Caminamos el resto de la noche y parte del día. Hicimos un par de paradas de menos de diez minutos para comer algo y, sobre todo, para beber agua. No quería que Amy supiera hasta qué punto me preocupaba que Tafari hubiera conseguido un coche y nos estuviera siguiendo el rastro. Además, estaba cabreado con ella por creer la peor mierda de mí. ¿Cómo podía seguir pensando que hacía aquello por su estúpido dinero?
Si me importase el dinero, no me habría largado a África, habría seguido los pasos de cirujano de mi padre y estaría operando tetas por cantidades obscenas de dinero. Pero allí estaba, haciendo un trabajo arriesgado y pobremente pagado. Y todo, para ganarme los insultos de esa pelirroja que me estaba volviendo loco.
Decidí parar a media tarde, cuando Amy se tropezó por quinta vez seguida. Su estado no era el mejor del mundo y quizá la estaba forzando demasiado. Encontré una zona rocosa y encendí un fuego para alejar a los posibles depredadores. Luego le señalé el suelo y le indiqué que durmiese un rato.
No habíamos hablado mucho el resto del camino, salvo para darle órdenes muy concretas que ella había aceptado en silencio. La miré tumbarse, en silencio aún, y ponerse la sudadera por encima.
La temperatura había subido muchísimo durante el día, pero por la noche volvía a bajar sin duda. Por suerte, tampoco había rastro de las nubes ya, la tormenta debía haber pasado. Y, aunque esta habría tapado nuestras huellas, también nos ralentizaría y pondría en peligro la frágil salud de Amy. Así que, supuse que era mejor así.
Yo dejé la mochila entre nosotros y el rifle sobre mis piernas. Quise apoyar la espalda en las rocas, pero debía haberme saltado los puntos con los golpes de la mochila o el peso de esta en mi espalda, porque me dolía un montón. Saqué un par de pastillas de antibiótico, por si acaso, y me las tragué casi en seco. Yo sabía el tiempo que aguantaría sin agua, pero Amy necesitaría hidratarse.
Y, por primera vez desde que había huido con ella, me pregunté si habría tenido más posibilidades de sobrevivir si hubiera dejado que Tafari pidiese un rescate por ella. Quizá la hubiera devuelto a su casa de verdad...
La miré un momento, pero estaba de espaldas a mí y solo podía ver su pelo rojo que lanzaba destellos por la luz del fuego. Llevarla conmigo había sido una decisión casi egoísta, pero quería salvarla de todo, pese a que sabía que ella no era responsabilidad mía. Pensé en disculparme, debía confiar en mí, saber que no era su dinero lo que me interesaba de ella, pero como tampoco sabía que alternativa podía darle, supuse que era mejor así.
Después de un rato no aguanté más el dolor de la espalda, y busqué hasta dar con algo reflectante en la mochila. En realidad, en el botiquín tenía un kit de costura pequeño con un espejito, así que lo saqué, mientras me quitaba la camiseta.
Traté de verme las heridas, pero era demasiado pequeño y no encontraba el ángulo correcto. Oí movimiento a mi lado y me giré para ver a Amy levantándose de la cama. Se acercó a mí en silencio y acercó el botiquín a ella.
―Tienes las heridas sucias, pero no están infectadas ―explicó―. ¿Te doy los puntos otra vez? Se te han saltado todos.
―No, desinféctalo y cúbrelo con una gasa. Prefiero no llevar puntos que se me van a saltar otra vez.
Se tomó un rato para limpiar bien las heridas, frotando con algo de fuerza para sacar toda la suciedad. Yo me dejé hacer, rodeándome las piernas con los brazos y sin quejarme. Cuando acabó con su tortura, de la que tuve claro que disfrutó un poco, me tapó las heridas con un par de gasas y volvió a su «cama», como si fuera lo más normal del mundo. Quise decir algo, pero acabé suspirando, poniéndome la camiseta y la sudadera de nuevo, porque estaba anocheciendo y refrescando.
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Las consecuencias de tus mentiras -PSM 3- *COMPLETA* ☑️
Roman d'amourTodo lo que Jason ha querido siempre es cuidar de animales salvajes. Por eso cuando acabó la cerrera de veterinario silvestre cogió una mochila, llena de esperanzas e ilusiones, y se fue a África sin planes, pero con muchas ganas. Porque lo único qu...