1. El vacío y la loca

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Nadie en el mundo teme a las alturas, el temor es siempre a caer

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Nadie en el mundo teme a las alturas, el temor es siempre a caer.

El miedo nace de imaginarse en un vacío, flotando por dos segundos y luego impactar con fuerza contra lo que espera abajo. Es imposible no proyectar cómo sería el descenso una vez que se mira el mundo desde arriba, ese momento en el que se alcanza a percibir la fragilidad de un cuerpo y de la vida que tiene, pero más importante, la facilidad con que esa vida se puede apagar.

Estaba asustado, no lo voy a negar; el miedo es de humanos y es un nudo que se instala en el estómago, es como una respuesta del cuerpo a lo que considera dañino, una señal de PARE que viene desde las entrañas y altera todo el organismo. Curiosamente, la mayor parte de mi temor no era por mí mismo sino por la noche, por la calle, por las personas que pudieran afectar su rutina ante un demente que se lanzó desde la azotea.

En el salón del tercer piso del edificio estaban casi todas las personas que podían albergar algún sentimiento por mí así que, aunque yo realmente solo sentía cariño por unos cuantos, no era muy apetecible dañarles la fiesta. Daños colaterales.

Podía pensar en los titulares de prensa del día siguiente "Joven Lancaster cae de azotea y pierde la vida", "El primogénito del difunto Edward Lancaster ha fallecido anoche trágicamente en el edificio Cristalia", "¿Presunto asesinato? Las autoridades investigan misteriosa muerte de James Lancaster" porque claro, nadie podría siquiera mencionar que un Lancaster, teniendo una vida tan perfecta, optara por lanzarla al vacío a voluntad.

Por otro lado pensaba que si ya iba a estar muerto, ¿qué importaba? Si hablaban, inventaban, tapaban la verdad, ¿qué más daba? Me debería haber sentido un poco culpable por la mala imagen que traería a mi madre, pero al fin y al cabo me daba igual, ni que a ella le importara gran cosa. Lloraría frente a una pantalla, quizás lo haría en mi funeral mientras usaba uno de sus atuendos Gucci que cuestan más que tres salarios mínimos, saldría en una que otra portada de revista con el luto en los ojos y en las uñas negro mate, daría sermones para periódicos sobre el buen hijo que era, los sueños que tenía y luego de unos meses el asunto sería olvidado y la vida seguiría sin mí.

Daños colaterales pero no permanentes.

Estaba sentado en el borde de la azotea, desde mis rodillas mis piernas colgaban al vacío y tenía los ojos al frente, negándome a mirar hacia abajo, pero sin intención de cambiar de decisión tampoco; mis manos estaban aferradas al bordillo y aunque la sangre me palpitaba alocadamente nunca estuve más seguro de algo antes de ese momento. No lo veía como perder la vida, sino como ganar libertad, algo que sentía que se me negaría mientras siguiera en la vida que llevaba.

No sé qué estaba esperando para lanzarme, tal vez que el miedo disminuyera o quizás lo que quería era que mi vida pasara ya ante mis ojos como siempre pensé que sería antes de morir, quería repasar mis errores y mis aciertos, pero esa película nunca se reprodujo en mi mente; me sentí estafado, pero a la vez me reí de mí mismo por esperar semejante alucinación.

Del amor y otros vacíos •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora