Capítulo 11

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Hola! Ganó la encuesta y aquí lo tenemos. He llorado lo que no está escrito con este capítulo y espero que todas vosotras también.

Dedicado muy especialmente a Cris porque se lo merece más que nadie en este mundo.

Sin más os dejo leer y recordad que los comentarios me hacen ultra feliz esta cuarentena.

XI

El reloj despertador de la mesilla de noche marcaba las dos de la mañana cuando su teléfono, descansando sobre la misma, empezó a sonar estridentemente sacándola del mundo de los sueños.

A tientas, restregando sus ojillos cargados de sueño y suspirando suavemente, alcanzó dicho aparato, enfocando con algo de dificultad la pantalla, hasta ver el nombre de Inés, enderezándose casi como si llevase un resorte y respondiendo con prisa.

–¿Inés? –Le susurró suavemente, estremeciéndose al escuchar los sollozos de la jerezana al otro lado de la línea. –¿Necesitas que vaya fachilla?

–Por favor...–Respondió ella, con la voz chiquitita, empañada en lágrimas. –Perdón por molestarte Irene pero...

–No me molestas. –La interrumpió, antes de que empezase con su discurso de disculpas y entrase en su propio bucle de culpabilidad del que tardaría horas en salir. –Siempre voy a estar aquí y lo sabes.

–Lo sé. –Susurró tras un pequeño silencio roto únicamente por los estragos de su llanto.

–Dame unos minutos para vestirme, facha. –Le dijo al final sonriendo al escucharla reír débilmente al otro lado del teléfono. –En seguida estoy contigo.

Tras escuchar su despedida suave, colgó el teléfono y saltó de la cama, recogiendo su ropa y vistiéndose demasiado deprisa, sin prestar atención a nada más que su meta, llegar junto a Inés cuanto antes.

Recogiendo sus cabellos con una cola, para no tener que gastar tiempo en peinarlos, metió de cualquier manera uno de sus trajes en una maletita de mano con algunos enseres personales, saliendo de su piso a trompicones y corriendo al coche, poniendo el vehículo en marcha y saliendo disparada a la carretera, tomando rumbo al apartamento de la jerezana con un débil suspiro en sus labios.

No era la primera vez que salía corriendo en medio de la noche y sabía que no sería la última, sabía mejor que nadie qué tipo de demonios atacaban a Inés en medio de sus sueños, el dolor al que se enfrentaba y, de forma irónica, solo ella era capaz de traerla a la realidad una vez más, solo reaccionaba cuando eran sus brazos los que la rodeaba, su voz la que traspasaba la bruma de sus miedos, solo Irene podía tranquilizarla.

Conduciendo diligentemente, con el ceño fruncido ya que hacía mucho que Inés no tenía una de sus crisis, recordó una milésima de segundo la primera de todas, cuando no fue la jerezana la que llamó alarmada de madrugada sino Xavi, algo nervioso y asustado porque no podía ni tocar a su mujer sin que esta entrase en pánico mientras solo pedía, como una letanía sin sentido, verla a ella, ver a Irene... Desde entonces cuando las pesadillas asolaban y la empujaban a ese estado de terror absoluto, ella misma llamaba o dejaba que su marido lo hiciera pero siempre recibían la misma respuesta... Irene saltaba de la cama y corría a su lado porque sabía que era lo correcto, con la necesidad imperiosa naciendo en sus entrañas de seguir protegiéndola siempre, sosteniéndola y viéndola sonreír, aunque en el fondo de sus entrañas doliese demasiado.

Apartando esa última idea de su mente, negando con fuerza, llegó al apartamento de Inés, aparcando de cualquier manera pues no le importaba lo más mínimo recibir una multa pero sí el estado de Arrimadas. Saliendo del vehículo, recorrió la distancia que la separaba del portal mientras le escribía a Xavier que ya había llegado, recibiendo su respuesta con el sonido que hacía la puerta al abrirse y subiendo en el ascensor repiqueteando el suelo impaciente hasta llegar a su planta.

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