Capítulo 1.- De donativos no tan anónimos

1.8K 191 20
                                    

Me desperté cuando alguien golpeó mi puerta de madera. Al abrir los ojos, lo primero que vi fue a la chica más preciosa del mundo, mirándome a un palmo de distancia.

―Buenos días ―saludé, ligeramente perezoso.

Habíamos llegado de madrugada y por la luz que entraba por mi ventana, deduje que acababa de amanecer. No debíamos haber dormido más que un par de horas, pero ella parecía hambrienta, porque me pegó un bocado poco juguetón en la barbilla.

―Vale, yo también tengo hambre, Minina, pero no puedes comerme a mí.

El golpeteó en la puerta sonó más fuerte, y yo me levanté de la cama, dejando a la guepardo en ella. Recogí mi camiseta del suelo, para ponérmela. Abrí la puerta lo justo para ver a quién llamaba y usé el pie para que mi nueva amiga no se escapase por el hueco.

―¿Qué pasa, Sirhan? ―pregunté, al reconocer el rostro negro de mi... ayudante.

―El jefe quiere verte. ¿Tienes tanto sueño como yo?

―Dile que no me has encontrado.

Cerré la puerta en su cara y me agaché para coger a la «gatita» entre mis brazos. En la oscuridad de la noche me había parecido preciosa, pero ahora la veía bien y me parecía increíble. Trató de morderme de nuevo, pero estaba seguro de que era porque estaba hambrienta.

Sirhan volvió a llamar a la puerta. Abrí para mirarle mal, y tiré de su brazo para que entrase. Le dejé a la cachorra entre sus brazos, y él la alejó de sí todo lo que pudo.

―Dale de comer ―ordené.

―Este trabajo no está pagado ―se quejó bajito, mientras yo sacaba unos pantalones de mi armario.

La guepardo pasó a mi lado y se coló por la puerta abierta del mueble. La vi patear mi ropa para acomodarse, así que le dejé la puerta abierta. Si se sentía más a salvo ahí, no iba a ser yo quién la sacase.

―¿Te parece que te pago poco, Sirhan? ―pregunté, mirándole molesto, con los pantalones solo metidos por una pernera.

―No, jefe.

No se me pasó por alto su gesto irreverente, alzando ligeramente su ancho labio superior. Sin embargo, decidí ignorarlo. No quería prescindir de Sirhan, era el ayudante más polivalente que había tenido, y al único que no habían devorado los animales salvajes, aún.

―¿Qué quiere ese gordo de Keita? ―cuestioné, abrochándome los pantalones. Tenía sueño y hambre, era una mala combinación.

―No han querido decírmelo, jefe. Pero nos han mandado llamar a los dos.

Puse los ojos en blanco, acabé de vestirme y me embadurné con repelente de mosquito y crema solar. Eché un último vistazo a la guepardo, antes de hacerle un gesto a Sirhan para que saliese de mi cabaña.

―Como la pillen porque líe ruido por el hambre, voy a dejar que te coma a ti ―amenacé a Sirhan, antes de cerrar bien la puerta de la cabaña, con llave, por si acaso.

Mi ayudante se estremeció un poco por mi amenaza, pero no comentó nada.

Caminé a pasos largos hasta el edificio principal de la reserva, dónde estaba el despacho de Keita. Sirhan me siguió tratando de igualar mi velocidad. Aunque como le sacaba dos cabezas, solía caminar mucho más despacio, sin embargo, era muy útil para tareas de distracción y para escurrirse sin ser visto.

No me molesté en llamar a la puerta de Keita. Aquello no se podía considerar un despacho, realmente. Las paredes estaban repletas de terrarios con diferentes especies de serpientes y lagartos. Estaba obsesionado con los reptiles. El suelo del sitio era de fina arena y aparte del escritorio del fondo, el único mueble era un sofá muy viejo, que desentonaba totalmente en aquel lugar. Este solía estar ocupado, como en aquel momento, por Naki, la mujer de Keita, una negra demasiado joven para el viejo líder de la reserva dónde yo vivía y trabajaba.

Las consecuencias de tus mentiras -PSM 3- *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora