Miré a Amy, que caminaba con cierta alegría y pasos ligeros, pisando piedrecitas y manteniendo el equilibrio sobre algunas rocas más grandes. Como si fuera una niña pequeña en el parque, en lugar de estar en peligro mortal.
Por supuesto, yo vigilaba por los dos, pero no podía quitarle la vista de encima del todo a Amy. No estaba seguro de si había sido el sexo, la ducha o la perspectiva de tener unos días de libertad aún, pero algo le había sentado endiabladamente bien.
Esa mañana, cuando me desperté un buen rato antes del amanecer, me levanté con ella en brazos, porque seguía dormida sobre mí. Y, pese a que pensé en dejarla en la cama un rato más, no pude evitar llevármela a la ducha. Se despertó poco antes de que abriera el agua, porque Amy tenía un sueño muy muy profundo. Sin embargo, en lugar de gritarme cuando el agua, más fría que caliente, tocó su espalda, había sonreído. Y claro, yo había tenido que follármela de nuevo, contra la pared de ladrillo que yo mismo había construido.
Sabía que no podríamos montárnoslo por el camino, sería arriesgado, así que aquella fue nuestra despedida. Después de eso, debíamos volver a un trato frío. Ya no éramos marido y mujer de mentira.
Pero Amy parecía tan feliz que, cada vez que me miraba, hacía que el corazón me latiese a mil por hora en el pecho. ¿Qué iba a hacerle si era adicto a su sonrisa? Tenía algo mágico, que me hacía sonreír a mí también.
―¿Estás bien? ―pregunté, después de unas seis horas de caminar sin pausa.
La noche debía haber sido de sueño reparador, pero habíamos dormido menos de lo que yo había pretendido. Además, la hermana Louise había sido muy generosa con el agua y la comida y la mochila pesaba un montón. En definitiva, que Amy parecía fresca como una rosa y yo iba agotado. Aunque, por supuesto, no se me ocurriría quejarme.
―Sí. ¿Por qué? ―Alzó sus ojazos azules hacia mí.
―¿Quieres parar a comer algo? ―sugerí.
―Si lo necesitas...
―No seas flipada ―me reí un poco―. Además, cuanto más andes sin parar, menos tardaremos en llegar.
Como si hubiera pronunciado un hechizo mágico, Amy se cruzó de piernas y se dejó caer a la sombra del único árbol de la zona. Yo me reí un poco, pero me senté a su lado. Saqué una botella de agua y unas galletas de las monjas y comimos con cierta ansia.
―Amy... ¿Puedo preguntarte algo?
―Sí, claro. Vas a hacerlo de todas formas...
―¿Cómo era un día en la casa Walsh? ―pregunté, curioso.
Me miró un segundo, como si se estuviera planteando sinceramente mi pregunta. Luego le dio otro bocado a la galleta que tenía en la mano y un trago al agua. Me pareció que no iba a responderme, pero Amy, como siempre, tuvo que sorprenderme. Perdió la vista en el horizonte antes de hablar, como si estuviera relatando la historia de otra persona.
―Me despierto a las seis y media. Desayuno hasta las siete. Cuatro horas de ejercicio hasta las once. Ducha y a comer. ―Me miró un segundo y luego volvió a agachar la cabeza. Estaba claro que tenía el horario tristemente bien aprendido―. Después de la comida, estudio de diferentes materias con profesores especializados, desde que acabé la carrera ha sido así. Antes estudiaba por la mañana y hacia ejercicio por la tarde. Luego la cena y media hora para hacer lo que quiera antes de dormir.
―¿Y cuándo te diviertes? ―dudé.
―En la media hora antes de dormir ―repitió, como si fuera la respuesta que le hubieran dado a ella ciento de veces por la misma pregunta.
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Las consecuencias de tus mentiras -PSM 3- *COMPLETA* ☑️
RomanceTodo lo que Jason ha querido siempre es cuidar de animales salvajes. Por eso cuando acabó la cerrera de veterinario silvestre cogió una mochila, llena de esperanzas e ilusiones, y se fue a África sin planes, pero con muchas ganas. Porque lo único qu...