VIDA Y MUERTE

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15 de Julio de 1924

El día era lluvioso con sus nubes melancólicas, y el viento de aquella tarde golpeaba las hojas de los árboles del bosque. Pequeñas gotas caían en el tren donde iba abordo una hermosa mujer de piel canela con grandes rulos en su cabello que llegaban hasta los hombros. Su nombre era Sofía García, y a un lado de ella estaba su amado Edward Müller que poseía unos ojos verdes y un cabello rubio brilloso que lo hacía sin duda alguna un hombre muy atractivo. Cabe mencionar que su sangre era cien por ciento alemana.

Ellos tomaron un viaje desde la ciudad de Córdoba,Veracruz a la capital de México. Todo parecía estar en completa tranquilidad hasta que el reloj marcó 1:30 pm y las quejas de Sofía por su embarazo de última fase comenzaron a llenar el silencio del momento. Cada minuto que pasaba ella alzaba la voz poniendo los pelos de punta a los demás pasajeros; en ese instante hombres y mujeres recostaron a la mujer en posición de parto mientras decían << ¡Un doctor!, Hay un doctor aquí!?>>.

Edward y Sofía estaban de suerte; pues en el tren se encontraba el doctor Alejandro Serena. Un señor alto de bigote elegante en el rostro, y en su mano izquierda llevaba consigo un maletín oscuro y en la derecha el brazo de su prometida Rosa Hernández.

La lluvia aumentaba al mismo tiempo la desesperación de la mujer embarazada. Los nervios parecían reventar su cabeza roja y Edward tratando de mantener la paciencia tomó la mano de ella mientras el doctor hacía su trabajo.
El ambiente se había vuelto tenso para los espectadores curiosos, debido a las lágrimas de dolor que derramaban las mejillas de Sofía. De igual manera la frente del doctor se bañaba de sudor que le duró todo el acto. Aún manteniendo la concentración, nunca tuvo una dificultad en lo que hacía.

Pasaron las horas de angustia y miedo profundo. Finalmente el grito de una bebé recién nacida se escuchaba en todo el tren finalizando el parto. La bebé tenía la piel blanca, unos ojos verdes y un hermoso cabello rubio. Sin duda alguna heredó la mayor parte de los genes de su padre alemán. Diría yo qué idénticos. La única diferencia que había era lo ondulado que era su cabello pues esté pequeño detalle pertenecía a la familia de Sofía.

Ella tomó a su hija en brazos, la besó en su delicada frente y con cariño dijo:

- Te llamarás Amelia. Amelia como mí abuela que vivió 101 años.

Limpiaron a la bebé con trozos de sábanas limpias. Edward sonrió de alegría, y de la emoción que igual sentía grabó en su mente dicho momento. El más especial que podía haber tenido en toda su vida. Cargó a la bebé con mucho cuidado y acarició su rostro de terciopelo mientras los pasajeros le daban a Sofía y a él felicitaciones.

Ambos estaban completamente felices hasta que en un segundo todo cambió. Los brazos de la mujer empezaron a perder fuerza al a par que su piel y ojos perdían su cálido brillo; su alma solo deseaba el bienestar de Amelia y al ver ese deseo cumplido de tenerla en su seno, satisfecha miró a su amado. En ese mismo instante fue su último aliento.

El doctor Alejandro y su prometida tomaron el cuerpo de la mujer con ayuda de algunos pasajeros amables llevándola a una parte del tren donde no había absolutamente nadie. Y era de hacerlo. El pobre hombre viudo no soportaría ver a su amada muerta durante el viaje. Hablando de Edward, su mente había quedado bloqueada mirando un punto fijo de la ventana tratando de entender el giro inesperado que estaba ocurriendo. Se preguntaba, ¿Cómo después de tanta felicidad puede haber tanta desesperación?. La desesperación de << ¿Qué voy hacer ahora sin ella?>>.

El doctor muy amable se acercó a él apoyando su mano en el hombro del futuro padre soltero que al mirar la lluvia por la ventana sentía una tristeza dentro de su ser. A pesar de tener el corazón destrozado no podía sacar una sola lágrima, así que se imaginó que mil gotas de lluvia de aquella tarde representaba las lágrimas que no podían sacar sus ojos rojos. Su mundo parecía dejar de girar, y en su mente se generaban pensamiento de inutilidad y preguntas sin respuestas definidas.
La gente se acercaba a él para darle consuelo pero él se negaba, no porque fuera un gruñón sino porque estando solo curaba sus heridas y aparte no quería sentir más lastima de la que ya cargaba.

Se alejó de todos, tomó el asiento más solitario del tren y pidió estar a solas.
En ese momento Amelia debía comer y la voluntaria de darle comida fue Rosa Hernández. Ella se encargó de cuidar a la bebé en lo que duraba el viaje que más bien parecía durar una eternidad; la temperatura bajaba cada vez más causando un frío insoportable que sobrepasaba las ventanas causando una niebla en su cristal. Niños y ancianos tenían puesto abrigos de animales al mismo tiempo una señora de altas zapatillas repartía bebidas calientes.

En un par de minutos el doctor Alejandro decidió acercarse a Edward con una taza de chocolate en las manos sin importar el rechazó que esté le diera, trataría de convencerlo para hablar seriamente.

Edward junto a la ventana observaba como la lluvia y la neblina terminaban desde lo lejos dejando ver un cielo despejado lleno de estrellas; fue en aquél instante donde el doctor le ofreció el chocolate caliente para comenzar la conversación. Al inicio se negó a escuchar sus palabras, no lo miraba a los ojos y decía estar "bien" hasta que el hombre le hizo abrir los ojos a la realidad.

-¡Edward tu no estás bien!- exclamó.

Fue sólo entonces cuando aceptó la cruda verdad y lo dejo hablar.

- Sé perfectamente cómo te sientes - agregó el doctor.

- ¿ Tú qué sabes de perder lo qué amas!? - reprochó Edward esquivando su mirada triste.

- Lo sé porque yo mismo ví la muerte de mi hija y esposa que fueron brutalmente asesinadas por dos delicuentes a quiénes debíamos mucho dinero. En aquél entonces no tenía ningún centavo y mi querida hija Lily tenía fiebre. Yo todavía no estudiaba para ser doctor y esa fue una de las razones para serlo. El salvar personas a un precio accesible. Aún deseo que me hubiera muerto yo en vez de mi familia pero esos desgraciados querían que cargará con ese dolor toda mi vida. Ante todo esto quiero decirte que no estás solo; puedes recurrir a Rosa y a mí. Nuestro hogar tendrá la puerta abierta para ti y tu hija.

Al finalizar su plática Edward se levantó de su asiento para poder abrazarlo y así darle las gracias; pues ya no se sentía el único con una carga en sus hombros sobre la muerte.

Cuando volvió a estar sólo en el tren y al haber escuchado al doctor Alejandro su mente constantemente pensaba en lo correcto para Amelia.

AMELIA MÜLLER Donde viven las historias. Descúbrelo ahora