Capítulo 26.- De arañas y mariposas

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―¿Qué pared seguimos para salir? ―pregunté bromista, para romper un poco la tensión que se había creado entre nosotros después de su confesión.

Me pareció que estaba incómodo y que no quería hablar más de ello, así que le di espacio. Pese a lo bonito de sus palabras, seguía empeñado en que nos separásemos cuando tuviera que volver a casa. Yo estaba empeñada en lo contrario. No sabía cómo proponer el tema, así que le dejaría pasar su momento de sensibilidad sin agobiarle.

―No hace falta, me conozco el camino muy bien, alteza. ¿Quieres que te tienda una alfombra roja? ―bromeó.

―Me vale con que me guíes. No voy a empezar a desconfiar ahora. ¿Cómo es que conoces este sitio tan bien?

―Un colega trabajaba aquí mientras nos sacábamos la carrera, así que nos colaba los fines de semana para emborracharnos. ¿Alguna vez te has perdido en un laberinto borracha?

―No, ni sobria. Tampoco me he emborrachado nunca ―me reí un poco.

―Eso hay que remediarlo, el finde iremos a emborracharnos.

―No creo que sea buena idea...

―Claro que sí, es una parte de ser normal y vamos a hacerlo. Además, mis amigos llevan llamándome desde ayer para que salga con ellos... Tampoco es obligatorio que te emborraches, ¿eh? Pero nos vamos de fiesta, alteza.

―Solo si dejas de llamarme así.

―Ya veremos.

Llegamos a otra puerta del laberinto, cogidos de la mano aún y nos encontramos de frente a una especie de inmueble blanco, de una sola planta, cubierto con un plástico. Era algo a medio camino entre un edificio y un invernadero.

―¿Qué es? ―curioseé.

―Lo que hemos venido a ver.

―Creía que veníamos a ver el parque...

―Verás, Amanda Walsh, realmente yo vengo a mirarte a ti, mientras tú miras cosas, pero mi objetivo era mirarte ahí ―bromeó un poco, o quizá no.

Yo tragué saliva nerviosa.

―Ahora creo que me da miedo...

Soltó una carcajada, pero como tenía mi mano atrapada entre sus dedos, no me quedó más remedio que seguirle hasta el sitio.

Empujó la puerta doble del edificio con una mano, y la sujetó para que pasase detrás. Entramos a una especie de recepción estrecha, donde una corriente de aire caliente nos despeinó con fuerza. Allí un chico tecleaba en un ordenador y no nos miró siquiera. Jason me guio hasta el otro lado, dónde había una puerta doble corredera, que se abrió cuando nos acercamos.

Solo tuve que dar un paso dentro para alucinar, cuando la puerta se cerró tras nosotros. El calor y la humedad fueron un cambio agradable con el frío de fuera. Luego me fijé en lo que tenía alrededor y abrí mucho la boca impresionada. Estábamos en el lugar más bonito que había visto jamás. Era verde, completamente, con flores de todos los tipos, agua por todas partes y mariposas de colores que volaban por doquier.

―Es precioso ―le dije a Jace, que no había quitado la vista de mí.

―Lo sé.

Agité un poco la cabeza, pero no tuve mucho tiempo para avergonzarme, porque tuve que empezar a hacer fotos. El camino era de piedra, con canales de agua a ambos lados, poblados por ranitas, lagartos y otros animalillos a los que tuve que hacer fotos.

El sitio era amplio y el camino daba la vuelta alrededor para volver a la entrada, dejando una isla en el centro. Sin embargo, no avanzamos nada, porque a cada paso que dábamos descubría algo nuevo que fotografiar. No habíamos llegado al primer cuarto del camino, cuando la batería de la cámara me pitó para indicarme que se agotaba.

Las consecuencias de tus mentiras -PSM 3- *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora