22. Excusas y cinismos

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Cuando dieron las once y media de la noche yo seguía cantando y admito que cada vez con la voz un poco más difusa por el licor

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Cuando dieron las once y media de la noche yo seguía cantando y admito que cada vez con la voz un poco más difusa por el licor. Los amigos de James se habían ido un rato atrás, pero él decidió quedarse a acompañarme por más tiempo; me esperaba en la mesa cada vez que terminaba una canción, me sonreía y aunque hablaba poco comparado conmigo, no demostró esa actitud de fastidio tan usual en él.

Adrián me observó con algo parecido al reproche cuando me dejó la siguiente copa sobre la mesa; ignoré ese gesto y lo bebí de un solo trago para luego mirar a James.

—Corrígeme si me equivoco, pero hoy todo lo que has bebido ha sido real, ¿verdad? Nada de tragos camuflados.

Le sonreí con ese humor interno de levitación que trae el licor.

—Sí. Digo no, no te equivocas. Y Adrián no está de acuerdo.

—Lo noto. ¿Estás bien?

Me encogí de hombros desviando la mirada. Iba a decir algo, pero perdí de inmediato el hilo a pronunciar así que al final callé; el alcohol ya se me estaba llevando varios puntos de razonamiento.

—Quiero a Lili acá —dije luego de un rato—. Quiero llorar con Lili.

—¿Por qué?

—Porque es mi mejor amiga.

James blanqueó los ojos.

—Me refiero a que por qué quieres llorar.

—¿Y por qué no? Llorar parece ser bueno para limpiarte por dentro. Como la lluvia pero de los ojos. Hay calentamiento global, pobreza extrema, sobrepoblación, mi hermano se suicidó, tú quieres hacerlo, Dante y yo definitivamente terminamos y los pandas se extinguen. Hay muchas razones para llorar.

No sé si fue exactamente así que enumeré la lista de tristezas pero sé que incluí pandas, a Dante y a él. James me miró con seria incomodidad como si no tuviera idea de qué responder a eso, por mi lado yo estaba ebria casi por completo, así que no me importaba mucho la forma en que sonara lo que dijera.

—Sí... eso suena triste...

—Por eso Adrián no quiere que beba más. Aunque es gracias a ti que no estoy ya inconsciente. Si no hubieras llegado con tus amigos no me habría detenido ni para respirar.

—¿Y cuánto falta para que acabes el turno acá?

—En teoría pude haberme ido hace... —Miré con algo de dificultad mi reloj— como quince minutos, pero me gusta cantar y no quiero que te vayas aún y me gusta el aguardiente.

—Entonces vámonos —pidió, elevando un poco la voz sobre el ruido de fondo—. No soy Lili y no gozarías la borrachera de la misma forma, déjala para otro día. Conozco una cafetería de 24 horas, vamos a comer algo así se te quita lo ebria y las ganas de llorar.

Del amor y otros vacíos •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora