❝James no tiene deseos de vivir, pero Zoe se cruza en su camino y le pide dos
semanas para hacerlo cambiar de opinión.❞.
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Zoe Collins brilla por su optimismo, su buena actitud y su preferencia por tener seis empleos divertidos que disfruta a...
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El camino a casa se me hizo eterno y volviendo a mi realidad, humillante.
Maldije mentalmente por momentos a la loca que se me había atravesado a mitad de noche, me había quitado la momentánea valentía que tenía y ahora todo era más complejo.
Lo que más me incomodaba era mi inminente encuentro con Martina; tan seguro estaba de que no la vería de nuevo que le dejé una nota pidiéndole perdón y conociéndola, estaría ahora colgada del techo preguntándose dónde estaba dado que no me encontraron muerto por ahí. Me causaba un tremendo bochorno pensar en ella pues siendo Martina consciente de lo que pensaba hacer, a mis ojos, la cobardía sería lo que más iba a brillar por no haberlo logrado.
Eran casi las cuatro de la mañana, pero asumí que la fiesta de mi madre estaría apenas terminando o recientemente acabada así que cada invitado seguiría despierto; no dudé en mandarle un mensaje breve a Martina con un simple "lo lamento" y a los pocos segundos entró una llamada de su número.
Nada más ponerlo en mi oreja escuché del otro lado un sollozo ahogado:
—¿James?
—Sí, soy yo.
Oí un suspiro y luego mucho llanto, me sentí terrible por hacerla pasar por esa angustia y en el silencioso taxi, suspiré frustrado.
—¡Dios mío! ¿Dónde estás? ¡James!
—Voy camino a casa. ¿Dónde estás tú?
—En mi habitación. Me fui temprano de la fiesta.
—Pasaré primero a tu casa entonces.
Martina no dejaba de llorar del otro lado y la conocía tan bien que mucho me temía que si no me veía no iba a poder dormir por la preocupación. Accedió a que fuera primero a su casa, pero con la condición de que no le colgara el teléfono mientras llegaba así que pese a que no hablamos más, mantuve la llamada en proceso por los quince minutos que duró el trayecto en el taxi. Finalmente colgó cuando le anuncié que me estaba bajando y antes de que llegara a timbrar, salió ella y corrió descalza hacia mí.
Se colgó a mi cuello como si no me hubiera visto en varios años, la escuché llorando sobre mi pecho y temblando aunque eso era más por el frío de la madrugada.
—No me vuelvas a hacer eso —rogó, en un tono que bailaba en la furia, el alivio y la tristeza—. ¿Cómo se te ocurre dejarme una nota de esas? Casi me muero antes que tú, James, no puedes... —Se quedó sin aire y tomó más en una exhalación—. Tú... yo no puedo vivir sin ti. ¿Y Andy?, ¿y Alicia?, ¿por qué pensaste en esa solución? No, James... no, no...
El intento de coraza indiferente que tuve durante las últimas horas con Zoe se resquebrajó al escuchar a Martina y entonces lloré también con ella; la abracé tan fuerte que incluso la levanté un poco del suelo y ese contacto duró tanto que se me acalambraron las piernas, pero no me importó. Finalmente me estaba derrumbando.