El cuarto día temí haberme equivocado en mi cálculo de la ruta y estar viajando más al norte de lo que deberíamos, ya que no habíamos dado aún con la aldea que estaba buscando. Eso no solo nos iba a dejar sin suministros y sin agua, que ya escaseaba, también nos retrasaría muchísimo y facilitaría a los cazadores encontrarnos.
Por otro lado, Amy parecía cada vez más cansada y yo había tenido que ceder y dejarla hacer guardia la tarde anterior, porque ya no aguantaba más sin dormir un par de horas. Me dolían las sienes y me costaba mantener el ritmo, además, empezaba a sentir los síntomas de la deshidratación, porque había dejado casi toda el agua del último día a Amy.
Ella no me echó en cara que el paisaje a nuestro alrededor no cambiase, ni que no pareciéramos más cerca que el primer día, pero cada vez parecía más decaída y con menos ánimos. Y ya ni siquiera se me ocurría tema de conversación con el que animarla.
Estaba a punto de dar el alto para descansar, cuando me sujetó del brazo con fuerza. Temí que la estuviera pasando algo, pero señaló a lo lejos, tras una colinita que teníamos delante.
―¿Eso es humo? ―preguntó, con la voz algo pastosa por la falta de agua.
Comprobé que de verdad salía humo de detrás de un grupito de árboles que había en la pequeña colina. Y supe que habíamos llegado a la aldea. Salía de demasiados puntos como para ser un campamento, debían estar haciendo la cena en las cabañas.
―Gracias a Dios ―murmuré, entrelazando los dedos de Amy entre los míos―. Tápate el pelo y agacha la cabeza ―ordené―. Eres demasiado guapa como para no llamar la atención de todos.
―¿Eso es un piropo, señor Martín?
―Sí, y un contratiempo ―bromeé un poco, de mucho mejor humor del que había estado en cuatro días―. Conozco gente allí, nos darán comida, agua y provisiones para el camino, además de una cama. Saldremos de nuevo mañana al amanecer. Tú solo asiente a todo lo que yo diga.
―¿Más mentiras? ―se burló sin muchas ganas.
―Siempre ―acepté, con una sonrisa.
Ni todo su malhumor podía enturbiar lo feliz que me sentía de haber llegado a la aldea. Subí la colina tirando prácticamente de Amy, que parecía al borde del desmayo. Mi sonrisa se ensanchó cuando llegamos al punto más alto y pude ver que estábamos en el sitio correcto.
No era un sitio muy grande, de hecho, la aldea era más pequeña que la de mi reserva, con solo una docena de casas. Sin embargo, tenía una escuela, lo que la convertía en un lugar muy popular durante el día. Niños de otras aldeas caminaban durante horas para llegar allí y que unas monjas les enseñasen matemáticas y ciencias.
Yo había ayudado a construir la pequeña escuela, muchos años atrás, y había pasado por allí varias veces en mis viajes. Aquellas monjas siempre me habían ayudado.
Ayudé a Amy a bajar la colinita y fui hacia la caseta de la hermana Louise, que dirigía el lugar. Era la única monja blanca, francesa para más señas, que se había quedado cuando acabamos de construir la escuela, el resto eran africanas. La pelirroja no parecía muy contenta con meterse entre la gente, quizá porque no le había ido muy bien antes con aquello, pero allí estaríamos a salvo una noche.
Golpeé la puerta con los nudillos un par de veces. Las casas tenían más calidad que las que habíamos ocupado tras el río, tenían puertas y ventanas, incluso, además eran de piedra y no de madera. La hermana Maiba me abrió la puerta, y me miró un segundo larguísimo entero, como si no me reconociera. Luego me envolvió entre sus brazos cariñosos.
―Hacía siglos que no te veía, Jace ―me saludó, cuando se separó de mí. Me tomó las manos y me miró con ternura―. ¿Estás bien? Pareces... poco tú. ―Desvió la mirada hacia Amy, que estaba ligeramente escondida detrás de mí.
ESTÁS LEYENDO
Las consecuencias de tus mentiras -PSM 3- *COMPLETA* ☑️
RomanceTodo lo que Jason ha querido siempre es cuidar de animales salvajes. Por eso cuando acabó la cerrera de veterinario silvestre cogió una mochila, llena de esperanzas e ilusiones, y se fue a África sin planes, pero con muchas ganas. Porque lo único qu...