Capítulo 8.- De lluvias torrenciales

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No dormí mucho, pese a que sabía que debía conservar fuerzas. Pero allí estaba despierto y encerrado en la jaula con los demás. Hacía frío y Naki no dejó de temblar, sentada sobre mí toda la noche.

Yo no pude quitar la vista de Amy, que estaba en la esquina más alejada de mí. La noche era oscurísima, el cielo estaba encapotado y no había luna, además, los cazadores habían apagado el fuego. Y, pese a que no podía verla, sabía que ella también estaba despierta y odiándome. Seguramente tenía la vista azul clavada en mí.

Me hubiese gustado preguntarle si tenía frío y darle calor, pero supuse que no iba a recibirlo muy bien, además, cuanto más me odiase, más a salvo estaría.

En algún momento de la noche unas gotas heladas nos sobresaltaron. Y un par de minutos después, estábamos chorreando. Hugh golpeó la jaula y «ordenó» a los cazadores que nos dieran algo para cubrirnos. Un par de ellos se habían levantado para extender un plástico azul impermeable entre los tres coches para resguardar su improvisado campamento. Y, ante la insistencia de Hugh, se habían limitado a golpear con sus rifles en el metal y a reírse de él.

―Le dije a Keita que no necesitábamos el dinero de los blancos y mucho menos, a los blancos ―me dijo Naki, después de un rato en el que Hugh no dejó de quejarse.

―No fuimos nosotros los que nos llevamos al guepardo albino ―replicó Amy cabreada, pero nosotros la ignoramos. No tenía sentido entrar en una guerra dialéctica con ella, porque tanto Naki como yo, sabíamos que ellos solo eran víctimas de aquello.

Además, no necesitaba que siguiera culpándome, yo ya sabía lo que había hecho...

―Yo le dije a Keita que no necesitaba una nueva mujer, pero ese gordo no escucha ―respondí.

―Decía que llevabas más tiempo que él en la reserva. De hecho, una vez me dijo que llevabas más tiempo en aquel trozo de tierra, que la reserva.

Me reí con ganas de la ocurrencia de Keita y abracé un poco mejor a Naki para que conservase el calor. Era muy pequeña, bajita y delgada, y aquel frío... No quería pensar en el daño que podía hacerle.

―¡Se acabó la charla, a dormir! ―nos ordenó uno de los cazadores.

Y me pareció una idea genial. Apoyé la cabeza en la jaula de nuevo y cerré los ojos. No me moví el resto de la noche, ni hablé más, pero tampoco pude dormir demasiado. Quizá dormité dando cabezadas, pero estaba helado e incómodo.

Sin embargo, al amanecer me sentí revitalizado. No dejó de llover, pero al menos había logrado establecer un plan. Por la mañana nos volvieron a llevar al «baño» y nos dieron dos barritas energéticas para compartir entre los siete. Yo me hice con una y la partí en dos para darle media a Amy y la otra parte a Naki. La pelirroja me miró como si le estuviera ofreciendo un cráneo de mono para comer y se negó a tocarla, así que me la comí, ignorando a los aldeanos. Ellos no eran mi responsabilidad. Hugh se hizo con la otra barrita y se la comió entera, tan rápido que fue un visto y no visto.

Después de la visita al árbol y el escaso desayuno, que me pareció más una broma cruel a ver cómo lo repartíamos, me sacaron de la jaula para volver a atarme las manos en el Jeep. La parte de atrás del vehículo, que no tenía asientos, estaba encharcada, pero no me quejé cuando me sentaron allí y me ataron las manos a una de las barras de seguridad. La jaula era pequeña y había pasado la noche encogido. Casi era un placer estar sentado en un charco de agua sucia.

―Veo que te gusta mi compañía ―le dije a Tafari, mientras me estiraba un poco.

No quité la vista del Jeep con los rehenes al hablar. No consiguieron arrancarlo hasta el cuarto intento. Aquel vehículo era una chatarra, pero aquello me iba a dar una oportunidad única.

Las consecuencias de tus mentiras -PSM 3- *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora