XXXIII - Maniquí en el aparador

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𝐌𝐀𝐍𝐈𝐐𝐔𝐈 𝐄𝐍 𝐄𝐋 𝐀𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐎𝐑



La humanidad lo hace todo, excepto ver, excepto escuchar, excepto sentir. Todos caminan y hacen sus cosas, preocupados por sus propios problemas que son más grandes que el mundo. Ignoran que ellos son parte del problema.

No conozco a nadie -más- que se tome el tiempo de ver el cielo, el crecer de los árboles o el alzar de un ave; la fragilidad del arte o la magia de la ciencia. Ya no hay fascinación y, sin eso, no hay sentimientos.

¿Debería de creer que no son necesarios? ¿Debería de quitarme los zapatos y colgarlos en cualquier cable como un tributo? Un tributo a lo que debía ser y no es.

Sin embargo, sigo aquí. Completamente vestido en traje, viendo mi reflejo en el cristal. No contemplo nada más que un cielo gris de un mundo de humo y ceniza. No me muevo porque no quiero hacerlo, eso es nuevo.

Hay muchas cosas que no he querido hacer, por el criterio de otros, los límites ajenos: amar, vivir, sentir; todo un elixir prohibido sólo apto para los dignos. Yo no soy digno, dejé que mi voluntad se doblegara ante la tempestad, dejé a mi esencia huir lejos de mi ser, quedando varado en medio de la nada. Pero el dolor más profundo no es lo hecho, es lo que no hice.

Ahora la camisa más blanca ni el traje más fino relucientes son, porque se ensuciaron con la venganza de un alma impura abandonada, la mía.

No me interesa la hora, ni la fecha; no me interesan las pequeñas pláticas con desconocidos, no me interesan los problemas de la oficina porque jamás se resolverán si no es desde la raíz: yo.

He vivido con miedo, he respirado bajo el reglamento de cerebros extraños y no con el corazón propio, he hecho lo que se esperaba que hiciera y no lo que deseaba, lo que soñaba. He aprendido que, en conclusión, no he vivido.

Cada sonrisa fotografiada y cada recuerdo son mentiras, secretos que ocultan la verdad de una mente destrozada. Cada vez que decía la verdad, ocultaba otra y cada vez que mentía algo era verdad, es la triste paradoja del corazón sanado con cinta adhesiva, pretendiendo que todo mejorará  y llorando en las noches porque todo es igual. ¿Es un ciclo? ¿Una oscilación indefinida? Tal vez lo sea.

Siento frío y mi vista se nubla, así que cierro los ojos y todo es oscuro; a través de mi mejilla, una lágrima cristalina deja un camino húmedo. Se siente como si cortara, como si no fuese a cicatrizar jamás, ni con toda la cinta del mundo.

Lo perdí todo... todo. Perdí mis sueños a cambio de metas realistas; perdí mi vocación por economía estable en la oficina; perdí a mis amigos por estatus social; perdí al amor de mi vida a cambio de un matrimonio socialmente aceptable. Perdí a mi ser para convertirme en otro maniquí en el aparador, a la expectativa del resto.

Lo fui todo, menos yo.

Enterré mis deseos y aspiraciones, enterré mi metafísica varios metros bajo tierra para complacer a los ojos vigilantes que dejan caer su voluntad sobre los demás, cambiando nuestra percepción del ser a la suya.

Lo puedo ser todo.

La diferencia es que, ahora, estoy enterrado con mi esencia. Jamás me había sentido como en casa hasta que llegue a mi sepulcro. Irónico es, que esperé mi ocaso tantas veces que jamás creí ver un Agosto tan lleno de vida.

Crónicas I: David y Jonathan [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora