Capítulo 11.- De luchas contra cocodrilos

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La gasolina nos dejó tirados a un par de kilómetros del río. Había apurado al máximo, sin dejar de conducir el resto de la noche y gran parte del día. Nos quedaban un par de horas de luz como mucho. Tendríamos que darnos prisa en cruzar el río y buscar un sitio dónde pasar la noche. Yo no podía pasarme otra noche en vela, estaba a punto de sufrir un colapso.

―Come algo ―ordené a Amy, tres esconder el coche entre unos árboles y pincharle las ruedas, por si acaso.

Saqué un par de barritas energéticas y le tendí una. Por suerte, siempre llevaba la mochila preparada para emergencias. En condiciones normales, llevaba sustento para sobrevivir al menos una semana cómodamente. Pero éramos dos y no sabía el tiempo que nos llevaría llegar hasta la embajada. El agua no debía ser un problema si no dejaba de llover, pero era nuestra principal preocupación. Además, ir mojados todo el tiempo no ayudaría a nadie y conseguiría retrasarnos.

―No tengo hambre ―replicó Amy, sin tocar la barrita.

―Tendremos que andar un buen rato y a buen ritmo, señorita Walsh. No quiero que seas una carga.

Me miró desafiante, pero se quedó de pie, cruzada de brazos. Testaruda como siempre. Suspiré un poco mientras volvía a guardar su barrita en la mochila y le daba un trago al agua.

―¿Tienes sed?

―No.

―Ya lo suponía.

―¿Te extraña que no quiera beber agua de mi captor? ―se burló.

―Amy ―me puse de pie para encararla―, eres libre, ve dónde quieras ―me reí, antes de empezar a ir de camino al río.

Noté su duda, incluso sin mirarla. Se acercó un poco a mí y luego retrocedió. Finalmente, sus pasos apresurados me siguieron entre la mala hierba que crecía por allí. La miré con una ceja ligeramente alzada.

―¿Has decidido seguir con tu captor? ¿Padeces síndrome de Estocolmo?

―Por supuesto que no, no voy contigo, solo voy en la misma dirección.

―Muy inteligente por tu parte. Sin comida, ni agua, ni saber dónde vas. Mira Amy... ―Volví a pararme y sujeté sus brazos para que me mirase―. Sé que me odias y que no confías en mí. No me importa. Sé que no podré decir nada que te haga cambiar de idea. Así que cree solo esto: nos necesitamos mutuamente para sobrevivir. Yo no quiero estar pendiente de si decidirás largarte, o golpearme por la espalda... Quiera pedir un rescate por ti o devolverte a tu gente, soy tu mejor opción. No tienes que creer en mis intenciones, solo aceptar que sé lo que hago. Venimos de allí. ―Señalé hacia el río―. Y volvemos allí. Justo lo que quieres. Usémonos mutuamente.

―No voy a darte mi dinero.

―No lo quiero. Solo quiero irme con mi familia. Mi hermana se casa en unas semanas... Me matará si no llego a tiempo. Quiero ir a tu embajada a llevarte, coger a mi guepardo, que debe estar de camino allí y largarme a casa. ¿Tan horrible es eso?

―Supongo que podemos hacer una tregua ―aceptó ella, con un gruñido casi.

―Gracias.

Caminamos en silencio un rato eterno. Quería romper aquella tensión tan incómoda, volver a hablar como antes de que todo se fuera a la mierda, pero no supe qué decirle. Y quizá era mejor así, por mi salud mental.

No encontré nada que decir hasta que llegamos al río. Allí nos encontramos con un golpe de buena suerte y uno de mala, simultáneos.

―Lo bueno ―le dije a Amy, sin muchos preámbulos― es que me he orientado bien y podremos pasar la noche en una aldea que hay por aquí. La abandonaron hace tiempo, pero dormir en una casa será más seguro que hacerlo a la intemperie.

Las consecuencias de tus mentiras -PSM 3- *COMPLETA* ☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora