Capítulo 21.- De familias diferentes

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Amy

Escuchaba a mi madre solo a medias, mientras me echaba una charla sobre lo irresponsable que era. Yo asentía de vez en cuando, porque me parecía que era lo que esperaba, pero no era capaz de arrepentirme, ni siquiera un poco. Robaría mil helicópteros más por un segundo de libertad.

Y, cuando aquella bala me dio, y creí que moriría, me di cuenta de que no había «vida» que pudiera pasar ante mis ojos. No había nada por lo que mereciera la pena seguir viva. Salvo él. Cuando abrí los ojos, era Jason el que me miraba preocupado, y era lo único que tenía. El único motivo por el que merecía la pena despertarme.

Sin embargo, no era idiota, sabía que Jason no «era mío», ni de nadie, seguramente. Era tan salvaje como África, como esos fascinantes animales que me había enseñado. Era libre y yo quería serlo. No era él mi «única cosa», lo era la libertad que representaba.

Mi madre saltó del tema del helicóptero a mi visita a África en general. Porque ella era así, echaba la bronca hacia atrás, hasta acabar con aquella vez que naciendo la desgarré entera...

Yo me centré en el dolor punzante de mi hombro. Me había pasado tres días en una cama de la embajada, más sedada que otra cosa. La bala no había tocado nada importante, y había entrado y salido limpiamente, así que me dolía, pero era soportable. De hecho, era agradable comparado con mi madre.

―Hugh era un partidazo y lo has espantado... ―La voz de mi madre se coló ligeramente en mis pensamientos y alcé la mirada hacia ella.

―¿Hugh? ―pregunté desconcertada.

―¡Hugh Campbell! Ese hombre maravilloso que había aceptado casarse contigo, aunque seas una solterona con unos modales horribles y la cabeza llena de pájaros...

―¿Y ya no lo acepta? ―dudé.

La verdad es que me había pedido verme antes de coger su vuelo de vuelta a Londres, pero yo me había negado. No quería ver a nadie. Tampoco había visto a Jason, aunque en realidad él no había hecho intento de pasar por allí, que yo supiera. Supuse que a esas alturas ya estaría en España. Nuestro vuelo saldría en un par de horas, de vuelta a Inglaterra...

―Ha rechazado el compromiso... Pero no te preocupes, ya tengo otro candidato casi tan perfecto como él. ¿Qué vamos a hacer? Conformarnos con los segundones, porque eres una cabeza hueca. Lo presentaremos en sociedad dentro de dos semanas, en tu cumpleaños.

―¿Y yo no puedo decir nada al respecto? ―pregunté horrorizada.

―Ya no queda tiempo para que elijas, Amanda. Tendrás que aceptarlo. No tenemos otra cosa. Volveremos a casa y buscaremos un vestido que te tape ese horrible vendaje...

Casa.

Que palabra tan curiosa y tan vacía de significado. El casi mes que había estado en África lo había llegado a considerar más hogar que mi «casa». Y la idea de volver allí, era horrible.

Pensé en negarme, pero al alzar la vista hacia Erin, que permanecía alejada de mí, vi su mirada asustada, y no pude más que asentir. ¿Qué iba a hacer? No podía dejar de proteger a Erin en ese momento. Aceptaría al hombre que mis padres habían buscado para mí. Ya decidiría que motivo tenía para despertarme cada día después.

Con un poco de suerte, tal como le había dicho a Jason, estaría embarazada o me quedaría pronto, podría poner un descendiente en las garras de mi madre y volver a África. Nada deseaba más que volver allí.

Y como si África quisiera responder a mi llamada, Jason entró en la habitación. Se había duchado, estaba guapísimo, con el pelo de punta y la barba cuidada, aunque no se había afeitado del todo y lucía un corte con puntos en la ceja, que no se había cubierto con una gasa. Además, llevaba unos vaqueros oscuros, una camisa negra y al guepardo albino cojeando a sus pies, con la pata delantera enyesada y una lámpara alrededor del cuello como la de los perros.

Las consecuencias de tus mentiras -PSM 3- *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora