de una crisis de histeria.

El matón se acercó a un maletín y de él obtuvo un arma de alto calibre, una semiautomática

Los chicos se ocultaron entre arbustos, ninguno entendía lo que estaba sucediendo, ¿por qué querían a David muerto? Jonathan observó el parque y se dio cuenta de que no había nadie más, todos habían huido despavoridos.

—¿Qué mierda le hiciste, David? —le cuestionó Jonathan entre murmullos pero él no lo sabía— ¡Mira! —señaló un espacio rodeado de arbustos que formaba un sendero hasta la salida del parque— Si nos vamos por allá, podremos escapar entre las calles. 

Sirenas policiales venían del lado sur de la plaza, los chicos arrancaron a correr hacia el noreste. Dos estallidos fueron generados desde el arma del criminal, un dolor punzante se generó en la pierna baja de David quien no pudo evitar gritar del dolor.

—Vamos, David, tenemos que irnos de aquí —le suplicó el pelinegro, ayudándole a levantarse y arrastrándolo lejos del sitio. 

 Al cruzar la desértica calle, más estallidos inundaron el aire y ambos cayeron al suelo. La sangre del pecho de Jonathan manchó la deslavada mezclilla del pantalón del castaño. Pero no le importó al ojinegro, simplemente se puso de pie y arrastró a David lejos, tratando de protegerlo hasta alejarse las cuadras suficientes.

La policía arribó al parque y lo rodeó pero el asesino ya había logrado escapar por detrás de la Iglesia. Al flaquear, David comenzó a cargar al otro, alejándonos del lugar hasta detenerse en un callejón vacío. No habían farmacias o clínicas cerca, nada más que hogares.

Desconocían dónde estaban y el de ojos ámbar simplemente sabía que estaban muy lejos de la casa de Miguel como para pedirle ayuda. Su alma sintió una rabia e impotencia que no recordaba sentir, observó a Jonathan quejarse y no podía hacer nada al respecto. Se sentía inútil.

Jonathan trató de ver su reloj, las manecillas doradas de este le indicaban que estaba a nada de ser las dos de la tarde.

Crónicas I: David y Jonathan [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora